Voy a ser poeta, desde hoy mismo, un poeta grande, generoso, apóstata de las formas melifluas y de ripio intenso pero irónico, una especie de Petrarca imbuido por Emily Dickinson. Voy a ser poeta de puertos y tabernas, muy cercano al pueblo y alejado de los emporios rimbombantes de las academias y de los telarañosos paraninfos universitarios, sí señor. Puestos a ser líricos, lo mejor es empezar desde abajo, comenzando a aprender a leer y a escribir, por ese orden. Nunca es tarde para tales menesteres y aunque me han detectado un tumor de medio kilo en el lóbulo frontal, tal cosa no es ni será óbice para que me convierta en proverbial rapsoda y trovador profundo. Desarrollaré mi ars lirica ensayando primero la endecha castellana de rima aliterada binaria propia del "Cantar de la Moçita Mora", pero expresando temas de candente actualidad, como la informática o la resiliencia de los internos de las cárceles de Bruselas. Más adelante enfrentaré la quintilla, el serventesio, el tetrástrofo monorrimo o la cuaderna vía, abundando en temas sociales con tacto y temas metafísicos sin tacto alguno. Me lanzaré pues, al comienzo de mi prometedora carrera de vate intrépido, a un repaso fundacional de la lírica latina y europea, para posteriormente enfrentar el estudio práctico de las líricas anglosajona y eslava modernas más pormenorizadamente. Subsumido y asimilado el impulso epistemológico de la poesía en todos sus fundamentos, dentro de un ámbito no solo de conocimiento profundo sino, a la par, ejerciendo una ingente labor creativa, abocaré sin remedio a parajes de exclusividad personal, llegaré a la flagrante extensión de terreno propio, insospechado para todos e incluso para mí, habré conquistado el entorno propio del poeta, aquel en que su alma se expande y se deposita en el magma primigenio de la creación original. Es el momento en que el hombre se diluye en su némesis especular, en su enemigo paradójico, que lo acerca, envuelto en su inspiración, al territorio ansiado del genio. Este camino tremendo, lleno de enjundiosas tentaciones, habré de atravesarlo con mesura y predisposición, bandeando ríos de soberbia y lagunas de vanidad, bosques de aventuras malhadadas y selvas de metáforas inanes. Enemigos de mi raza encontraré que con venablos orales intentarán derrocar mi estro y mi aliento inspirador, envidiosos arañapliegos que maldecirán mis versos ensuciándolos con su icor emponzoñado de verde envidia. Aun así, mi ardor guerrero en el Agramante campo de la lírica será vencedor o no será, dejaré en el empeño de mi arte futuro mi hacienda y la parte de mi vida necesaria para tan codiciada meta.
Pero es evidente y palmario que para la
realización de este mi sueño es condición sine que non aprender a
leer y a escribir. Con setenta y cinco años y el medio kilo de tumor en la
frente, por su parte interna, me va a costar, sé que me va a costar, bastante,
por no decir mucho (o muchísimo, no sé), va a ser tremendo, la verdad, no sé si
quizás debería pensarlo con más detenimiento, igual podría redireccionar mis impulsos
artísticos a sectores creativos más asequibles y acordes con el factor temporal
(tiempo que me queda de vida), como el sudoku de tres dígitos (¡pero es
que tampoco sé de números!) o el Teatro Nō para occidentales (¡pero es que odio el drama musical japonés!). En fin ya veré lo que hago. Les mantendré informados, si no fallezco antes.
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