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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



25.11.14

339. Ocasiones Machuca


          La frontera..., siempre la frontera..., y más allá, el lugar donde sé que nunca voy a ir, porque si fuera, la frontera perdería su razón de ser, sería otra cosa, algo sin alarmas, sin rigores, sin angustias, sin vacíos, sería un frondoso matorral cubierto con el polvo infinito del desierto, no sería nada. La frontera es siempre la misma, con sus lujuriantes rododendros de alambre espinado, con sus eucaliptos turriformes plagados de ametralladoras, con sus nopales florecientes de focos solares, que dominan con sus conos encendidos los límites de la vida fronteriza. La frontera me detiene, me dispara y me alumbra en la huida invertebrada, anómala, falsiforme y reptante. Juego con ella, la engaño haciéndola creer que mis agallas son de acero templado y que aquí estoy para socavarla e inutilizarla en su función separadora; para nada, sin embargo, porque mis agallas son de cabello de ángel y las mariposas se posan en ellas como si lo hicieran sobre los pétalos de un jacinto color cobalto. Ella cree en mi valor, cree que eso existe, que estoy lleno de esa cualidad de dioses, héroes y guerreros, considera que mi valor me ha llevado a estas coordenadas limítrofes y que me dispongo a atravesar su esencia, su fisicidad, pero lejos de eso, muy lejos, tan sólo estoy aquí para sacar a pasear mi Cobardía, mi Pusilanimidad y mi Indolencia. Lo de más allá es para otro tipo de hombres; allende las fronteras se hallan los conceptos, los sistemas, los divinos artificios del arte, la paz duradera de los tenues momentos acertados, las voluntades graníticas, los aromas de lo venal, las caricias de lo eterno y sobre todo está el amor. En este lado de la frontera en que me encuentro me acompaña el rosario de dolores que sostiene al que no empuña el fusil de asalto, las tres perritas nombradas a las que paseo para que orinen y defequen muy cerquita de los muros de vigilancia, me acompañan también unas personas muy parecidas a mí, pero que no me dirigen la palabra ni yo se la dirijo a ellas. Aquí estamos muy solos todos, no formamos grupo, nuestras afinidades se suscriben en un pliego de descargos emocional, que acaba o se traduce en un simple mirarnos de reojo con cara de asco y en acelerar discretamente el paso para disponernos a una distancia lo más alejada posible de cualquiera de nosotros. Bueno, aunque los verdaderos conceptos están al otro lado de la gran valla, aquí nos arreglamos con algunos símbolos, ciertos rituales y cuatro o cinco mitos de andar por casa. Veneramos, por ejemplo, los muertos ajenos, nunca los propios. Nuestros pensamientos son breves, poco espontáneos y disolutos, y nunca llevan a ninguna acción, a ningún deseo, ni a conducta de vida alguna. Gastamos nuestros escasos salarios en todo aquello que nos haga parecer diferentes, disímiles, compramos la otredad al precio que podamos pagar, a veces la robamos y nos alejamos con ella corriendo por el sotobosque y los oteros colindantes, hasta que nos topamos con las alambradas que nos traen de vuelta a la realidad de nuestra vida. De cualquier forma, al menos en mi caso, no creo que deba llorar por lo que hay allí detrás, sólo conozco de oídas lo que dicen algunos, aquellos que fueron y volvieron, pero no me creo nada. Cobardía, Pusilanimidad e Indolencia mueven el rabo todos los días cuando las saco a que hagan sus necesidades muy cerca del Otro Mundo.

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