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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



25.12.17

417. ¡Y ni uno más!


          Voy a ser poeta, desde hoy mismo, un poeta grande, generoso, apóstata de las formas melifluas y de ripio intenso pero irónico, una especie de Petrarca imbuido por Emily Dickinson. Voy a ser poeta de puertos y tabernas, muy cercano al pueblo y alejado de los emporios rimbombantes de las academias y de los telarañosos paraninfos universitarios, sí señor. Puestos a ser líricos, lo mejor es empezar desde abajo, comenzando a aprender a leer y a escribir, por ese orden. Nunca es tarde para tales menesteres y aunque me han detectado un tumor de medio kilo en el lóbulo frontal, tal cosa no es ni será óbice para que me convierta en proverbial rapsoda y trovador profundo. Desarrollaré mi ars lirica ensayando primero la endecha castellana de rima aliterada binaria propia del "Cantar de la Moçita Mora", pero expresando temas de candente actualidad, como la informática o la resiliencia de los internos de las cárceles de Bruselas. Más adelante enfrentaré la quintilla, el serventesio, el tetrástrofo monorrimo o la cuaderna vía, abundando en temas sociales con tacto y temas metafísicos sin tacto alguno. Me lanzaré pues, al comienzo de mi prometedora carrera de vate intrépido, a un repaso fundacional de la lírica latina y europea, para posteriormente enfrentar el estudio práctico de las líricas anglosajona y eslava modernas más pormenorizadamente. Subsumido y asimilado el impulso epistemológico de la poesía en todos sus fundamentos, dentro de un ámbito no solo de conocimiento profundo sino, a la par, ejerciendo una ingente labor creativa, abocaré sin remedio a parajes de exclusividad personal, llegaré a la flagrante extensión de terreno propio, insospechado para todos e incluso para mí, habré conquistado el entorno propio del poeta, aquel en que su alma se expande y se deposita en el magma primigenio de la creación original. Es el momento en que el hombre se diluye en su némesis especular, en su enemigo paradójico, que lo acerca, envuelto en su inspiración, al territorio ansiado del genio. Este camino tremendo, lleno de enjundiosas tentaciones, habré de atravesarlo con mesura y predisposición, bandeando ríos de soberbia y lagunas de vanidad, bosques de aventuras malhadadas y selvas de metáforas inanes. Enemigos de mi raza encontraré que con venablos orales intentarán derrocar mi estro y mi aliento inspirador, envidiosos arañapliegos que maldecirán mis versos ensuciándolos con su icor emponzoñado de verde envidia. Aun así, mi ardor guerrero en el Agramante campo de la lírica será vencedor o no será, dejaré en el empeño de mi arte futuro mi hacienda y la parte de mi vida necesaria para tan codiciada meta.
          Pero es evidente y palmario que para la realización de este mi sueño es condición sine que non aprender a leer y a escribir. Con setenta y cinco años y el medio kilo de tumor en la frente, por su parte interna, me va a costar, sé que me va a costar, bastante, por no decir mucho (o muchísimo, no sé), va a ser tremendo, la verdad, no sé si quizás debería pensarlo con más detenimiento, igual podría redireccionar mis impulsos artísticos a sectores creativos más asequibles y acordes con el factor temporal (tiempo que me queda de vida), como el sudoku de tres dígitos (¡pero es que tampoco sé de números!) o el Teatro Nō para occidentales (¡pero es que odio el drama musical japonés!). En fin ya veré lo que hago. Les mantendré informados, si no fallezco antes.

