Me cago en todas las folclóricas vivas y muertas. Me cago en todos los políticos muertos. Me cago en todos los político folclóricos vivos. Me cago en las políticas de vivo folclor y me cago en la muerte de la política. También me cago en los vivos que bailan con muertos y en los muertos de la política folclórica.
Siento llegar a este punto de escatología ecuménica y de apostasía omnívora, pero es que ya todos los seres del intrarradio estamos hasta los bermejales de tanta circunstancia, de tanta moral de cagarruta, de tanta lejía anímica y de tanto estertor ultramontano. Si la muerte por empalamiento es necesaria, pues bienvenida sea y barramos con ligereza los rastrojos del camino, para que acceda con limpieza y prontitud. Si han de venir los lasquenetes, los tanquistas del Volga o la guardia suiza a poner un poco de orden en estos diecisiete poblados de mierda, pues que vengan con entusiasmo homicida, y si esta finca de catetos sin fin ha de venderse, pues que empiece la subasta de una jodida vez, que el martillo suene pronto, que suene raudo a la primera puja, que por muy infame que sea su cuantía, siempre será cien veces más generosa de lo que esta tierra de paisanos ladilleros se merece. Que nos compre cualquiera, el sucio moro, el manflorita francés, el britano asqueroso, el cruel tedesco, el obtuso yanqui o el seboso portugués, es lo mismo y da igual, cualquier patrón que nos esclavice sera bendito, si nos libera de la hedionda mugre, del mucilaginoso esmegma que segregan nuestras urnas venéreas, y que emplazan en las cotas del poder omnímodo a las mayores heces intelectuales que este solar de ratas va generando década a década por todos los rincones de este estercolero medieval de copla y rezo. Cada pedazo de la historia de la bosta patria es un mensaje nada cifrado de la crasa imbecilidad que nos acogió en su seno desde que el primer descerebrado celta o el primer baboso ibero puso sus putos pies es estos sulfúreos parajes ahítos de conejos, serpientes y demonios. Ni un solo día ha pasado desde hace tres o cuatro milenios sin que un habitante de estas terribles tierras no haya mancillado la naturaleza humana con alguna acción vergonzosa, con alguna conducta anómala o directamente deletérea para sí mismo y para el resto de sus tribales congéneres. Esta mierda de país, así, sin ningún tipo de ambages, sufre en la actualidad la mayor debacle material, intelectual, ética, cultural y, sobretodo, espiritual de su triste historia. Sus causantes no han llegado del confín de la galaxia, son vecinos nuestros, sus caras nos han sonreído en alguna ocasión en el ascensor, se han tropezado en el metro con nosotros, somos ellos, han crecido con nosotros, les hemos empujado a sus puestos celestiales, les hemos alabado sus oropeles y nos hemos dejado mecer con sus palabras de terciopelo. Hemos hecho la colecta para la compra de la bomba que les hemos regalado, se la hemos envuelto en papel de celofán, se la hemos ofrecido con cariño, y ellos la han utilizado.
Están arriba, hacen lo que quieren, no son decenas, no son cientos, son miles, somos ellos, no debemos rasgarnos ninguna vestidura, que mañana nos puede hacer falta; se acerca un frío invierno; nadie nos va a salvar de ellos, nadie nos salvará de nosotros mismo, ni de nuestros empavonados espejos que colocamos en el firmamento.