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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



28.4.18

433. Holidays in La Habana


          La noche es oscura como una carbonizada paloma, sin luna, sin cielo, cubierto éste por una sola nube, negra como una paloma carbonizada que se extiende de oriente a occidente en una eternidad espacial ominosa. Mi caballo, blanco como la paloma de antes antes de la carbonización, piafa indeciso, nervioso y expectante, parado en este cruce de caminos. El jinete, yo, Sabino Tulio Benítez, me encuentro también indeciso, nervioso y expectante, pero no piafo. De los tres caminos que puedo tomar, todos me parecen inquietantes y me hacen recordar a demetrio con minúscula Benítez, un medio pariente de mi tercera esposa que suele decir: "el que tiene elección tiene tormento". Y que razón lleva el hombre. Un camino toma la senda de la derecha, el farol de carburo así me lo indica; otro camino se dirige a la izquierda, el farol de bismuto me alumbra lo suficiente para confirmarlo; y una tercera senda se encuentra al frente, entre ambos caminos citados, éste, más que verlo lo intuyo, porque el farol de querosén se halla inservible por la falta de abastecimiento de querosén que asola la comarca desde la Pascua Florida. El arúspice de la Diputación, Silas Benítez, tras el análisis y minuciosa observación al que sometió las vísceras de una lagarta, me indicó que al llegar a la trifurcación en la que me encuentro tendría que elegir una de las tres opciones que se me presentaran: una de ellas me conduciría directamente a los brazos de mi amada, otra lo haría a la guarida del oso, y la última, a la termas de Persépolis. Mi intención al pedir consejo y augurio al arúspice Silas no era para esto, era para que me vaticinara la evolución del mal de bubas que tortura mi entrepierna y mis axilas desde que experimenté los goces del amor libre con Bruna Benítez, la hija del propio arúspice de la Diputación, otra lagarta, ésta sin vísceras, pero depositaria de un surtido letal de síndromes venéreos altamente transmisibles, muestrario vivo de las consecuencias que traen consigo las alocadas incursiones por los senderos de Venus. Pero el padre de la niña sólo me presagió (¿me aruspició?) la duda ontológico/metafísica del cruce de caminos en la que me encuentro sumido, varado y perplejo (además de nervioso, expectante e indeciso, como ya quedó expresado con anterioridad). Mi caballo también. Esta noche sin luna me llena de pensamientos impropios de un caballero, esta noche alunada, deslunada, ausente de luna, carente de luna la noche, esta noche oscura como paloma carbonizada (metáfora varias veces utilizada ya en este codicilo, pero que dada su excepcional belleza, me agrada volver a utilizar, y así lo hago y lo haré las veces que considere oportuno), esta noche, decía... Ya no me acuerdo lo que iba a decir, no puedo recordar qué tipo de pensamientos impropios de un caballero se me han venido hace un rato a la cabeza, así es imposible llegar a ser escritor, tengo la memoria que pueda tener mi caballo. En fin, que de los tres caminos sólo me apetece, tonto no soy, el del oso, porque no sé dónde queda Persépolis, y los brazos de mi amada me llevarían inexorablemente a la toma de antibióticos y a sufrir más curas dolorosas, vergonzosas y crueles. Y a mí los osos, no sé, me provocan cierta ternura. De cualquier forma, mi caballo y yo estamos nerviosos. Mi caballo se llama Benítez y es oriundo de Marchena, provincia de Sevilla. Densa nube de lluvia oscurece aún más la noche y la campiña. Súbitos rayos agrietan el cielo con arborizados destellos entre sordos y lejanos y tenebrosos estruendos, que anuncian la meteórica y estrepitosa tormenta. Benítez piafa asustado y cabecea. Intentamos alcanzar el refugio del guardagujas, Sito Benítez, pero cuando sólo falta un par de yardas para alcanzar la desvencijada casucha, un súbito rayo traicionero nos echa por tierra a Benítez (el caballo) y a mí. Tras unos segundos, quizá minutos, despierto de un estado de semi-inconsciencia para comprobar la completa parálisis del lado izquierdo de mi cuerpo. Benítez (el caballo) ha muerto aniquilado por el dardo mortal de Zeus. ¡Vaya noche! Para colmo, mi cuerpo inerte está desparramado sobre las vías del tren sin capacidad ni fuerza alguna para trasladarlo a una zona más segura, y el tren, lógicamente, se acerca, veo su luz atravesando la cortina acuosa de la primera lluvia. Los truenos han cesado. Intento con todo mi escaso vigor moverme, pero lo único que consigo es expeler una tremenda y estentórea ventosidad, impropia de las gentes con mi abolengo, prosapia y apellido, pero que tiene como feliz consecuencia que se despierte Sito Benítez, el guardagujas, del que mi ventoseo estentóreo ha conseguido arrancar del sueño, cosa que no han logrado los rayos y centellas que han adornado esta noche singular. Se conduele Sito del caballo, ínstole y aprémiole a que retire raudo mi cuerpo inútil, pero doliente, de las vías ominosas, dado el hecho incontestable de que la locomotora se acerca rápidamente y con ansia cercenadora de miembros. Sito reflexiona, se ve en la triple encrucijada de elegir qué hacer: enterrar a Benítez (el caballo); salvar la vida de S.T. Benítez, el jinete, o sea, yo; o que él, Benítez, el guardagujas, deje las cosas como están y vuelva a la cama olvidándose del mundo y sus cuitas. El arúspice Benítez va en el tren, Sito lo sabe, porque Sito vende los billetes en la estación por las mañanas. Esta mañana, temprano, le vendió un billete de ida y vuelta al arúspice, su destino era el límite del bosque, al comienzo de las estribaciones de la cordillera, un paraje inhóspito lleno de cavernas, cavernas a su vez llenas de osos, osos negros como carbonizadas palomas, osos que abrazan con sus zarpas poderosas, destrozándolos, a todos los habitantes de Persépolis que por allí se aventuran. El tren no se detiene, no se detendrá. Sito, el guardagujas, persiste en su duda. Me acuerdo tanto de demetrio con minúscula Benítez...

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