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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



21.4.18

431. Disturbios en Paymogo



        Hoy recibo un paquete postal remitido por una librería de viejo de Segovia. Hace unos días les solicité me enviaran un breve poemario de una joven poetisa, una obra difícil de conseguir en las librerías habituales. Al abrir el paquete y hojear las páginas del pequeño libro, advierto entre ellas la presencia de una foto: es la imagen de una mujer cercana a la madurez, sentada en una hamaca en un jardín umbroso; viste un camisón blanco de tirantas, mira y sonríe hacia su izquierda, el sol, entrevisto, declina (o nace) entre las ramas de unos árboles que se hallan tras ella; su pelo, recogido en un coletero, es castaño como sus ojos, los hombros son bonitos y elegantes, sus rodillas también. Es hermosa esta mujer, hermosa sin estridencias, belleza sosegada que desprende un aroma crepuscular, un aura que fluye de su sonrisa ajena a quien la mira, pero pendiente de quien la intuye. En el reverso de la fotografía, una fecha y unos versos de Antonio Machado, que le hablan a "Laura" de los álamos del río con sus ramajes yertos, y le pide la mano para que, juntos, vayan a pasear. Un verso en el reverso de la imagen de la mujer sonriente en el jardín. La mujer, ¿se llama Laura?, quizás. La letra es masculina, descuidada, no escrita para que Laura la lea, no es una postal, es un recuerdo, no está firmada, pero sí fechada. Una mujer y un verso sólo se conjugan en el ámbito del amor. Por eso me ha emocionado el hallazgo de la foto, ¡y en un libro de poemas! Un mundo, una vida, una historia diferente como regalo envuelto en palabras, en versos, amor rodeado en poesía, poesía arropando amor, todo un bucle erótico escondido y resguardado, posiblemente para siempre, que me ha sido descubierto en una de esas casualidades que te ofrece la vida. Si ella es Laura, la persona que escribe el verso, que lo transcribe, debe ser el enamorado que, quizás, no se atreve a expresar sus sentimientos, y por ello, los esconde en el reverso de la foto. Lo supongo de la edad de Laura, conoce a Machado, le son familiares, al menos, estos versos hermosos, pero no tan conocidos; es, pues, hombre sensible a la belleza y culto. Atendiendo a la luz que emana de la fotografía, no sé si lo que ilumina a Laura es un amanecer o una tarde crepuscular, me desorienta el blanco camisón; si fuera de mañana, cubriría sus hombros con un ligero chal o una rebeca, si fuera el declinar de la tarde, sería pronto para el camisón; quizás no sea un camisón, y si lo fuera, ¿tanta confianza o familiaridad tiene con el enamorado fotógrafo como para soslayar un razonable y pequeño pudor? Esto enlaza con mi teoría. El hombre que hace la foto a Laura, el enamorado, es un amigo, un amigo de toda la vida, un amigo con el que siempre se debe contar; ha hecho la foto en un momento de descuido, Laura no mira a la cámara; esa foto Laura nunca la verá, él la ha robado, ha conseguido hurtar un instante de la vida de Laura, y ese instante será sólo para él. Laura sólo intuye el afecto, el amor de él, pero sólo como un halago de cortesía, como la seducción caballerosa y atávica que ni sonroja ni atemoriza, sino que envanece y reconforta. Es el amigo perfecto y perpetuo, el que siempre está cuando se le necesita, el que nunca muestra su presencia cuando la considera superflua o perturbadora. Es seguro que Laura está casada. Él será el amigo, el compañero del marido, pero también el enamorado secreto. Quizás él los presentó y hasta sería testigo de su boda. Hoy es un invitado de fin de semana a la casita o al chalet de la sierra. Acude solo, claro, el eterno soltero, atractivo todavía, pero ajado por una melancolía cuyo origen sólo él conoce y sólo Laura intuye. Ávido lector de poesía, ha usado la foto de Laura como punto de lectura y en un vaivén de la vida, un olvido, una mudanza, un trastorno financiero, el libro, junto a otros cientos, ha ido a parar con su tesoro oculto, a una librería de viejo de Segovia, en donde lo hallé y desde donde me fue remitido al lugar donde vivo, a muchos kilómetros de allí. Sé que detrás de cada objeto, de cada gesto, de cada acto pequeño o grande hay una historia, o una ficción, o una fantasía, o un sueño, o un anhelo, siempre hay una impregnación de vida en todo lo que perciben nuestros sentidos. Cada historia, con ser imaginada, como lo es ésta de Laura y su fotógrafo enamorado, es verdadera porque es posible, tan posible como otra, como la verdadera, pero es ésta la que mi imaginación ha elaborado con los materiales que ha encontrado en el taller de mi mente. Siento cerca a esta lejana mujer de la foto, siento cerca a Laura, compadezco y comprendo a su eterno admirador, asumo su desazón y su ansia frustrada, el anhelo truncado de no poder acariciar esos hombros torneados en la brisa primaveral del jardín, de no poder rozar con sus labios la esbelta rectitud de su cuello displicente. Desde un punto lejano en el tiempo y en el espacio me uno gustoso y alzo mi copa en honor a esta escena inesperada de pasión y belleza que el amor a la lectura me ha deparado.

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