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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



8.4.18

429. Breves escándalos europeos


          Escribamos, Senén, escribamos, que la escritura es lo único que nos va a diferenciar de la gran mayoría, porque, como bien sabes, nadie lee y, aún menos, escribe. Escribamos, pues, Senén, porque diferenciarse de la masa dicen que es bueno, que nos lleva a la individualidad, a la independencia y a la libertad interior, cosas todas ellas que tienen mucho prestigio y conducen a la admiración y a la envidia generalizadas (¡a que te admiren y envidien, Senén!). Sé que no somos escritores, somos escribientes, simples diletantes situados en la más baja categoría de la literatura, aficionadillos a juntar palabras, la mayoría de las veces palabras rimbombantes y vacías, pero ciertamente eufónicas y con cierta melodía en su estructura fraseológica, fruto de la experiencia y del denuedo diario con el que llenamos páginas y páginas, muchas de las veces sin alcanzar sentido alguno, sino es el de ocupar de manera "creativa" el tiempo que seguramente utilizaríamos en la elaboración de pensamientos y quizás conductas de carácter neurótico o en prácticas solitarias de anulación y aniquilamiento. Así es, Senén, escribimos porque, si no, ¿qué haríamos?, ¿qué sería de nosotros? A veces digo a ciertas personas (tú lo sabes) la (para ellos) incongruente frase siguiente: "Si fuera escritor, no escribiría". Piensan ellos que me esfuerzo en una frase brillante, original, con ínfulas de genialidad, y se equivocan de pleno. Es absolutamente cierto que escribo sólo por escribir, rara vez me impulsa el prurito de comunicar, casi nunca tengo nada que decir, no sé contar historias, ni siquiera imaginarlas, sólo sé que escribo porque debo hacerlo, de la misma manera que Bartleby "preferiría no hacerlo". Es en realidad lo que soy: el espejo de Bartleby, hago sin saber por qué sí, lo que él no hace sin saber por qué no. Mi vocación de escribidor me anula la vocación de escritor (en el caso de que tal vocación existiera en mí). Creo, Senén, que entiendes lo que digo, que al definirme, te defino también a ti, conformando así la idea de que no estoy, (de que no estamos) solos. Es por ello que reivindico mi actividad escribidora, disponiéndola no jerárquicamente más allá (o más acá) de la literatura, sino segregándola como ente distinto y diferenciado. No nos sentiríamos cómodos en el papel de escritores, por el simple hecho de que no lo somos, y no digo que no lo pudiéramos ser, sino que esa actividad es ajena a nuestras inquietudes. Pertenecemos al mundo de la letra, pero habitamos la letra en sí, no habitamos su semántica ni nos esclaviza su significado. En el mundo de la cifra seríamos amanuenses de ecuaciones bella o divertidamente inconclusas, hacedores de formulaciones abigarradas e inconcretas, aritméticos sin meta. Generamos, pues, escritura sempiterna, aquélla que tiene comienzo, pero no tiene fin, porque en su naturaleza no se halla el hecho de tener un desenlace o un corolario moral, ético o didáctico, tan solo, si acaso, subyace o sobrevuela, simple, una pulsión estética. Por tanto, sólo es escritura, pura escritura en sí misma, quizás vacua e inane, porque sólo es escritura. Disiento incluso de que lo que escribimos pudiera considerarse una abstracción simbólica o una paráfrasis freudiana; aquí no existen ni tendrían cabida los símbolos ni las proyecciones oníricas, tan solo los resortes sinápticos que, de manera voluntaria, se accionan para que generen estructuras de comprensión lingüística o idiomática que puedan ser plasmadas en papel. ¿En total libertad?, lo dudo, y no me importa nada que fuera así o no lo fuera. La libertad es uno de los conceptos más huecos que manejamos, aunque para nuestra actividad, la oquedad de términos y conceptos nos atañe muy poco. Ahí sí que gozamos de gran libertad o algo que la recuerda sobradamente, ¿verdad, Senén? Es, por tanto, posible que atendamos temas filosóficos, metafísicos, taurinos, militares, agropecuarios, folclóricos, políticos, sin necesidad alguna de conocimientos previos de dichas materias, porque lo que nos motiva es sólo su exposición, no su comprensión y muchísimo menos su utilidad; nos llegará a fascinar, eso sí, y como ya ha quedado expresado, la divertida y bella forma de hacerlo. Creo, Senén, que lo que hasta aquí te comunico (ya sé que nosotros "no" comunicamos, pero es que "tú" tampoco existes), lo que aquí te comunico, decía, puede constituir, una vez ordenadas todas las ideas expuestas, el borrador de un futuro manifiesto, la estructura fundacional de un movimiento al que podríamos dar una formulación y un cuerpo estructural de carácter colegiado. Sé, Senén, que no somos muchos, pero somos, creo, los suficientes. Nos beneficia el hecho básico de no tener objetivo alguno, nuestro carácter apolítico, aconfesional, nuestro inveterado nonsense, nuestra falta de adscripción a grupos o entidades culturales o artísticas, nuestra falta de ambición, y el hecho que debe considerarse piedra angular (o clave de bóveda) de este nuestro neófito movimiento: el incontestable hecho de que no nos lee ni Dios. Porque Senén, esto ha de quedar muy claro, debemos escribir siempre, pero con la atención perseverante de hacerlo en soportes difícilmente visibles para la ciudadanía. No somos escritores, entes que se desvanecen en el éter de su propia prosapia si no son editados, publicitados, leídos, criticados, analizados, debatidos. Nosotros somos escribidores, entes que se desvanecen en el éter de su inopinada inopia si son leídos, juzgados, vituperados o ensalzados por un mortal cualquiera. Creo haber llegado al final de esta breve alocución  o semi-panegírico sobre nuestra proverbial condición, al que podríamos titular: "Epístola amoral a Senén", así que, si no te parece incorrecto, podríamos centralizar las futuras conversaciones sobre la formación y estructura orgánica del grupo en casa de la Tía Julia, tú la conoces de aquellas reuniones que organizó hace algunas temporadas en su casa de labranza de las afueras. Ella, como su sobrino preferido que soy, siempre me ha animado en mis proyectos por muy estrafalarios que al principio le parecieran, y económicamente hace lustros que me mantiene. Yo la quiero bastante, y eso me enaltece y me ennoblece también bastante, porque bien sabes, Senén, que yo no quiero a nadie, que el amor es pura literatura, que la literatura y la libertad son conceptos vacuos, que lo importante y único es la acción, la pura y mera acción, el mecanismo, el pistón y el émbolo, la máquina en sí, la producción seriada, el consumo innecesario de enseres, la destrucción de la eficiencia, el futuro brillante y mecanizado dignamente soñado por Filippo Tommaso Marinetti.

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