Me llamo Antonio José Mondariz Ullate y soy el único ciudadano que conoce los ochenta y dos presidios de la nación. No es que ha haya cursado visita a los centros penitenciarios por mi profesión, ni que por vocación filantrópica pertenezca a alguna organización de ayuda al recluso. No, que va. Yo he estado preso en todas las cárceles por cometer delitos contra la propiedad de las personas, la dignidad de las instituciones, por estafa, por falsificación y por conductas obscenas. Como otros coleccionan dedales o cornucopias, yo colecciono estancias en presidio. Y a mis sesenta y cinco años ya puedo considerar acabada mi colección. Me he pasado treinta y nueve años en la trena. Sin embargo, lo más duro no han sido los días privados de libertad, la violenta rutina de la cárcel, la visión constante de la miseria humana, no, lo peor ha sido la comisión del delito justo en el lugar adecuado para que la condena fuera razonable en tiempo, y precisa geográficamente hablando. Me explico: si, por ejemplo quería ser encarcelado en el Centro Penitenciario de Pereiro, en Ourense, debía estudiar el partido judicial al que pertenecía, los juzgados que suministraban reclusos a dicho centro, las vacantes que había, etc. Por otro lado, el delito en sí debía ser constitutivo de una condena no muy abultada, lo suficiente para poder seguir con mi afición. Un par de veces, por un cálculo incorrecto visité dos veces la misma cárcel, y en otra ocasión robé unos brillantes pensando que eran bisutería, lo que me costó pasar siete años en el mismo sitio. Casi siempre busco abogados novatos y a veces les pago para que hagan mal su trabajo. No he podido casarme ni tener hijos, y mucha gente piensa que soy idiota.