Sangro de miedo desde hace horas. El diablo ha vuelto y se ha arrollado a cada una de mis vísceras, a cada uno de mis órganos. Lo siento caliente y aferrado dentro de mí. Oigo su ríspida risa en mi garganta y noto cómo los pensamientos, mis pensamientos, van mutando y convirtiéndose en viscosas ratas de pellejo translúcido y sanguinolento. Siento el miedo del tiempo que he de permanecer siendo acechado, invadido y ultrajado desde dentro, tiempo que en cada capítulo es más dilatado y cuyo fin ya ni siquiera preveo. Cansado del cansancio, porque el miedo agota y aturde los reflejos del alma. Comienzo a odiar, a esconderme como la hiena en la noche, a repeler los contactos, a vomitar la bilis negra del contagio. Es la epidemia interior que va invadiendo todo lo que me rodea. Es el poder del mal que aprisiona mi esqueleto, que segrega todo un mundo de delirios fantasmales, de temores inauditos, de horrores primigenios. Es la vivencia del fin del bien, la apertura de oquedades abisales en el océano del alma. Sólo quiero no querer, ¿para qué?, de nada sirve el amor, los afectos, la maldita solidaridad que sólo cubre el hedor del miedo al fracaso y el horror al vacío que va instalándose en los sentidos lenta y cautelosamente, hasta que la sequedad de la mirada te mina cualquier atisbo de esperanza en el horizonte. Pervivo en el asfalto grotesco y vociferante, es como vivir en la blasfemia que no cesa, en la quiebra de lo bueno y de lo malo, en la ambivalencia del dolor interior y el lacerante dolor ajeno. El dolor de la vida y el dolor de la muerte. Y la idea de lo inmanente, del misterio de lo insondable, de la miríada de preguntas sin respuestas, todo ello sobrevolando cada uno de mis actos, como acariciando la idea de que existen resortes precisos, principios enzimáticos o eclosiones subatómicas que conduzcan a la justificación de la desdicha, del odio, de mi dolor y de mi inmensa cobardía. Ya no es que no busque a Dios, es que siento que es Dios el que no me busca, ya no es su inexistencia, es la falta absoluta de mi presencia frente a Él. Mientras tanto, el diablo se va adhiriendo cada vez con más fuerza y tesón a lo más hondo de mi cuerpo, exhalando todo el veneno que segrega su poder. Él sí me busca y me encuentra y siente dichoso mi presencia, mientras yo noto, devastado y aterrado, la suya.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.