Hoy quiero escribirle una carta a mi padre, pero mejor voy a limpiar de matojos el huerto, que lo tengo últimamente abandonado. Una vez acabe de limpiar el huerto, iré a arreglar con Dani la rebelión de los esclavos nubios que tantos quebraderos de cabeza le está dando a la abuela. Después quiero ir a desayunar dientes con P.P. Zhivs a su consulta (tiene los mejores dientes de Palermo, me ha invitado muchas veces, pero nunca he ido). No sé si me apetecerá después estudiar Leyes o algo, o licenciarme, o doctorarme, o casarme con alguna de las mujeres de alterne del Kino's, o quizás volverme loco y asestar uno o dos golpes de estado. Tal vez opte por visitar el Museo Podológico Itinerante o pelarme al dos en la barbería de Pinzo. Ya serán para entonces más de las diez, y espero que no llueva, y si llueve, pues mejor, así no tendré que bañar a los niños. A las diez y media (10h.30') he quedado con Mademoiselle Laforgue para ir a una sesión de espiritismo mercantil en el Círculo de Malas Artes. Si se deja, le tocaré la lengua, yo dejaré que toque la mía. Luego nos iremos al Ateneo, a escuchar con sumo interés la conferencia que dará Joaquinito sobre "las diversas maneras de tocar el laúd sin manos". Sabemos que será apasionante. Posteriormente depositaré los restos de Mademoiselle Laforgue en el cementerio laico de las afueras y me iré a tomar el aperitivo con el vicealmirante Montoya. Espero que no me líe y me tenga hasta las tantonas contándome sus masacres de payos por las Islas Galápagos. Quisiera después ir a comer pescados muertos con pan a la Brasserie de Pierre. Me gusta comer solo, si acaso acompañado de una o dos mujeres desnudas y un cuarteto de cámara con los ojos vendados y vestidos como corresponde. Me encantan los postres de Pierre. Hace la mejor compota de espinas que he probado nunca. Entonces me entrará sueño y me iré a casa a descansar. Debo pensar seriamente en casarme con algo. No es bueno que el hombre esté solo, y la casa parece vacía, no sólo porque lo está, sino porque no hay nadie cuando llego. Un día me encontré en un vertedero un enorme reostato termonuclear con todas sus tripas de amianto al aire, y me lo llevé a casa seduciéndole y atrayéndole mediante tiernas lisonjas y pequeños engaños engatusadores. Vivimos juntos dos o tres semanas de pura pasión, pero cuando la rutina de la convivencia hizo su aparición, volví a dejarlo en el vertedero donde lo encontré, propinándole, eso sí, varias patadas, porque, eso también, soy persona mala. Bueno, dormida la siesta, ¿qué hacer con el resto del día? ¡Ahá, ya está! Como es martes puede que vaya a la asamblea semanal de expertos en anclajes, o al sacrificio ritual de las madres sefardíes en el convento de las Hermanas Aguedianas. Si me apresto incluso podría hacer ambas cosas de manera consecutiva, todo va a depender de si Gregory me presta su biciclo dinámico verde agua. Y sí, ya para entonces habrán sonado las siete campanadas en el reloj del ayuntamiento. Iré a casa entonces, me ducharé con alguien que me enjabone la espalda y me pondré mis mejores galas para acudir a mi primer baile como debutante que soy. Será una noche mágica, comeré toda la empanada de pulpo que me quepa, bailaré todos los zortzikos que me apetezca con las esposas de los concejales o con los maridos de las concejalas, beberé todo el mejunje laico que pueda trasegar, y vomitaré en todos y cada uno de los setos y parterres de los jardines de Palacio. No sé cómo, pero llegaré, o me traerán a casa húmedo, ebrio y lloroso, y en el fondo muy compungido por haber dejado pasar otro día, otro día, sin haber escrito esa carta a mi padre que llevo queriendo escribir desde hace tres décadas.
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FUMPAMNUSSES!
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.
¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.