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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



6.1.14

304. Ayer me fui de casa


          La fiesta terminó en parada militar. Los dos grupos de institutrices formaron en escuadras enfrentadas: las francesas a un lado, las inglesas al otro. Entre ambos grupos se colocó el contenedor de la anguila y, colgando del artesonado de vigas del techo, se balanceaban, como badajos exentos, los numerosos y diversos saxofones sustraídos de las sinagogas. Durante la fiesta se había comido y bebido, y se habían expresado los poetas seleccionados; y habían bailado los danzantes de todas las regiones y de todos los poblados; y habían ejecutado sus malabares los artistas más ágiles de los dos circos confederados; y los alcaldes convocados este año vistieron sus mejores y más entorchadas galas y adornaron sus tripudas barrigas con las astas de plata votivas y los pequeños huesos de marmota. Todo, en fin, salió a pedir de boca, como todos los años.

          Para más adelante dejo el relato del genocidio; dejo también para luego los resúmenes de mi bien documentado estudio sobre la libertad de los oprimidos y de mi no menos documentada tesis sobre la secularización de las procesiones de Pentecostés. Me duele mucho la barbarie, me duele en el alma, pero es que al ver los mofletes de estos niños, apenas judíos, se me enternece la fibra vital; rezuma en mi pecho la melancolía al contemplar esta tierra negra, húmeda y vetusta; mi corteza cerebral pierde sus circunvoluciones y me deja con el seso liso y sin ganas de nada. Ya sólo leo viejas novelas del oeste y me alimento exclusivamente de hierbajos, también del oeste. Hay días que me confunde la luz y me leo los hierbajos y me como las novelas del oeste. Hay días que me convierto en cowboy y cruzo la pradera llena de hierbajos con otros cowboys que van leyendo novelas de sí mismos. No hay indios, pero sí batallones de institutrices enfrentadas en hangares, insultándose bajo un manto de saxofones judíos. Hay días así, y los hay incluso peores. Hay días que se levanta uno y ve un caballo entre sus piernas, y delante, una variopinta comparsa de alcaldes, poetas, malabaristas y danzarines que ríen, comen y beben sin ser conscientes de que en el centro de su aldea hay un recipiente rectangular de un metal insospechado y de un color poco expresable que contiene una repugnante y belicosa anguila negra. No lo saben, no, o si lo saben no quieren hablar de ello, porque sólo creen en la Fiesta y en aquello que revelan las infinitas novelas del oeste, que crecen en la hierba de los campos que rodean sus casas.