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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



6.11.09

75. La república occisa


          Ahora sí que ya no hay vuelta de ojo. Empiezo a cortar el costrón de pan pensando en los breves enjuagues con el colutorio azulino del Dr. Samolledo y ya no puedo seguir con mi labor. Me hallo ausente, desauspiciado, enfermo mediano y tonto ruidoso. El cuchillo y su hoja urinosa me pesa a pesar de llevar muy bien remendadas mis manoletinas de yeso. El costrón de pan se resiste como la avaricia del hebreo Daghamon, el siríaco traidor y almizclero, que roba los productos de limpieza del cuarto de las escobas de la comunidad. A mí el pan me gusta lo justo para aborrecer los flanes de fuchina. Me enverdece lo dulce y amarilleo con el bacalao, pero lo siento mío, siempre he sentido ese pescado muy mío, como si mi sacrosanta cofradía de chambelanes así me lo hubiera impuesto antes de entrar en la cafetería. Hoy no me viene bien, pero mañana no sé si tampoco. Es cosa del neurocirujano, no es asunto en el que yo intervenga para nada. Hay un tremendo olor a bencina. Algo escandaloso aunque suave. Te quiero.

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