Estoy leyendo un libro que, literalmente, se me cae de las manos, su título es "El Languedoc, una aproximación a la idiosincrasia de su folclore", pesa sesenta y dos kilogramos y su portada es de color azulito claro, del mismo tono azulito que las camisetas caladitas que me llevo en la maleta cuando parto en los veranos con mi madre hacia el norte de la Sierra del Cardenillo.
El amante nº 121 de mi abuela Loles se llamaba Sefarín Marnítez Gonlázez. El nº 11, en cambio, se llamaba Serafín Martínez González.
Me gusta la música disco como a Tronquito Narváez las mineras que cantaba el Niño del Candil de Carburo, eminente cantaor de La Unión, que bordaba no sólo las mineras, sino los pañitos higiénicos de su madre y sus hermanas, las famosas Unioneras Unidas, aquellas célebres felatrices levantinas de grato recuerdo.
Iba por el monte cogiendo alelíes (alhelíes), llegando a obtener una cifra exagerada de ellos allí, en el monte, de alelíes (alhelíes), allí en el monte, sí, alelíes (alhelíes), en el monte, exactamente, alhelíes, muchos, una enorme cantidad de alelíes (alhelíes), justamente en el monte, donde había muchos de ellos, de alelíes (alhelíes), ya hay menos.
Si no divago por entornos surreales, si no vago entre nubes imaginadas, si no me sumerjo en la nada estrambótica del sinsentido, del humor desgarrado (desgajado) de la razón, entonces me sobreviene un pedazo de muerte, como una náusea imposible de detener, que me deja una amargura quemante y entonces las palabras arden como asfalto al sol y la vida, mi vida, se resuelve en un coágulo amargo, muy amargo y tenaz.
La poesía de los poetas conceptistas era muperoquemubonita.
Aquellas poblaciones de La Pampa, las limítrofes con la región uruguaya del Porompé, aquellas que son subsidiarias de los afluentes del margen izquierdo del río Amacoco, las regiones que a perpetuidad son pignoradas por las autoridades tanto argentinas como uruguayas, aquellas poblaciones pamperas asoladas por el grito del yuní y el silbo del tocuyo, todas esas regiones, a mí, mayormente, me la soplan.
- Buenos días, Dimas.
- Yo no soy Dimas.
-Yo sí soy Luis.
El labio leporino que tienes tú, que todos tenemos, que sobrellevamos con discreta discreción y una cierta parsimonia no exenta de bellaquería, es un castigo por los pecados que cometimos con las sacerdotisas del economato. La sangre derramada se nos transforma en hendidura del labio superior y no podemos operarnos porque la iguala no nos cubre las cosas de cirugía plástica, así que seguiremos sin poder tomar horchata con pajita.
Hace frío en la trinchera. Y eso que ya me han pegado tres tiros en la cabeza. Esta guerra no va a acabar nunca. Hoy he matado bastante. He comido pan duro verde y un sopicaldo con cosas que se movían, azules. Me he fumado los restos mortales del cabo Volkmann. He orinado sangre. Le he escrito a Sonja una carta, pero se me ha manchado con un sesito que se me ha salido de la cabeza.
El blues de la gallina, el blues de la gallina, el blues de la gallina. Chicken blues, chicken blues, chicken blues. El blues de la chicken, gallina blues. Chicken broth (Caldo de gallina).