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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



23.12.09

94. Monsieur Didier se va a la montaña


          La hecatombe de cien reses bravas en el coso de Lovaina comenzó con la puesta de largo del ganadero, don Sebastián Rodrigálvarez, que ofició las previas exequias en el dispensario de ultratumba de la plaza. Los graderíos rebosaban tragedia por las costuras de los vomitorios. Los clarines se perdían en una algarabía mahometana, sarracena. Cristianos, sí, pero no solos. Moros no, pero tampoco. "La hecatombe, la hecatombe", gritaba el vendedor de aguamaniles. "Vihuelas y clavicordios", gritaba el vendedor de horchata sagrada y sangría abencerraje. Las damas de caridad se desligaban y lanzaban con las medias caídas un número infinito de vivas a la mujer muerta del gobernador. La hecatombe comienza. Los bravíos animales lloran con lágrimas de bambú, se acogen a sagrado en los urinarios de la enfermería, pero sólo hay sitio para tres (el toro Macael, el toro Néstor y el toro Trumann), los demás a la hecatombe. ¡El oficiante, que venga el oficiante! Los monosabios recogeligas se afanan, canturreando la salmodia de palacio, aquélla que reza así: "Los hierofantes, los hierofante, que vengan ya, que las hordas del Bruch necesitan que les declamen la Cábala, lalalá, lalalá". Y la sangre brota lechosa como en ubre de vaca exprimida por Pedrito Urkiza, el del caserío asesino de Coslada. Los toreros fallecen en olor de centuriones. Ya nunca la boda de una hetaira será igual por estos pagos.