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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



4.1.14

301. El baile de la Reina (Mix feat. Erykah Badu)


          Hace más de trescientos años que no necesito. Parece mucho tiempo, parece incluso demasiado tiempo para un jinete sin yegua o sin rocín matamoros. Dejé, simplemente, de necesitar. Hace trescientos mil años el mundo estaba tan necesitado como lo está ahora y lo estará siempre: 
          Los pianos necesitan siempre afinadores judíos o gentiles. 
          La araucaria no es araucaria sin los vientos yucatecos. 
          La Sibila se ayuda de los enigmas para lavar las sayas del misterio con que cubre sus blandos pechos.
          El coro de la Fuensanta necesita ser escuchado en Palacio para subsistir un lustro más sin miserias añadidas. 
          La luna de agosto ha de acalorarse con las briznas que el sol va dejando como hilachas en las puntas de los cipreses agostados.
          Todos estos ejemplos aquí expuestos son para ilustrar la infinita red de necesarias circunstancias que el mundo tiende sobre las olas del mar de la vida para solicitar de la deidad correspondiente el influjo de su mirada en aras a la consecución de un fin que cubra las carencias del cuerpo y del alma humanos. "Pedid, Hermanos, y se os dará". Esto no lo dijo uno que estaba arando en un cortijo, ni mucho menos, esto lo dijo uno que en su vida había cogido una azada y sólo visitaba las haciendas de los millonarios del Cono Sur para cazar niños vivos con honda. Este Dios malo es al que pedimos (al que pedís vosotros, yo, como ya sabéis, no necesito), al que pedimos, decía, todos los artilugios que necesitamos para la construcción de esa virtual demolición de la razón que llamamos felicidad. El Dios malo no es el demonio, ojalá lo fuera, es el trasfondo del saco marsupial del Dios bueno, su anacoluto, su frase sin terminar. Su trabajo responde a nuestras súplicas. Nuestras súplicas responden a la inoperancia e ineficacia de su proceder arbitrario, y así nos va, y así le va de bien al Dios bueno y misericordioso, que medita a espaldas del proceloso enjambre de peticiones, errores administrativos áuricos y celestiales, aunque pensándolo mejor, Dios (el bueno) no medita, ojalá hubiera meditado como sí lo hizo Satanás, como así lo lleva haciendo millones de siglos, indagando cuál fue su error, cuál su falta imperdonable. Otro imbécil universal este demonio nuestro, que está en los infiernos sin albergar en su ardoroso pensamiento que su también universal error fue el hecho de necesitar: el anti-Dios necesitando, ¡por Dios!  Un dios (o su sombra contrapuesta) no necesita, hasta ahí podríamos llegar. Concedería admitir que un dios-mito (Hefesto, Hermes, Afrodita...) necesitara algo y que luchara y sufriera por ello, pero Él, el Dios de verdad no necesita, es una verdad ontológica poco comprendida. Yo, en el fondo un agnóstico pleno, sólo creo en mí, soy un Dios a mi manera que dejó de necesitar hace varias centurias. Mi nombre es Currito, Currito Pérez y Pérez. Exacto, soy el Ratoncito Pérez, la única deidad real de la que podéis tener constancia absoluta.