HASTROG. Ser Hastrog es ser visto y no visto. Es ser telúrico hecho a sí mismo sobre preceptos ontológicos de velocidad y carrera. Su forma circular, redondeada, de epidermis incrustada de miles de bulbos pequeños y aceitados en su práctica totalidad, le confiere una inefable propensión propulsiva con un mínimo de potencia y una inercia casi infinita. Su esencia es la movilidad constante, con un empuje anímico dirigido a alcanzar velocidades cada vez más y más trascendentales, que a veces llegan a la de la misma luz, pero esto sólo ocurre en ciertos momentos de su estado adulto y plenario. De niño, el Hastrog recorre incauto y en soledad caminos y caminos al albur de sus rápidos pasitos, golpeándose e hiriéndose con todos los ornamentos vegetales y ruinas eclesiales de la campiña. Sus progenitores lo abandonan una vez nacido en una veloz carrera no exenta de lágrimas y pasajeras nostalgias parentales. Su alimento, desde esos primeros instantes de vida, está constituido por los billones de partículas en suspensión que el aire acoge en su diáspora eterna. Al Hastrog no se le ve, se le otea, se le atisba en la lejanía, a veces sólo se le intuye, no nos roza, pero su estela nos levanta los faldones y nos aturde el fleco de la estola. Su presencia en reposo (nunca lo está hasta que muere) es presencia neumatiforme y neumática, vibrátil y ansiosa, de tonalidades oscuras y de redondez manifiesta. Más que vivir o ser es ente rodante, nervioso, incomunicativo con nosotros y entre ellos mismos, poco sonoro, no habla con nadie el Hastrog, y apenas nos necesita, aunque a veces se queda enganchado en algún saliente rocoso de un risco inoportuno o en alguna excrecencia espinosa del sotobosque. Le teme tanto al fuego como al agua. Su individualismo sin fisuras le condena a una lenta pero inexorable extinción; se aparea poco y mal, su eterno movimiento no ayuda ni al conocimiento preciso ni a la eficaz coyunda con su pareja congénere. Es, por tanto, el Hastrog bestia posmoderna en tanto metáfora de la vida efímera, acelerada y vehemente de los estertores de esta nuestra historia humana reciente, algo perpleja y cansada. Desde la huerta comunal avistamos sobre la cresta de la lejana loma unos volocísimos puntos negros y gomosos que intuimos Hastrogs en su larga huida hacia la nada oscura y sempiterna.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
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