El hombre no viene del mono. El hombre, sencillamente, no viene. La mujer, aunque tampoco viene, si tuviera que venir, vendría, pero no la espero. Tampoco espero al mono, aunque él sí que viene, los jueves, pero yo, los jueves no vengo, porque soy hombre, y los hombres, como queda dicho, no vienen. Alguien que no viene, ¿es que va? Es posible. Entonces comencemos:
El hombre va hacia el mono. Es algo muy complejo, pero va hacia el mono. La mujer que va, va hacia la mona, igualmente que el hombre va hacia el mono. Si no tuviera que ir, no iría, al menos eso espero. Espero a una pareja de monos, macho y hembra, todos los jueves, pero ellos disponen su agenda como les place y pueden venir un domingo por la tarde, o no venir. Yo sí que vengo los jueves.
Por tanto, si el hombre no viene y el mono sí viene o, sensu contrario, el hombre viene y el mono es libre de ir y venir, la mayoría de encuentros entre mono y hombre, no digo nada entre mujer y mono o entre hombre y mona, serán de carácter aleatorio, encuentros estadísticamente poco significativos, encuentros en la encrucijada, una mirada de reconocimiento, un hasta luego. Los vectores de ambas especies serán equidistantes, pero opuestos, jamás derivativos. El hombre y el mono, pues, nunca hubieran seguido el mismo camino evolutivo.
No anduvo descaminado el betunero de Sagasta cuando afirmó que a Darwin, lo que le hacía falta era un poco de templanza escolástica.
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