Las gentes bravas de Murcia, la rudeza de Navarra, la sorna medieval de
Melilla, la síntesis de astucia y rebeldía leonesas, el abigarrado letargo
andaluz, la concupiscencia cristiana de Valencia, el almíbar moral de Vasconia,
la tibieza seminal de los gallegos, el genio crepuscular de Extremadura, la
elegante dependencia castellana, el arsenal de ditirambos ceutíes, la prosapia
clandestina balear, el síndrome brutal de La Rioja, la puya agreste aragonesa,
el clamor de leche cántabro, la mente polinésica de Las Canarias, la enjundia
de arcabuz de los astures, los canales tremendistas de Madrid, la meliflua
jalea catalana.
España como puzle hierático, como granos
de mijo en sonaja de un dios tan moro como cristiano, España como pastel de
vilipendio trufado de gigantes y cabezudos, España loca de atar con moño de
charol, con tricornio de terciopelo, España catarí, templaria, masona, menos
romana que ibérica, menos atlántica que índica, España sin Portugal (¡qué
triste!), tan marrana como judía, tan bereber como goda, llena de pústulas
exquisitas, crisol de miasmas flamencos e insectos visigodos, España de
blasonado canto y clerecía informe, España de geometría alocada, de suburbios
de guirlache, de nauseabundos villorrios, España de gitanos muertos por payos
muertos por gitanos leves.
El cisma que no cesa, la baba calentita
que pendula o pendulea o que pende de la comisura bobalicona del preboste que
mira endiosado las tetas de la diosa contraria a su acervo ideológico. Es la
España de la cisura incesante, que divide el cuerpo eclesial, el cuerpo y la
fuerza de seguridad del Estado de Buena Esperanza y Caridad, el cisma del
Cuerpo Presente, la escisión de los Cuerpos de Bomberos de las diecisiete
Comunidades y de las dos Ciudades Autónomas, el cisma del Toro, del Fútbol, el
cisma de la Eurovisión de los pueblos de Europa, de la Europa como proyección
neurótica de esta Noción de Nociones Encontradas sobre el concepto de Nación
(cuando los más tontos del lugar saben y conocen que una Nación es un concepto
que mezcla estos cinco elementos: 1) Dios. 2) Un poquito de bechamel. 3) Los
leotardos sudaditos de Tania Doris. 4) Un mal cuadro del Tintoretto, y 5)
Un gin-tonic, por favor). Y lo demás son monsergas de extrarradio.
La revolución no llegó a esta piel de toro (miel de loro, pie de oro, hiel de
moro...). La revolución sigue sin llegar. La revolución no llegará, porque no
fuimos, ni somos ni seremos revolucionarios, igual que tampoco somos profetas
ni posibilistas ni gimnastas, ni siquiera somos aquello que están ustedes
pensando. Entonces, ¿qué somos?
Respuesta: NO SOMOS. Así es
(o asinés). El español no es ni lo va a ser nunca, porque nunca ha sido. Este
afán histórico por ser nos condujo siempre a la barbarie. En las etapas menos
ontológicas de estas coordenadas geográficas que habitamos, los conflictos
habituales se serenaban y la disarmonía de los pueblos integrantes (intrigantes)
se diluía a ojos vista de manera pacífica, hasta que un exabrupto de afirmación ensoberbecida surgía en
cualquier boñiga feudal o estamento de poder y otra vez nos embarcábamos en
disputas sin fin por querer ser alguien, por ideas de reconocimiento
internacional, y de nuevo nos sumergíamos en el viscoso puré de las
determinaciones nacionales o nacionalistas y llenábamos de muertos las vías
romanas, los pasos fronterizos austrohúngaros y las trochas de
la Penibética. En este caldivache sociopático nos desarrollamos los
celtiberos, pueblo ingenuo y perdulario, de una indolencia infinita y de
inconsecuencia lacerante.
El día que aprendamos a no ser, a que no
siendo, seremos, otro gallo nos cantara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario