Hace más de trescientos años que
no necesito. Parece mucho tiempo, parece incluso demasiado tiempo para un
jinete sin yegua o sin rocín matamoros. Dejé, simplemente, de necesitar. Hace
trescientos mil años el mundo estaba tan necesitado como lo está ahora y lo
estará siempre:
Los pianos necesitan siempre afinadores judíos o gentiles.
La araucaria no es araucaria sin los vientos yucatecos.
La Sibila se ayuda de los enigmas para lavar las sayas del misterio con
que cubre sus blandos pechos.
El coro de la Fuensanta necesita ser escuchado en Palacio para subsistir
un lustro más sin miserias añadidas.
La luna de agosto ha de acalorarse con las briznas que el sol va dejando
como hilachas en las puntas de los cipreses agostados.
Todos estos ejemplos aquí expuestos son para ilustrar la infinita red de
necesarias circunstancias que el mundo tiende sobre las olas del mar de la vida
para solicitar de la deidad correspondiente el influjo de su mirada en aras a
la consecución de un fin que cubra las carencias del cuerpo y del alma humanos.
"Pedid, Hermanos, y se os dará". Esto no lo dijo uno que estaba
arando en un cortijo, ni mucho menos, esto lo dijo uno que en su vida había cogido
una azada y sólo visitaba las haciendas de los millonarios del Cono Sur para
cazar niños vivos con honda. Este Dios malo es al que pedimos (al que pedís
vosotros, yo, como ya sabéis, no necesito), al que pedimos, decía, todos los
artilugios que necesitamos para la construcción de esa virtual demolición de la
razón que llamamos felicidad. El Dios malo no es el demonio, ojalá lo fuera, es
el trasfondo del saco marsupial del Dios bueno, su anacoluto, su frase sin
terminar. Su trabajo responde a nuestras súplicas. Nuestras súplicas responden
a la inoperancia e ineficacia de su proceder arbitrario, y así nos va, y así le
va de bien al Dios bueno y misericordioso, que medita a espaldas del proceloso
enjambre de peticiones, errores administrativos áuricos y celestiales, aunque
pensándolo mejor, Dios (el bueno) no medita, ojalá hubiera meditado como sí lo
hizo Satanás, como así lo lleva haciendo millones de siglos, indagando cuál fue
su error, cuál su falta imperdonable. Otro imbécil universal este demonio nuestro,
que está en los infiernos sin albergar en su ardoroso pensamiento que su
también universal error fue el hecho de necesitar: el anti-Dios necesitando,
¡por Dios! Un dios (o su sombra contrapuesta) no necesita, hasta ahí
podríamos llegar. Concedería admitir que un dios-mito (Hefesto, Hermes,
Afrodita...) necesitara algo y que luchara y sufriera por ello, pero Él, el
Dios de verdad no necesita, es una verdad ontológica poco comprendida. Yo, en
el fondo un agnóstico pleno, sólo creo en mí, soy un Dios a mi manera que dejó
de necesitar hace varias centurias. Mi nombre es Currito, Currito Pérez y
Pérez. Exacto, soy el Ratoncito Pérez, la única deidad real de la que podéis
tener constancia absoluta.