24.12.17

416. Bestiario 06


          HASTROG. Ser Hastrog es ser visto y no visto. Es ser telúrico hecho a sí mismo sobre preceptos ontológicos de velocidad y carrera. Su forma circular, redondeada, de epidermis incrustada de miles de bulbos pequeños y aceitados en su práctica totalidad, le confiere una inefable propensión propulsiva con un mínimo de potencia y una inercia casi infinita. Su esencia es la movilidad constante, con un empuje anímico dirigido a alcanzar velocidades cada vez más y más trascendentales, que a veces llegan a la de la misma luz, pero esto sólo ocurre en ciertos momentos de su estado adulto y plenario. De niño, el Hastrog recorre incauto y en soledad caminos y caminos al albur de sus rápidos pasitos, golpeándose e hiriéndose con todos los ornamentos vegetales y ruinas eclesiales de la campiña. Sus progenitores lo abandonan una vez nacido en una veloz carrera no exenta de lágrimas y pasajeras nostalgias parentales. Su alimento, desde esos primeros instantes de vida, está constituido por los billones de partículas en suspensión que el aire acoge en su diáspora eterna. Al Hastrog no se le ve, se le otea, se le atisba en la lejanía, a veces sólo se le intuye, no nos roza, pero su estela nos levanta los faldones y nos aturde el fleco de la estola. Su presencia en reposo (nunca lo está hasta que muere) es presencia neumatiforme y neumática, vibrátil y ansiosa, de tonalidades oscuras y de redondez manifiesta. Más que vivir o ser es ente rodante, nervioso, incomunicativo con nosotros y entre ellos mismos, poco sonoro, no habla con nadie el Hastrog, y apenas nos necesita, aunque a veces se queda enganchado en algún saliente rocoso de un risco inoportuno o en alguna excrecencia espinosa del sotobosque. Le teme tanto al fuego como al agua. Su individualismo sin fisuras le condena a una lenta pero inexorable extinción; se aparea poco y mal, su eterno movimiento no ayuda ni al conocimiento preciso ni a la eficaz coyunda con su pareja congénere. Es, por tanto, el Hastrog bestia posmoderna en tanto metáfora de la vida efímera, acelerada y vehemente de los estertores de esta nuestra historia humana reciente, algo perpleja y cansada. Desde la huerta comunal avistamos sobre la cresta de la lejana loma unos volocísimos puntos negros y gomosos que intuimos Hastrogs en su larga huida hacia la nada oscura y sempiterna.

23.12.17

415. Hubo en Lugo un tal Hugo...


          En el ángulo superior derecho del desmesurado cuadro unos monjes o frailes, todos iguales, algunos de espalda y otros mostrando el semirrostro encapuchado, dispensan palabras, quizá consejos, a un grupo de indios maniatados y arrodillados, es probable que los estén predisponiendo con el Dios de los Conquistadores, porque van a ser prendidos cono teas en una de las tres hogueras que se yerguen a continuación y que ya están combustionando a tres infelices nativos, todo llamas y contorsión. Separada esta escena de auto de fe por un riachuelo con peces rojos que asoman sus rojas cabezas, aparece otra escena en el ángulo izquierdo del cuadro no menos truculenta, en la que varios guerreros pertrechados de largas picas o lanzas enhebran por el pecho a terribles simios de feroces y blanquinegras fauces y gruesas colas peludas. Por encima de los soldados, varias aves de plumaje multicolor se hostilizan en una irritante madeja bélica de garras, picos y plumas. El cielo sobre estas escenas azulea sobre los monjes y se hace ocre sobre los monos ensartados; sobre los pajarracos, un celaje de nubes grises emborrona y enturbia un horizonte andino y boscoso. La parte central del cuadro, de personajes de gran tamaño, hace que la zona superior parezca lejana, escondida, casi olvidada. Un grupo de caballeros castellanos y otro de altivos nativos se hallan enfrentados, no afrentados, sonrientes los unos, relajados los otros, en número de diez los primeros, en número de ocho los segundos. Además, en el segundo grupo hay tres niños, y de los ocho adultos, dos son mujeres, una joven y otra vieja. Ambos grupos ocupan toda la horizontalidad del cuadro en su parte central. El principal de los caballeros, de cobrizo yelmo y larga espada, tiene en la mano un espejo de pedrería y un rosario de cuentas de alabastro, el segundo de los caballeros presenta, en actitud de dádiva, una vasija de aceite o de vino, y el tercero muestra una corta espada muy recamada en su funda de cuero. Son presentes que ofrecen al cacique que mira reflexivo los objetos con ponderativos ojos, ojos que son como dos navajazos en una piedra de cera. Los demás nativos miran al suelo, menos la india joven, que mira con elegante espanto a los extraños extranjeros. Los tres niños se protegen agarrados a las piernas de la vieja nativa. Debajo de esta escena principal de encuentro entre culturas, en la banda inferior del cuadro se expresa la Naturaleza sin ambages, feraz, tumultuosa y cruel: hirientes espinos del ingente manglar se retuercen entre nidos de amarillas arañas y elípticas formas vermiformes; dos serpientes negras devoran a la sazón un informe animalillo sin pelo, mientras un armadillo roe el esqueleto de un cóndor putrefacto.
          Al lado del imponente óleo, inserto en un abigarrado marco de madera repujada y trabajada en un rapto de delirio barroco, se encontraba una pequeña tela desmarcada de 40 por 30 centímetros que expresaba sobre un fondo color mostaza de Dijon dos irregulares círculos negros dentro de los cuales se veían dos letras amarillas, la "z" en el de la derecha y la "v" en el de la izquierda.
          El precio de salida del primero de los cuadros era de 250.000 €, el del segundo, 1.500.000 €. No pujé por ninguno de los dos. Los 6,50 € que poseía los invertí en un vermut y un pincho de boquerones en vinagre en la Taberna de "La Macanita", tugurio de Malasaña adornado en sus paredes con Braques, Delaunays, Murillos y algún que otro Picasso; es un local que además posee una relación calidad precio sumamente ajustada.

