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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



23.12.17

415. Hubo en Lugo un tal Hugo...


          En el ángulo superior derecho del desmesurado cuadro unos monjes o frailes, todos iguales, algunos de espalda y otros mostrando el semirrostro encapuchado, dispensan palabras, quizá consejos, a un grupo de indios maniatados y arrodillados, es probable que los estén predisponiendo con el Dios de los Conquistadores, porque van a ser prendidos cono teas en una de las tres hogueras que se yerguen a continuación y que ya están combustionando a tres infelices nativos, todo llamas y contorsión. Separada esta escena de auto de fe por un riachuelo con peces rojos que asoman sus rojas cabezas, aparece otra escena en el ángulo izquierdo del cuadro no menos truculenta, en la que varios guerreros pertrechados de largas picas o lanzas enhebran por el pecho a terribles simios de feroces y blanquinegras fauces y gruesas colas peludas. Por encima de los soldados, varias aves de plumaje multicolor se hostilizan en una irritante madeja bélica de garras, picos y plumas. El cielo sobre estas escenas azulea sobre los monjes y se hace ocre sobre los monos ensartados; sobre los pajarracos, un celaje de nubes grises emborrona y enturbia un horizonte andino y boscoso. La parte central del cuadro, de personajes de gran tamaño, hace que la zona superior parezca lejana, escondida, casi olvidada. Un grupo de caballeros castellanos y otro de altivos nativos se hallan enfrentados, no afrentados, sonrientes los unos, relajados los otros, en número de diez los primeros, en número de ocho los segundos. Además, en el segundo grupo hay tres niños, y de los ocho adultos, dos son mujeres, una joven y otra vieja. Ambos grupos ocupan toda la horizontalidad del cuadro en su parte central. El principal de los caballeros, de cobrizo yelmo y larga espada, tiene en la mano un espejo de pedrería y un rosario de cuentas de alabastro, el segundo de los caballeros presenta, en actitud de dádiva, una vasija de aceite o de vino, y el tercero muestra una corta espada muy recamada en su funda de cuero. Son presentes que ofrecen al cacique que mira reflexivo los objetos con ponderativos ojos, ojos que son como dos navajazos en una piedra de cera. Los demás nativos miran al suelo, menos la india joven, que mira con elegante espanto a los extraños extranjeros. Los tres niños se protegen agarrados a las piernas de la vieja nativa. Debajo de esta escena principal de encuentro entre culturas, en la banda inferior del cuadro se expresa la Naturaleza sin ambages, feraz, tumultuosa y cruel: hirientes espinos del ingente manglar se retuercen entre nidos de amarillas arañas y elípticas formas vermiformes; dos serpientes negras devoran a la sazón un informe animalillo sin pelo, mientras un armadillo roe el esqueleto de un cóndor putrefacto.
          Al lado del imponente óleo, inserto en un abigarrado marco de madera repujada y trabajada en un rapto de delirio barroco, se encontraba una pequeña tela desmarcada de 40 por 30 centímetros que expresaba sobre un fondo color mostaza de Dijon dos irregulares círculos negros dentro de los cuales se veían dos letras amarillas, la "z" en el de la derecha y la "v" en el de la izquierda.
          El precio de salida del primero de los cuadros era de 250.000 €, el del segundo, 1.500.000 €. No pujé por ninguno de los dos. Los 6,50 € que poseía los invertí en un vermut y un pincho de boquerones en vinagre en la Taberna de "La Macanita", tugurio de Malasaña adornado en sus paredes con Braques, Delaunays, Murillos y algún que otro Picasso; es un local que además posee una relación calidad precio sumamente ajustada.

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