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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



25.11.14

339. Ocasiones Machuca


          La frontera..., siempre la frontera..., y más allá, el lugar donde sé que nunca voy a ir, porque si fuera, la frontera perdería su razón de ser, sería otra cosa, algo sin alarmas, sin rigores, sin angustias, sin vacíos, sería un frondoso matorral cubierto con el polvo infinito del desierto, no sería nada. La frontera es siempre la misma, con sus lujuriantes rododendros de alambre espinado, con sus eucaliptos turriformes plagados de ametralladoras, con sus nopales florecientes de focos solares, que dominan con sus conos encendidos los límites de la vida fronteriza. La frontera me detiene, me dispara y me alumbra en la huida invertebrada, anómala, falsiforme y reptante. Juego con ella, la engaño haciéndola creer que mis agallas son de acero templado y que aquí estoy para socavarla e inutilizarla en su función separadora; para nada, sin embargo, porque mis agallas son de cabello de ángel y las mariposas se posan en ellas como si lo hicieran sobre los pétalos de un jacinto color cobalto. Ella cree en mi valor, cree que eso existe, que estoy lleno de esa cualidad de dioses, héroes y guerreros, considera que mi valor me ha llevado a estas coordenadas limítrofes y que me dispongo a atravesar su esencia, su fisicidad, pero lejos de eso, muy lejos, tan sólo estoy aquí para sacar a pasear mi Cobardía, mi Pusilanimidad y mi Indolencia. Lo de más allá es para otro tipo de hombres; allende las fronteras se hallan los conceptos, los sistemas, los divinos artificios del arte, la paz duradera de los tenues momentos acertados, las voluntades graníticas, los aromas de lo venal, las caricias de lo eterno y sobre todo está el amor. En este lado de la frontera en que me encuentro me acompaña el rosario de dolores que sostiene al que no empuña el fusil de asalto, las tres perritas nombradas a las que paseo para que orinen y defequen muy cerquita de los muros de vigilancia, me acompañan también unas personas muy parecidas a mí, pero que no me dirigen la palabra ni yo se la dirijo a ellas. Aquí estamos muy solos todos, no formamos grupo, nuestras afinidades se suscriben en un pliego de descargos emocional, que acaba o se traduce en un simple mirarnos de reojo con cara de asco y en acelerar discretamente el paso para disponernos a una distancia lo más alejada posible de cualquiera de nosotros. Bueno, aunque los verdaderos conceptos están al otro lado de la gran valla, aquí nos arreglamos con algunos símbolos, ciertos rituales y cuatro o cinco mitos de andar por casa. Veneramos, por ejemplo, los muertos ajenos, nunca los propios. Nuestros pensamientos son breves, poco espontáneos y disolutos, y nunca llevan a ninguna acción, a ningún deseo, ni a conducta de vida alguna. Gastamos nuestros escasos salarios en todo aquello que nos haga parecer diferentes, disímiles, compramos la otredad al precio que podamos pagar, a veces la robamos y nos alejamos con ella corriendo por el sotobosque y los oteros colindantes, hasta que nos topamos con las alambradas que nos traen de vuelta a la realidad de nuestra vida. De cualquier forma, al menos en mi caso, no creo que deba llorar por lo que hay allí detrás, sólo conozco de oídas lo que dicen algunos, aquellos que fueron y volvieron, pero no me creo nada. Cobardía, Pusilanimidad e Indolencia mueven el rabo todos los días cuando las saco a que hagan sus necesidades muy cerca del Otro Mundo.

