A Zehna Voloshyn, lo que realmente le da asco es todo aquello relativo a lo gastrointestinal. Su novio, Osmond, regenta una afamada casquería en Foljströ, pequeña localidad al noroeste de Oslo; a Osmond, lo que realmente le asquea es la manera de hablar noruego de los daneses y su pastosidad intelectual al debatir temas de ultratumba. El asco, sépanlo, es lo que nos da carta de naturaleza humana. Sin asco no hay hombre, ni acaso mujer (aunque de esto último hablaré más tarde en otro sin par artículo). A mi vecino, Pepe Lomax, le asquean las producciones pornográficas de bajísimo presupuesto que produce él mismo con sus cuñadas, las siamesas O'Higgins, incluso le asquean más, si cabe, las producciones pornográficas de altísimo presupuesto que produce él mismo con su hermano, el Zar Nicolás. A las O'Higgins les asquea su hermana siamesa respectiva, lo que las hace divergir sus miradas 180 grados, una al Norte, la otra al Sur, dado que están unidas por las plantas de los pies. Las dos se enamoraron en plena guerra del actor Walter O. Mills que si había algo que le daba asco de verdad eran las siamesas y las vendedoras de frutos secos del mercado de Whitelands, al Sur de Londres, y no digo nada si los frutos secos eran avellanas cordobesas. A los cordobeses les asquean los sevillanos, sobre todo los que huelen a incienso, que son la mayoría. También al diputado Lucas Pastrana Valdivieso le daban arcadas cuando iba a Sevilla, pero pasó a la Historia por las grandes bascas que le producían los discursos de Castelar en el Congreso. Castelar, en cambio, mutábase en puro vómito al contemplar, aunque fuera sólo de lejos, a Pi y Margall o a cualquiera de sus familiares en primer grado. En esta malla de ascos cruzados y diversos, caben ascos de todo tipo. A mi primo Hércules le doy asco yo, bueno, en realidad lo que le asquea es mi ausencia total de granos y mi cutis impoluto, sin embargo, él a mí no me da asco, yo lo odio (o le odio, nunca aprenderé cuándo poner le o lo), eso sí, pero por razones ajenas a la propuesta temática que hoy nos ocupa. Un asco que llamó mi atención es el que le producían a Erasmo de Rotterdam los enanos alemanes, lo que provocó cismas locales insignificantes en lo social, pero muy significativos en el aspecto filosófico de sus escritos. Erasmo, que era hermano hermafrodita del navegante Robert Cooper, da fe en su obra De capitatione del asco a los enanos alemanes de manera harto pormenorizada y asaz exhaustiva. A los enanos alemanes, a la sazón poco escrupulosos, sólo le dan asco las cúpulas de Brunelleschi y los acaramelados tonos de Masaccio cuando pintaba damas tiernas de Florencia. De Florencia, curiosamente, era el mercader libanés Ananás Bula, que vivía asqueado de haber nacido en el Tirol. El asco atañe, como vemos, a ricos y a guarnicionistas, a proyeccionistas y a suníes, a metalúrgicos y a agoreros, a troyanos y a catetos de Burriana. La vida es asquerosa en su totalidad para varias sectas cínicas y gnósticas del Próximo Oriente, y también para los pueblos del Lejano Oriente: los coreanos profesan un odio cerval mezclado de un asco bilioso hacia el arte europeo de entreguerras y hacia los pastelillos de bosta malaya. Y los japoneses, para terminar, echan el bofe cuando ojean las aburridísimas revistas de poesía chilenas u hojean las aburridísimas revistas de poesía argentinas. Este recorrido por el asco mundial, por la náusea planetaria no estaría completo sin hacer mención al Asco Supremo, al asco que emana del propio Ente Divino, a la basca cósmica que provocamos en Él y que Él nos provoca. Este asco mutuo recibe eufemísticos y simbólicos epítetos para mejor llevar nuestra estrecha y tumultuosa relación. El amor, la gracia, la solidaridad humana, la caridad, la fe divina, la unción mística, la paz espiritual, el clamor kármico, la fraternidad de los pueblos, todo ello no deja de ser la bondadosa metáfora que cubre con el tul luminoso de la belleza el soberano asco perpetuo que la vida en general y el pudin de nabos tiernos en particular nos provoca a todos los humanos en general y a mi tía abuela Manola en particular.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.