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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



12.11.14

337. La tos


          Un chino me dijo una vez que yo necesitaba expulsar los demonios que, desde lejos, se veía que llevaba en mi interior. ¿Cuánto de lejos?, le pregunte. Dos li (1152 metros), me respondió. ¿Y cuántos demonios ves en mi interior?, le pregunté. Veo once demonios en tu interior, de los cuales uno es de la casta de Abaddon (el destructor), dos son congéneres de Dybbuk (el diablo judío), otros dos son de la simiente de Nephlim (el gigante descendiente de Caín), tres son del linaje de Preta (el demonio indio eternamente hambriento) y los otros tres pertenecen a la hermandad de Djinni (el diablo de la luz de los desiertos), me respondió el sabio chino. ¿Por qué yo he de tener en mi interior esos demonios, cuando considero que la gran mayoría de mis congéneres no tienen en su interior nada más que las consabidas vísceras y órganos que, al pertenecer a la especie humana, les son propios?, le pregunté. No es así como yo lo veo, respondió. ¿Y cómo lo ves, pues?, le pregunté. Todos llevamos demonios en nuestro interior, algunos llevan más y otros llevan menos. Tú llevas once. Lo sé porque yo poseo la capacidad prodigiosa de ver los demonios de la gente y la capacidad, algo menos prodigiosa, de saber contar, lo que una vez unidas ambas capacidades me otorgan la absoluta certeza de saber que vas por la vida arrastrando en tu interior la rémora de, exactamente, once demonios, me respondió el sabio contador de demonios de la China. ¿Se puede decir que soy un ser humano desdichado por llevar ese ingente número de demonios en mi interior, ingente, al menos, para mí, ya que no tengo probabilidad de comparar mi número de demonios con el número de demonios que albergan los demás, dada mi falta de esa habilidad tuya de contar demonios?, le pregunté. Puedes estar tranquilo, pues aunque sería conveniente que fueras por la vida sólo con un demonio en tu interior, la mayoría de tus compatriotas, de tus paisanos, de tus coetáneos, de tus camaradas, de tus correligionarios, de tus compañeros y de tus parientes, lleva un promedio de veinticinco demonios, así que puedes estar, si no orgulloso, sí al menos moderadamente complacido con tu carga, me respondió mi chino interlocutor. Se me ocurre una nueva pregunta, le dije. Pregunta lo que desees, me dijo a la sazón él. Entonces yo le pregunté: ¿existe una contrapartida angélica que contrarreste o equilibre el fiel de la balanza en cuanto a potencias o fuerzas del bien antagonistas de estos diablos interiores que pesadamente portamos los seres humanos?, es decir, ¿hay tantos ángeles como diablos en el interior del hombre?, es decir, ¿acojo en mi interior once ángeles que compensan con su bondad el mal que producen mis once satanes? Oh, sí, te comprendo; sé lo que me quieres decir. Efectivamente, algo de eso hay, pero no es tan sencillo. El poder benéfico de un ángel es muy pobre en comparación con el poder de perversión del más obtuso y simple de los demonios. Para que te hagas una idea, te digo que para compensar o neutraliza a un Abaddon se necesitarían once mil querubines, querubín más o querubín menos. Y sin mencionar el hecho de que cada día está más en entredicho la misma existencia de los ángeles; no así la existencia del demonio, que se enraíza con más fuerza y solidez a medida que las pruebas de la misma, de una irrefutabilidad plena, van sucediéndose, me respondió el experto chino. Y volviendo al principio de nuestro diálogo, ¿qué he de hacer para expulsar estos once demonios de mi interior y convertirme de esta manera en un ser más puro, bueno y bello?, le pregunté. Él me respondió: como ya te dije poseo dos capacidades, la de ver los demonios interiores de los seres humanos y la de contar. Pero no te dije que además tengo una habilidad. Ésta consiste en saber expulsar los demonios del cuerpo de las personas que me encuentro por el camino. Llevo ciento once (111) yuanes por cada demonio expulsado. De esta manera, por mil doscientos veintiún (1221) yuanes, te exorcizo plenamente. Pues entonces, sabio caminante, ya te puedes ir a chuparla, le contesté.