16.12.17

414. Vellos no tan púbicos


         Tengo un vecino que toca el bombo en la Joven Orquesta de Sevilla. Este vecino forma parte de una familia compuesta por seis hermanos, más los padres y un tío abuelo que vive con ellos. Sólo Tomasín, el del bombo, es el que aturde y atrona con su maza la débil elasticidad de mis membranas timpánicas, una tarde sí y otra también. He presentado de palabra mis quejas al padre y a la madre del chico, y por escrito al presidente de la comunidad y al administrador de la finca, pero Tomasín, ¡qué rico!, sigue con el pum pum vespertino. El 89% de la familia del niño no toca el bombo ni hace otro tipo de ruido que no sea el habitual y doméstico de una familia numerosa. Un 11% de la población de esa casa, por tanto, Tomasín, sí toca el bombo. La estadística, no obstante, me reconforta lo mismo que un trino de tucán en la ribera del Orinoco. Detesto a la familia de Tomasín, que no es capaz de hacerle comprender que su afición y su actitud son deletéreas para la paz y sosiego de otros seres humanos. El presidente de la comunidad y el administrador contemporizan, inclinando su parecer hacia la importancia que la música y las artes en general determinan en el feliz desarrollo de los jóvenes, apartándolos de los tristes senderos de las drogas y la inacción social. Por tanto, los círculos de poder que rodean al joven e infamante percusionista, se inhiben en beneficio no de la víctima que sufre, sino en beneficio del que tiene en su mano la maza. Apelo entonces a los vecinos que, considero evidente y dado que todos tienen orejas, creo que funcionantes, sufren un martirio semejante al mío. Veamos: un vecino no simpatiza ni empatiza conmigo porque soy del Betis, otro dice que no quiere líos con ningún otro vecino, otro me informa que por las tardes se fuma un canuto y se pone los cascos, y el último dice que de joven tocaba el tambor  en el acuartelamiento de Regulares de Melilla y que Tomasín le trae recuerdos de su juventud. Nadie, pues, va a hacer nada por o para salvarme del niño del bombo. Todo el mundo me da y me dará la espalda, porque de alguna manera que no logro entender, soy o debo ser el culpable del conflicto. Es probable que yo sea un fascista intolerante y desabrido, insensible y paidofóbico, asocial, misántropo, incluso peligroso y susceptible de ser investigado o, cuando menos, vigilado. No hay que ser el más listo de la clase para ver en esta mi historia (mi historia con Tomasín) un símil a pequeña escala de muchas de las terribles cosas que nos están pasando a todos. Ahora todo es más complicado, seguimos identificando a los culpables, sabemos todos quién es el que toca el bombo, pero algo ha sucedido, el percusionista ya no se esconde, tiene apoyos donde antes no los tenía, hay interesados que le lustran la maza con manteca y teóricos que le escriben nuevas partituras. Con todo esto el chico se envanece y asume la idea de un futuro de tambores y bombos cercanos, un nirvana de estruendo reiterado y eterno. No creo que nos estemos acostumbrando, no creo que el pum pum acabe convertido en el tic tac de nuestro reloj vital, no lo quiera Dios. Yo sí tengo miedo, miedo a volverme loco de impotencia, miedo a que un día no pueda más y estalle, y reviente a puntapiés el bombo y al dueño del bombo, el muchacho que con tanto denuedo, impunidad y alegría me martiriza.

