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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



26.4.10

134. Sabores de Andalucía


          A través de los múltiples fragmentos de cristal en que quedó convertida Raab, la prostituta de Jericó, se podía observar, de forma difusa, fragmentada, casi caleidoscópica, los contornos de la ciudad sagrada, las dunas eternas que la rodeaban y los nidos de palmeras dispersos. A una legua de Jericó destellaban unos finos rayos de luz que podían divisarse desde las azoteas de las casas. Poco a poco se levantó una brisa que peinaba el desierto de este a oeste, rizando en torbellinos discretos los áridos contornos de la arenosa llanura sin fin. Los fragmentos cristalinos de Raab vibraban semihundidos con sus vértices al sol, implorantes, dramáticos, afilados como uñas de muerto. El pecado de la hetaira yacía por fin cubierto, enterrado por la tierra que la desahució y la desterró a vagar para siempre en torno a la casa de sus padres, en torno a la ciudad de los hombres. A todos ellos conoció y todos la conocieron, en todos dejó la huella triste y profunda del arañazo helado de sus brazos, el sopor de sus besos desérticos, el aguijonazo de escorpión de su soledad infinita. Las trompetas de los hombres dejaron los muros intactos. Tan sólo ella, a una legua de Jericó vio estallar su propio cuerpo, su propio corazón en mil fragmentos radiantes y clamorosos.