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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



27.8.11

220. Quimeriadas


          Recuerdos de Tucumán, Neruda y sus abluciones, Monterroso aguzando baúles y sospechas, Roa Bastos sucumbiendo vicuñas en la altiplanicie y, mientras, los dictadores sangrando poblaciones indígenas y sometiendo pliegos almizcleros en los depósitos de Río de la Plata o Cartagena. Wilfred Leonardo nace versos jubilosos, Florina Violeta los oye como si oyera nacer iguazúes de lágrimas invertebradas. Ambos se aman en negro y lloran letras sonrojadas que riman en el aire con otras que inventa el guacamayo irritado. La jungla de manglares retorcidos los envuelve o los protege o los aísla del demonio caliginoso del trópico. La lluvia que no cede, el zumbar de los insectos venenosos, aromas de muerte salobre, de ponzoña terrenal, de cantos lujuriosos y sagrados. La luna ya no se ve, o sólo en ciertas oquedades de la costa, a veces nubes de grisalla la fulminan y la hienden con acertijos de muerte. Murciélagos que hipnotizan a la libélula precoz, feroces linces de la noche que persiguen salamandras azules, iguanas empedradas que observan a los hombres violentos y abominables. Todo acontece y nada sucede, el tiempo vuela sólido y se vuelve viento y humo, y el verde, el verde eterno enloquece y se abisma y arremete con la niebla y con la piedra labrada de los dioses innombrables. Los ríos se descuartizan y braman la letanía animal de su historial de asedios. Se revuelven los gritos homicidas con la lava sanguínea de la tierra nunca hollada. La ceguera de Borges se va poco a poco diluyendo en la clepsidra amarilla de la sinrazón cercana, en la desintegración pausada de un continente.