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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



6.1.14

303. La misma miasma de la marisma menudea la medianía de la línea media del medianero horizonte


          La expectación es un estado del alma, el estado anímico más medieval de los tres que el alma tiene. La Edad Media, a medida que avanzan los estudios, se descubre como una era, harto vasta y lata, de una soterrada y latente expectación. Según el diccionario lexicográfico de la RAE, la palabra expectación proviene de la alocución persa bashimi-gareh, que significó: Pechos como dunas de arena ardiente; de aquí se transformó en shimig-ar, por doble elisión de las consonantes transpalatinas, y, por último, se transformó en la palabra actual, expectación, por aféresis vocálica y consonantización bimembre. Pero ya sabemos por experiencia que los orígenes de las palabras, como el origen de los dioses, es algo que mueve pocas ruedas de molino. Por ello, la expectación que sintieron en el siglo XI los habitantes de Europa no estaba consagrada a la palabra ni a Dios, sin embargo, sí estaba consagrada a la Palabra de Dios. Dios es esperanza, expectativa, enigma y misterio. Pero esto, sólo en Europa, que es donde ocurrió propiamente el hecho medieval. En Asia, Dios era y es pétalo, aroma, sangre y fuego; en América, Dios era y es frontera, exactitud, moneda y furia. En los continentes restantes, Dios se halla en la fase II de construcción conceptual colectiva.
         
          Los otros dos estados del alma están aún por ser descubiertos (se continúa con la idea absurda de que son tres los estados (?!?!)), aunque los trabajos de campo están ya muy avanzados y, poco a poco, se van vislumbrando algunas potencialidades por demás insospechadas (nada medievales, por cierto y por otro lado). En una audaz avanzadilla intelectual me atrevería a pronosticar que, si no la primera, sí la segunda, el aburrimiento iterativo tiene muchas posibilidades de alzarse con el primer o segundo premio, porque ya sabemos que la expectación, en el fondo, aburre (no así la esperanza, que más que una nominación filosófica es un instrumento más de la poesía). El aburrimiento, más si abunda en el eco repetitivo de nuestra rutina sideral, será más que un atributo a medida que transcurran los siglos y adquirirá sin duda los ornatos y galones de un auténtico estado del alma.

          Del tercer y último componente poco podemos avanzar sin caer en la especulación o directamente en el ridículo. La sinrazón, la pasión, el amor profano, la lírica, el odio... Todos ellos podrían justificar la posesión de su parcela en el alma humana, en esa trinitaria sede lúgubre, recóndita y fría del hombre, donde suceden pocas cosas en realidad, o mejor dicho, donde ocurren siempre las mismas cosas. Yo elegiría la sinrazón, principal baluarte del ejercicio cotidiano del hombre y acrisolada costumbre de su pensamiento y de su mismo proceder. 

          Expectación, aburrimiento y sinrazón formarían, pues, los pilares fundamentales de esa catedral de humo y nube que llamamos alma y que nos unifica (o diversifica) en uno o varios puntos del tiempo y el espacio.

          Ahora me voy abajo, a los billares, que he quedao con er Paco y con su primo er Quique.