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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



21.6.10

153. Ensayos testiculares


          En la esquina oriental de la plaza se veía el almacén de sextantes de Mr. Pitt. Lleno de sextantes el escaparate y los estantes de la tienda-almacén. Lleno de sextantes el sótano y los altillos de la tienda-almacén. Los sextantes de Mr. Pitt se podría decir, sin faltar a la elegante y aconsejable virtud de la verdad, eran los mejores de la ciudad, e incluso los mejores de todo el condado de Cork. Él mismo los fabricaba utilizando materias primas de primer orden: cedros del Líbano, cobre de Priego, vidrio esloveno, cachemira de mongolia y cuernas de cebú de aquí, del autóctono. Empezó utilizando cebú criollo pero las mediciones de los sextantes demediaban algún gradito de latitud. Su mujer, la primera, de soltera Uganda Kincade (su padre fue el descubridor del río Nbuzúu, afluente del Zambeze, de ahí el nombre de la niña), su primera mujer, decía, fue la que le advirtió de la desviación de los aparatitos y la que le sugirió que utilizara el cebú irlandés, el de toda la vida. Había días de otoño que Mr. Pitt vendía medio millón de sextantes, y eso que no abría por las tardes ni tampoco los fines de semana, tiempo que empleaba en hacer manualmente los aparatos (los sextantes, claro; a estas alturas del relato ya deberían saberlo) y en dar goce carnal a Uganda al principio, y posteriormente a Priscilla, su segunda esposa, de soltera Priscilla Vaughan, hija de Sir Peter Vaughan, archidiácono de Blumbest y lector junior en el Trinity College de Dublín.