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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



12.4.10

128. Medidas gubernamentales en sábado


          Me oigo por dentro. Vibran mis enseres viscerales en una sonatina tenue y malsonante, como de oboes desafinando por voluntad propia. A veces es como un tuisanchaut tocado con agonía de bombo. Yo es que me oigo por dentro, de verdad. A veces me dan calambres en la barriga y en las espaldas de atrás. Me tiemblan los nervios de manera grande y sonora, son bordones de contrabajo que se ponen a latir, y sus ondas emergen por los agujeros de mi cuerpo, que como todo el mundo sabe, son once. La piel chirría por dentro, mi piel, con un sonido de tiza sobre encerado seco. Y sobre todo los dedos de las manos, mis dedos, suenan como flautines de pan de molde, sin música, atonales, son flautillos de tisis pronta, pero leve; los dedos de los pies solfean como unos bichbois enfadados entre ellos; son muy californianos mis pies, al menos para todo lo que sea cante. Mi corazón, para molestar, es bastante silencioso, y sólo recita su salmodia de porompompero cuando voy al cardiólogo, los demás días ni se le oye andar por casa. Tengo un bazo de temperamento hindú que reza su mantra en sánscrito como puede, y un hígado gregoriano, y un páncreas que alitera los ritmos jamaicanos como nadie. Mis órganos sexuales, ya viejos, quieren lucirse en los cantes grandes, pero sólo llegan al flamenquito más pedestre. Yo me oigo por dentro, de verdad. Soy un hombre sonoro, pero por dentro, palabra. Ustedes seguro que no me oyen por dentro, pero yo sí que me oigo.