Como es costumbre en mí, comienzo a escribir sin tener la menor idea sobre qué voy a escribir. Al final siempre surge algo, casi siempre acabo sorprendiéndome. Esta mañana he estado leyendo a un escritor rumano: Mircea Cǎrtǎrescu. Es de una solidez intelectual y de una imaginación tan densa que apabulla, pero con cariño y mesura. Impregna sin demoler, afianza convenciendo, no se hace cómplice, sino que se erige en juez, pero sin vocación. Si lo traigo a colación es fundamentalmente por su disidente idea de lo que es o debe ser la literatura. Siendo escritor, abomina de la novela y de los escritores en general, no comparte ni entiende la fama y el éxito que a algunos acompañan y que para casi todos son la meta y el objetivo se sus vidas. Rechaza todo escrito que pueda o se atreva a tener alguna utilidad moral. Para este escritor de Bucarest sólo es preciso escribir para uno mismo, nunca pensando en el hipotético lector. Esta vieja y manida idea denota por su parte una enorme ironía, si no mera contradicción, o quizá un oscuro sarcasmo, al surgir de la mente de uno de los intelectuales rumanos más exitosos y afamados, que siempre está en las prospecciones anuales de la Academia Sueca y al que los premios le llueven desde hace tiempo, por mucho que conceptualmente le duela recibirlos. Para Cǎrtǎrescu, la búsqueda interior en el pozo del inconsciente, con todo el sufrimiento que esto conlleva, es la única vía de realización para la misión existencial del que se siente impelido por el destino a expresar su alma y su cuerpo sobre un papel en blanco. Adora a Kafka y a todos aquellos literatos alejados en vida del boato, de la parafernalia de la gloria y reconocimiento social y artístico. Es la vuelta al consabido relato del escritor atormentado y sufriente, a la letra que nace en un tintero de sangre y lágrima, a la escritura como sacrificio y penitencia, al concepto del escritor oscuro y loco asediado por los locos y oscuros mundos de su mente atribulada. Dentro de la contradicción que supone la condición del mensajero, comprendo, acepto y comparto la realidad del mensaje. Digamos que acepto el casi lugar común del "infierno creativo del artista", esclavo de su arte, abrumado por conseguir la perfección en su obra, ajeno a la felicidad de los hechos logrados. Nombra muchas veces nuestro autor a Kafka, pero el checo ocupa una categoría aparte. En Kafka es el sufrimiento quien escribe, el sufrimiento que no aumenta ni aminora, Kafka sufriría igual amasando harina o torneando una pieza de madera. Cǎrtǎrescu da por supuesto que la escritura es sufrimiento en sí y en estado puro. Bueno, dejemos en que cada cual sufre o goza con lo que puede o debe. Yo comparto los aspectos de ambos, pero sólo desde un punto de vista teórico, mi pozo existencial es poco profundo: lanzada al vacío de este pozo una onza de chocolate Elgorriaga®, dicha onza tardaría en tocar fondo 0,11 nanosegundos, lo que tras los cálculos físicos pertinentes arroja una profundidad de pozo existencial de aproximadamente 0,13 micras, lo que ofrece poco, muy poco bagaje de material interior para casi nada, por supuesto nada para sufrir, aparte de que tengo ya una edad en la que cada día me apetece menos sufrir. Yo escribo, y en eso sí estoy de acuerdo con Cǎrtǎrescu, sólo para mí, esto ya lo he expresado once veces con anterioridad, y mi mujer ya me ha dicho que repito mucho las cosas, claro que ella también, mucho más que yo, dónde va a parar. Al escribir (no quiero perder el hilo) hay muchas posibilidades de perder la libertad si se tiene la seguridad de que uno va a ser leído, y no por dos o tres docenas de ciudadanos, sino por cientos o miles, no digo nada si además la obra es traducida a otras lenguas, incluida el tagalo. Qué gran responsabilidad. No se puede ser libre en la creación literaria con tanta gente expectante, con tantos ojos pendiente de la siguiente frase, del siguiente párrafo, del inexorable desenlace de la historia. Sólo la libertad es plena desde la soledad del escribiente no leído, incluso en ese caso se siente uno inerme ante la imposibilidad de destruir el manuscrito en presencia de la muerte súbita, pues siempre cabe esta posibilidad, que sucederá en tu despacho mientras tu mujer o tu marido está adobando las codornices que tanto te gustan y tú estás acabando de componer un soneto erótico a tu amante nº 11, es entonces cuando tu cabeza cae fulminada por una rotura aneurismática en la arteria cerebral anterior, tu mujer o tu marido acude al poco rato para decirte que las codornices ya están listas y debidamente emplatadas y que abras una botella de Beaujolais, y es entonces cuando te encuentra muerto o muerta, desplomado o desplomada sobre las últimas líneas del soneto, y te descubre (te descubres) póstumamente como un o una contumaz libertino o libertina. (La moderna ordenanza cultural progresista en cuanto a la no utilización de lenguaje sexista redunda en la idea de la falta de libertad del escritor y, como ejemplifican las líneas anteriores, convierten un pequeño párrafo en una soberana majadería). Por tanto (sigamos sin perder el hilo), la libertad plena en la escritura no existe, como no existe en ninguna de las circunstancias de la vida. Siempre existirá un pudor inmanente del cual el que escribe nunca podrá despojarse, igual que siempre hay un lector escondido y al acecho donde menos lo pensemos. Incluso Cǎrtǎrescu, que tan libre se siente (incluso comienza una de sus obras hablando de sus propios piojos) refiere la presencia de ciertas "piezas negras" en su propio puzle existencial, una serie de episodios de su propia vida que demandarían un incremento de libertad y de sangre vertida para su expresión literal y literaria, que nuestro autor no se encuentra de momento capaz de enfrentar. Yo, pues, seguiré y tomaré por el camino de en medio, juntando letras y palabras y frases y párrafos de la manera más divertida y acorde con mis aptitudes y habilidades, siempre con la vista puesta en ese inexistente lector del que tanto dependo y al que tanto estimo.
+
FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario