Sepamos lo que sepamos de la rosa nunca conoceremos lo que piensa y sufre en primavera. Particularmente me importa una higa lo que piensa y sufre una rosa en primavera; una rosa o un melón, claro está. Es más, estoy convencido de que las rosas (o los melones) no experimentan exactamente lo que nosotros denominamos "pensamientos". Aunque adoro la poesía, abomino de los poetas. He asesinado muy poco, apenas nada durante los años que llevo de vida (cincuenta y tres), pero mis víctimas han sido siempre poetas. Hay cosas que deberían de existir sin causa ni origen, ser eternas, quedar al margen de las ciencias inquisitivas que investigan su génesis, y la poesía sería una de estas cosas. Me gusta la idea de una rosa pensante (o de un melón pensante), me la suda el pensamiento en sí. Y aborrezco al miserable que lo plasma en un papiro. El arte en general debería carecer de progenitores. Picasso era un cubo de basura ideológica; Dante, el único cursi de la Baja Edad Media; Lorca, un modelo para anuncios de brillantina; Byron, un cojo bribón; Cervantes, un técnico en
bestsellers amanerado; Botero, un
tontolculo con glaucomas; Mozart, un niño moña mortecino...
Hiérome la palma de la mano con el tallo de la rosa.
Su puta madre.