          Es por todo lo que acabo de referir por lo que me siento muy irritado no ya con Tomasín (o no sólo), sino con todo el ámbito que rodea al joven músico, con todos aquellos personajes que jalean su actividad, con los que se tapan los oídos (sordos voluntarios), con aquellos que lo ven como un símbolo de no sé qué revolución, con aquellos a los que todo les produce risa, en fin, ... me siento irritado con la vida en general, o al menos con esta vida tan molesta e irritante que nos ha tocado vivir.

413. La prisión de Piedra Hincada


          Las gentes bravas de Murcia, la rudeza de Navarra, la sorna medieval de Melilla, la síntesis de astucia y rebeldía leonesas, el abigarrado letargo andaluz, la concupiscencia cristiana de Valencia, el almíbar moral de Vasconia, la tibieza seminal de los gallegos, el genio crepuscular de Extremadura, la elegante dependencia castellana, el arsenal de ditirambos ceutíes, la prosapia clandestina balear, el síndrome brutal de La Rioja, la puya agreste aragonesa, el clamor de leche cántabro, la mente polinésica de Las Canarias, la enjundia de arcabuz de los astures, los canales tremendistas de Madrid, la meliflua jalea catalana.
          España como puzle hierático, como granos de mijo en sonaja de un dios tan moro como cristiano, España como pastel de vilipendio trufado de gigantes y cabezudos, España loca de atar con moño de charol, con tricornio de terciopelo, España catarí, templaria, masona, menos romana que ibérica, menos atlántica que índica, España sin Portugal (¡qué triste!), tan marrana como judía, tan bereber como goda, llena de pústulas exquisitas, crisol de miasmas flamencos e insectos visigodos, España de blasonado canto y clerecía informe, España de geometría alocada, de suburbios de guirlache, de nauseabundos villorrios, España de gitanos muertos por payos muertos por gitanos leves.
          El cisma que no cesa, la baba calentita que pendula o pendulea o que pende de la comisura bobalicona del preboste que mira endiosado las tetas de la diosa contraria a su acervo ideológico. Es la España de la cisura incesante, que divide el cuerpo eclesial, el cuerpo y la fuerza de seguridad del Estado de Buena Esperanza y Caridad, el cisma del Cuerpo Presente, la escisión de los Cuerpos de Bomberos de las diecisiete Comunidades y de las dos Ciudades Autónomas, el cisma del Toro, del Fútbol, el cisma de la Eurovisión de los pueblos de Europa, de la Europa como proyección neurótica de esta Noción de Nociones Encontradas sobre el concepto de Nación (cuando los más tontos del lugar saben y conocen que una Nación es un concepto que mezcla estos cinco elementos: 1) Dios. 2) Un poquito de bechamel. 3) Los leotardos sudaditos de Tania Doris. 4) Un mal cuadro del Tintoretto, y 5) Un gin-tonic, por favor). Y lo demás son monsergas de extrarradio. La revolución no llegó a esta piel de toro (miel de loro, pie de oro, hiel de moro...). La revolución sigue sin llegar. La revolución no llegará, porque no fuimos, ni somos ni seremos revolucionarios, igual que tampoco somos profetas ni posibilistas ni gimnastas, ni siquiera somos aquello que están ustedes pensando. Entonces, ¿qué somos?
          Respuesta: NO SOMOS. Así es (o asinés). El español no es ni lo va a ser nunca, porque nunca ha sido. Este afán histórico por ser nos condujo siempre a la barbarie. En las etapas menos ontológicas de estas coordenadas geográficas que habitamos, los conflictos habituales se serenaban y la disarmonía de los pueblos integrantes (intrigantes) se diluía a ojos vista de manera pacífica, hasta que un exabrupto de afirmación ensoberbecida surgía en cualquier boñiga feudal o estamento de poder y otra vez nos embarcábamos en disputas sin fin por querer ser alguien, por ideas de reconocimiento internacional, y de nuevo nos sumergíamos en el viscoso puré de las determinaciones nacionales o nacionalistas y llenábamos de muertos las vías romanas, los pasos fronterizos austrohúngaros y las trochas de la Penibética. En este caldivache sociopático nos desarrollamos los celtiberos, pueblo ingenuo y perdulario, de una indolencia infinita y de inconsecuencia lacerante. 
          El día que aprendamos a no ser, a que no siendo, seremos, otro gallo nos cantara. 

