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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



29.11.09

82. Güelfos y gibelinos


          Santo Tomás de Aquino fue un mediocre cocinero mucho antes de ser un no tan mediocre fraile. Su hermano, que también fue santo, pero que nadie recuerda su nombre, ni yo tampoco, se llamaba Pelayito. Este chico era un mes mayor que Tomasín y dieciocho años mayor que la niña de mi dentista, Sor Inés de la Ventresca, que no tiene nada de santa y, para mí, que ejerce en ocasiones ciertas artes meretricias que le reportan pingües beneficios a la joía. Si bien el bonete parroquial es, per se, merecedor de todos mis respetos, me abstengo de indicar lo que pienso de la mitra obispal, o del capelo cardenalicio, por no hablar de la tiara papal. Un día pinté un óleo en el que el párroco Toño, el obispo Aróstegui, el cardenal von Poppel y el papa Eusebio CCVII intercambiaban sus gorritos frente al edificio de la Masonería de Trípoli. Fue muy aclamado este cuadro mío en el certamen anual de la Academia, mereciendo encendidos elogios de Eulogio Bañuelo, el famoso acuarelista semigallego, aunque el primer premio se lo llevó mi hijo Garcipérez, que me pintó a mí, vestido de húsar de medio cuerpo hacia arriba y desnudo el resto, pero con botas. Un genio. Me siento muy orgulloso del niño. La vida entre sotanas y pinceles es dulce y leve como una breva, suave y digna como el jugo de la cotufa.

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