Acuden a mi memoria como vencejos, como agujas de fresno, como aromas de camomila, los días añejos de mosto y cante, de pirita y brezo, de sudor y fuego en la abierta mina de mi lejana juventud. Porque (¡qué lo sepa el mundo entero!) ¡yo..., yo soy minero! Llevo la mina dentro como otros llevan dentro el horno o el acerico. Desde muy niño, desde el útero materno (fuerte vínculo simbólico-metafórico para un futuro barrenero) quise adentrarme en los laberintos multiformes de la Madre-Tierra, para ir socavando el misterio telúrico de su pétrea y magmática profundidad. Quise adentrarme, incriminarme en la penetración a bocajarro de mi cuerpo velludo en la frontera mineral del planeta, como otros introducen la masa en el horno o el alfiler en la pieza de tafetán. Porque (¡qué lo sepa el mundo entero!) ¡yo..., yo soy minero! Mi padre siempre quiso que yo fuera cocinero, sobre todo a raíz de cierta ocasión en que contando tan sólo 2,8 años de edad, elaboré un suculento arroz con habichuelas que aún recuerdan los comensales y que me valió el beneplácito del señor cura, don Balbino, el mismo sacerdote que un día le pidió permiso a mi madre para llevarme de excursión a Riotinto, donde quedé prendado para siempre por la atmósfera minera, por los barrenazos que enturbiaban de ondas brutas el caliginoso aire de la sierra y por el ferrocarril inglés que traía y llevaba el mineral por aquellos parajes inhóspitos, bermejos y bellos. Ya entonces deseché los fogones, y la mina minó mi espíritu como imagino que el horno horneó el corazón del panadero y las agujas enhebraron el alma del sastrecillo. Porque (¡qué lo sepa el mundo entero!) ¡yo..., yo soy autista!
+
FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.