6.12.17

412. Jaula de lobas


          Ya falta poco para volver a empezar. La noria de los días sin freno y las noches entrecortadas de ansiedades sin fin, pero hay que continuar, seguir escalando la montaña sin cumbre que es la vida. Probablemente el buen humor vendrá de nuevo, sin que haya que llamarlo, vendrá por sí mismo para restañar las fisuras dolorosas de las jornadas, no por rutinarias menos extrañas. Habrá que empezar con los dispositivos torturantes con los que, en el fondo, nos gusta ornar nuestra vida, el añadido al ya lacerante afán de las cosas. Seguir con la codicia de ensanchar un poco más lo que ya no tiene más distensión, seguir hasta el peligro de la rotura. Somos héroes de la nada y lo somos cada vez que sostenemos una mirada indebida, una acción que nos somete, una palabra no debida. Somos la resulta de improbables ecuaciones, cuyas proposiciones nos las ponemos nosotros mismos cada mañana, como un deber más a añadir a los que ya nos propone la misma mañana. Verdugos de nosotros, solicitamos y nos concedemos de continuo la auto-decapitación por un prurito o instinto de penitencia que va más allá de una punición moral. Nos queremos poco y mal. La risa, ese afán hueco, se reviste en nuestros corazones con lo primero que pilla, como si el corazón fuera, que lo es, el armario donde todo va a parar, y de él sacamos la ropa para vestirnos en cualquier ocasión, la mayoría de las veces con la talla inadecuada y los colores discordantes, a veces equipándonos con vestiduras impropias para el clima o la época que corresponde. Así pues, vamos por la vida con una risa muy falsa, vestidos para la ocasión de cualquier manera, culpables y en el fondo muy tristes por no saber por qué. Tras esa franja temporal, tras el interrregno del descanso laboral anual que nos privilegia del resto de la humanidad, nos sometemos de nuevo al imperio de lo absurdo en este bucle productivo de una vida sometida y alienante que nos conducirá al cabo del tiempo a otro tipo de descanso muy temido, pero eterno. Mientras tanto, comprobemos, sigamos comprobando, la fortaleza de nuestro temperamento, la solidez de nuestra naturaleza y el vigor de nuestro carácter enfrentando los diarios fallecimientos, las numerosas muertes diarias a que nos sometemos gustosos, porque alguien nos ha dicho que la vida es sufrimiento, un valle de lágrimas, el largo y tortuoso camino o un proceloso mar de desdichas… El negro humor, porque el humor siempre es negro, nos hará de bálsamo, nos reconfortará bajo su ala oscura, nos armará con el látigo de la ironía y el arcabuz del sarcasmo, para luchar día a día con las ridículas quimeras del mundo, el demonio y la carne.

