Soy el escriba sentado de Tebas, un tebano que escribe sentado, una figura sedente que escribe, un escribiente sentado de la ciudad de Tebas. No es poca cosa para los tiempos que corren, aunque las cosas nunca son pocas, en cualquier ámbito y circunstancias las cosas son innumerables, algunas de las cuales son nombrables y otras no; aunque creamos que todas las cosas tienen nombre, no conocemos a penas el nombre real de algunas de ellas, pero tampoco es importante lo que se conozca o se deje de conocer, lo que realmente importa es respirar varias veces al día, para perpetuar el concepto de vida, naturaleza, eternidad, todas ellas palabras que no significan gran cosa, sólo que jamás las comprenderemos, ni falta que nos hace, para continuar con nuestras guerras, con nuestros amores y con nuestras obsesiones cotidianas, eso es. Escribo sentado lo que me dicta el Faraón, o lo que me dicta el Sumo Sacerdote. No sé ni entiendo lo que escribo, ni ellos tampoco lo que dictan, porque nada importa, salvo el hecho de escribir; ahí, en este punto, sí estoy de acuerdo con la vida. Sin escritura no sólo no habría Historia, sino que no habría historias ni mentiras que las soporten o subviertan. La verdad, como el sexo, son conceptos muy sobrevalorados, la mayoría de nosotros vivimos sin ambas cosas y el mundo sigue girando alrededor del sol, según dirá Copérnico en algún momento, y girará hasta su destrucción final, que espero sea pronta, más que nada para presenciar en vivo el espectáculo final, la traca postrera de la existencia del hombre en la Tierra. Soy escriba y soy negro, al menos eso creo, tebano soy porque así me lo dijeron mis amos, y escriba soy porque a esa labor dedico mis días. Dedicamos mayoritariamente los días de nuestra vida a una sola actividad. Yo sólo escribo, mientras que otros miles sólo construyen pirámides, o sólo esperan la crecida del Nilo, o exploran durante toda su vida la localización del nacimiento del mismo. Mi padre fue lechero toda su vida, al igual que madre fue adivina, jamás cambiaron de oficio. Hay cazadores de cocodrilos que pierden la vida entre las fauces de los cocodrilos, que fueron el origen y motivo de sus esperanzas y su medio de supervivencia, pero nacieron para cazarlos de la misma manera que estos grandes reptiles predadores nacieron para comérselos a ellos. Egipto es un país difícil, más por su extraña gente y su religión que por su paisaje y clima. La cercanía del gran desierto nos inspira, pero también nos aspira el alma. Nos sucumben los misterios, los monstruosos enigmas, esa afición mortífera al más allá, que nos hace vivir en un más acá de magia demasiado barroca; cansados de tanto arcano para, al fin, seguir viviendo en pocilgas pestilentes y cuevas de terracota ardiente. La clase dirigente ni siquiera goza, sufren como leprosos, toda su vida diseñando sus exequias fastuosas entre rituales de nigromancia diabólica y liturgias esotéricas. Nada que ver, aunque andemos cerca, del espíritu y paisanaje mediterráneos, de esa cultura solar, diáfana y grácil, que dirime las filosofías y las creencias del hombre de manera más natural y risueña, al menos eso me parece desde aquí, sentado bajo esta asquerosa palmera apulgarada y agusanada, de palmas melancólicas y dátiles verrucosos, y que da una sombra pobre y tristísima, y tras la que atisbo la incoherente erección de un obelisco gigantesco, que conduce directamente a un cielo sin nubes desde hace siglos. Por la corteza de la palmera en la que apoyo mi recta espalda veo descender un enorme gusano, aproximadamente del tamaño de un falo de burro en estado de semi-flaccidez, es de color negro y lleva adosada dos protuberancias en su parte cefálica que sujetan una pluma de ave y un papiro respectivamente. Es una alucinación o un sueño, lo sé, pero no con certeza, en Tebas nada es cierto con certeza, sólo el calor y el nauseabundo olor del río, pero el gusano sigue descendiendo y los pelitos que lo cubren ya rozan mi tonsurado occipital. Si pudiera moverme lo haría con presteza, pero estoy conformado y esculpido en piedra caliza y, por tanto, mis movimientos son mínimos, apenas perceptibles para el ojo humano, muy insuficientes para ahuyentar a un gusano grande y negro con aspecto de falo de burro en estado de semi-flaccidez, que viene a venderme material de escritura para mi oficina, sabiendo como sabe, que estoy en mi hora de descanso.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
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