Cuando el poeta escribe: "La brisa aturde con su clamor tenue el fragor de tu silueta", está disimulando, mintiendo, quizá ni sepa que disimula y miente, pero el poeta, el poeta de verdad, no puede, en su inmensa sabiduría, hacer otra cosa que disimular y mentir, lo sepa o no, sea o no consciente de la superchería que supone componer ropajes pomposos, diversos, anacrónicos o elegantes a la vida y a su bagaje de sentimientos, anhelos y desesperanzas. Sastre del inconsciente, el poeta cubre las vergüenzas del hombre y adorna sus pasiones con palabras que ajustan con mayor o menor perfección, y revocan en lo posible los deterioros en la fachada y, a veces, en la estructura nuclear del cuerpo y alma. No es otra su función. La presencia del poeta es su ausencia, su esencia es la trascendencia de esa ausencia. Es un gremio útil debido a la inutilidad de su quehacer, de sus metáforas nadie se alimenta, pero sin ellas algo deja de fluir, un granito de arena se entremete en el interior de algún engranaje y nos determina a la baja en alguna de las once dimensiones. Cuando el poeta escribe: "Un sinfín de alondras teje el velo de la aurora", parece que nada cambia, la vida continúa, la vorágine de la ciudad sigue taladrando nuestro presente, los niños siguen aprendiendo a matar con suavidad y a mirar hacia otro lado, las fábricas persisten exhaustas en el horizonte productivo, y la policía de Miami se hace cada día más impotente y contemplativa. Los poetas no son semáforos ni faros ni sirenas (en ninguna de sus acepciones), pero sí actúan como una especie de demiurgos en la sombra con poder escaso, un poder que será esotérico, velado, ciertamente oscuro, sigiloso y a cubierto. Alcanzan con premura la pobreza y el deterioro físico y espiritual. Los poetas no triunfan, no inciden en nada, pero son a los primeros que fusilan o cuelgan en todas las revoluciones, porque éstas no pueden domeñar lo que los poetas manejan: la inmanencia de la poesía. Porque es la poesía lo que sí es real, lo que sí existe; los poetas pueden o no existir, ¿a quién le importa?, pero la poesía es el universo paralelo que controla y equilibra los desmanes del otro universo, el que aturde los planetas y ejecuta los designios de los dioses arbitrarios. Cuando un poeta escribe: "Luz que enhebra miradas y anhelos entre labios demediados", separa dos mundos por el suave afán de separarlos, no nos requiere para tan titánica operación, el poeta es la acción pura, practicante de una geometría eufórica, de un baile sideral que, igual que separa, funde esos mundos antagónicos en una sílaba, en un acento, en un hemistiquio pertinente y prodigioso. No reclama historias porque la poesía no la tiene, como no la tiene el rayo o la nube o la imagen última en la retina muerta del guerrero. Y en este unir y desunir los mundos paralelos o divergentes progresa el poeta en su arte ilusorio, en su eterna combinatoria matemática que ejecuta todas las posibilidades existentes para el alma humana. Cuando el poeta escribe: "Un oriente de algodón en el gélido lago del olvido", subvierte, con todo el ímpetu que Calíope y Erato le permiten, la semántica y el alcance que tienen las palabras, define otras reglas para el juego de la comprensión de los conceptos, enarbola estandartes de nuevo cuño, para que nuevas ideas afronten con belleza y elegancia nuevos senderos. No intenta descubrir, pero descubre, no se propone objetivos ni metas. El poeta sólo es el instrumento de un estamento superior que le utiliza desesperadamente, como un nudo en la cuerda que cuelga de la estela de un cometa inaudito y vital. Hoy los poetas, que ya no se esconden, son, en cambio, seres escondidos de tanto oscurecer su actividad se han convertido en seres invisibles, ya no pululan en cenáculos ni se disponen bajo espejos apolillados en decadentes cafés. Su misión instrumental emana en solos quebradizos, univalentes, propioceptivos, nacen de su pluma, pero vuelan a su interior, versos y metáforas que, como vencejos en primavera, regresan en bucle infinito a la torre de la iglesia. En ese magma de palabras que el poeta mana y bebe como un uróboros constante, van filtrándose minúsculas partículas de oro puro que ejercerán de puntos luminosos, iridiscentes y estelares en la oscuridad que inunda la visión del ser humano. Esta negra visión se ilumina de hito en hito, cada uno de ellos derivado del latir indubitable del corazón de un poeta. Cuando un poeta escribe: "Un sismo nebuloso, un lóbrego temblor, un luctuoso furor en tus pupilas", define, más allá de las esencias semántica, un mundo vibrante de significados, que buscan con candiles de belleza una senda para alcanzar el extremo exacto de la palabra y su neta definición. Es la poesía como ciencia exacta ("la poesía es exactitud", decía Jean Cocteau), es la verdad y su estructura, es la entelequia hecha verbo, es el sentido de la carne asaeteada por todos los venablos de misterio que la vida propone y dispone. Sentido y sentimiento unidos por el lenguaje, amalgama multiforme, multicolor, caleidoscópica, que atraviesa los muros del cuerpo y del espíritu al ritmo de esa música pitagórica de planetas y entes celestiales. El poeta, ese hombre tan cercano a Dios, que a su vez asume el antagónico papel de anti-Dios, porque trata, sin saberlo, de entender sus designios con la simple forma de las palabras y la mínima variación del encuadre en la mirada. Figura venerada sin veneración, respetada a veces, a veces consentida, depositaria muchas otras de un trato displicente y otras muchas veces figura ultrajada y perseguida, el poeta atraviesa la existencia como un faro de luz poderosa, luz viva, luz siempre libre.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
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