411. Suprema lividez


          Vivo desmemoriado, sin islas donde perderme ni lunas que me aclaren el lugar de donde vengo. Vivo desarraigado e inerme, acostumbrado a los ritos ajenos que me enmudecen e irritan. No hay estancia acogedora y los postigos chirrían siempre tras de mí en una sinfonía terebrante, ríspida, pero aun así, persisto en vivir como la gente normal que me rodea, vivir como todo el mundo, como el orfebre de la esquina o la prostituta del andén, deseando las mismas quimeras y aborreciendo los mismos grumos de esta polenta carcelaria que es la vida. Soy igual porque quiero ser igual y soy distinto porque quiero ser igual. Ser como ellos, al menos intentarlo, me da derecho a la posesión del carnet del club, es lo que ellos quieren: si no eres como ellos, al menos has de desearlo con todas tus fuerzas, que te vean el deseo borbotear por las comisuras de la boca. Cabe la renuncia, claro que cabe, la honrosa renuncia del héroe que enarbola la bandera de la unicidad, de lo disímil, de la diferencia, de lo equívoco. Pero no quiero ese gallardete de distinción, quiero la grisura de la masa, sentir como y con ella, resaltar nunca, sobresalir jamás, entreverarme siempre. Enfrentar el sino de la medianía enloquece a mis congéneres y a mí me enloquece no poder felicitarme con ella, detesto lo que tengo y añoro lo mismo si no lo detestara. Quiero la felicidad que merezco por asumir sin felicidad lo que tengo, merezco y deseo. Soy, quiero ser y quiero cobrar por ello, es mi suerte, pero es mi desgracia ser, querer ser y sentirme mal pagado por ello. Ni renuncia ni vendetta, sólo la incomprensión de la nube que existe en un cielo azul sin nubes. La memoria me ralea el alma con su diáspora frecuente, me domina en el tablero a veces, la domino entre las sábanas a menudo yo, y en tablas predominamos casi siempre en un mirarnos de reojo y sonreírnos con malicia, como viejitos en el último mirador del sendero. Siento el gris de las auroras como si fuera el deflagrar de los oros y bermellones del crepúsculo marino, lo que reverbera sucumbe en mí, lo que el estruendo erige lo tunde el habla quedo del pensamiento propio, no tiento a la tristeza ni la invoco, no irrito ni provoco la pesadumbre, no presiento la agorera servidumbre de la muerte, solo esquilo la pesada obligación de tener que ser algo, y aunque puede ser verdad que deseo ser algo, me obligo a ser alguien y eso ya se me hace un mundo de dificultad. “Alguien”, ¿qué será eso? A mí alrededor veo algos con aspecto de alguien, pero sólo son móviles alguien que ni saben lo que son ni se lo plantean, ni son menos o más felices por ello. Son como yo, pero menos, (quizás pero más), no sé ni me importa, o me importa lo que les importo yo a ellos, que sólo son lo que me imagino que son y que en nada coincidirá con lo que ellos piensan que son ellos mismos. Las coincidencias existen en la medida en que un abedul de Sajonia coincide con un rizo de la trenza de Benizia Trahoré, la viejísima zahorí de la tribu de los Gnemas de Yerbuti, que considera los acuíferos del subsuelo de su tierra como las venas del dios Vendhé, el dios más antiguo que conoce la gente de allí, gentes que son objetos del paisaje, gentes que no se consideran habitantes del paisaje, sino cosas, objetos, se saben y se reconocen como algo que el paisaje destila, como pudiera destilar enjambres de moluscos cristalinos o estertores de ungulados lejanos o sismos de endiablada concreción.
          Pero, como ya dije, yo soy un ente normal, algo desmemoriado y ajeno al orden vital del cosmos nefando que me rodea, pero normal, al menos eso es lo que el algo anímico que tengo dentro de mi algo mortal me dice que soy. Pensaré “mi alguien” como la anormalidad del algo que casi todos los objetos o entes inanimados tenemos.
          Que Vendhé os colme de dicha plena.
          Que Vendhé me colme, aunque sea de dicha.