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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



23.6.10

154. Óperas inacabadas


          Los nombres intercambiables de las flores, de la mayoría de los animales y de los astros. París bien valía haberse llamado Persépolis. Los nombres de los santos. El nombre de los vientos, sus dioses y los templos que los acogen. Nunca el rosario en las manos de mi madre, siempre los granos de luz en el cendal de la bruja joven y seductora. Los nombres, siempre ellos. La madeja (pétalo de Samoa) se devana entre vergas de bambú ("bambú" sí es "bambú", como "sangre" también lo es). Dios nombra como abomina. Somos y tenemos que ser algo, porque alguien escondido en la vorágine de lodo así lo dispuso. Pero el árbol es el horizonte y la niebla acude con presteza a otros nombres no por conocidos menos verdaderos (cadalso, pez, luna...). Gramáticos no faltan en este vergel de letras, si acaso sobran a millares. Nos faltan dioses con gramáticas verdaderas que sólo crean en el sustantivo, que no quieran ser verbo y que desprecien los adjetivos en general y "turbulento" en particular. Iletrados que somos y seremos, pero que acaso no fuimos. El nombre de nuestros pueblos, el nombre de nuestras metas (palabra del diablo, mejor "desfile"). En el infierno, todo bien denominado, dispuesto con corrección, sólo se observa lo nombrable. Súcubos e íncubos, perfectos en su esencia y discretísimos sabedores de todo.