19.11.14

338. Sé tú mesmo


          El Barón von Vatter tenía un hijo, al que todos llamaban el baroncito, menos su ama de cría que le llamaba pequeño Wulfrano, que en alemán significa cuervo blanco de Odín. El ama de cría sólo tenía un pecho, pero muy poderoso, con dos pezones, uno morado y carnoso, al que llamaba Waldo, y el otro, menos violáceo y más nervudo, al que llamaba Luther. Martha, al ama de cría, era de un poblado de Huelva, del que fue raptada por la horda renana del Barón, muy adiestrada para incursiones y razzias por el sur de Europa. La horda era liderada por el usurpador del sultanato de Omán, Vladimiro Onsbrick, alemán de madre muniquesa y padre turco, huido tras descubrirse el contubernio del sultanato, y que tras muchas vicisitudes acabó sus andanzas a las órdenes del Barón, mientras que, a la sazón, la baronesa quedaba a las órdenes de Vladimiro. Entre incursión e incursión por los poblados del sur, marchaba a menudo Vladimiro de excursión subrepticia con la Baronesa Leopolda, y perdíanse ambos por la muy tupida fronda de los bosques que rodeaban el castillo del Barón. En entredicho quedaba el honor de Von Vatter una o dos veces por semana, a veces, tres. Los labriegos y vasallos batían sus mandíbulas hasta el desencaje o luxación de las mismas al reír de manera desmedida y desaforada cuando pasaba a caballo el Barón inspeccionando sus bienes inmuebles y sus campos de labor, sus cotos de caza y sus molinos. Sonreía él también ante estas muestras de felicidad expresada por su vasallaje, que consideraba prueba del estado de bienestar que su buen hacer, su justicia y su magnanimidad reportaban en las gentes sencillas del pueblo. Desconocía el oprobio al que estaba siendo sometido por Leopolda y el siniestro mediomoro Vladimiro. Todos conocían los escarceos de la adúltera pareja menos el Barón. Nunca lo supo. Murió de unas paperas torvas un mes de agosto especialmente benévolo.
          Ni que decir tiene que el pequeño Wulfrano hablaba correctamente el árabe con acento de Constantinopla, prácticamente desde que nació.
          Al morir el Barón, Vladimiro, al que sus amigos llamaban Vlad, se trasladó con varios cientos de seguidores y varias decenas de seguidoras (entre ellas, Martha y Leopolda) a la zona rumana de Transilvania.
          Fundó una especie de logia, más que nada para divertirse, en cuyas sesiones nocturnas se reunían sus fieles y allegados, y en las que se empalaban a unos cientos de prisioneros, para luego bañarse en los ríos de sangre que manaban de sus cuerpos lacerados y comer sus vísceras y beber su sangre en un Apocalipsis orgiástico difícil de describir.
          Al pequeño Wulfrano no le gustaba nada de esto. A él le gustaba la botánica, los gusanos de seda, la sedosidad de los borceguíes, la poesía transilvana popular, el sonido de un laúd bien tañido o de un clavicémbalo bien temperado, pero sobre todo le gustaban los hombres, casi todos, y a esa pasión dedicó los pocos años que le quedaban de vida, y que aprovechó viajando por toda Europa y fornicando aquí y allá con cuanto mancebo, doncel, arriero, noble o vasallo encontró dispuesto. Murió de un chancro blando de aproximadamente un metro de diámetro en las afueras de Aubeterre-Sur-Dronne, cerca de Angoulême, un pueblito frances bonito, bonito de verdad, en el que nunca he estado, pero del que me han hablado maravillas.
       
       

12.11.14

337. La tos


          Un chino me dijo una vez que yo necesitaba expulsar los demonios que, desde lejos, se veía que llevaba en mi interior. ¿Cuánto de lejos?, le pregunte. Dos li (1152 metros), me respondió. ¿Y cuántos demonios ves en mi interior?, le pregunté. Veo once demonios en tu interior, de los cuales uno es de la casta de Abaddon (el destructor), dos son congéneres de Dybbuk (el diablo judío), otros dos son de la simiente de Nephlim (el gigante descendiente de Caín), tres son del linaje de Preta (el demonio indio eternamente hambriento) y los otros tres pertenecen a la hermandad de Djinni (el diablo de la luz de los desiertos), me respondió el sabio chino. ¿Por qué yo he de tener en mi interior esos demonios, cuando considero que la gran mayoría de mis congéneres no tienen en su interior nada más que las consabidas vísceras y órganos que, al pertenecer a la especie humana, les son propios?, le pregunté. No es así como yo lo veo, respondió. ¿Y cómo lo ves, pues?, le pregunté. Todos llevamos demonios en nuestro interior, algunos llevan más y otros llevan menos. Tú llevas once. Lo sé porque yo poseo la capacidad prodigiosa de ver los demonios de la gente y la capacidad, algo menos prodigiosa, de saber contar, lo que una vez unidas ambas capacidades me otorgan la absoluta certeza de saber que vas por la vida arrastrando en tu interior la rémora de, exactamente, once demonios, me respondió el sabio contador de demonios de la China. ¿Se puede decir que soy un ser humano desdichado por llevar ese ingente número de demonios en mi interior, ingente, al menos, para mí, ya que no tengo probabilidad de comparar mi número de demonios con el número de demonios que albergan los demás, dada mi falta de esa habilidad tuya de contar demonios?, le pregunté. Puedes estar tranquilo, pues aunque sería conveniente que fueras por la vida sólo con un demonio en tu interior, la mayoría de tus compatriotas, de tus paisanos, de tus coetáneos, de tus camaradas, de tus correligionarios, de tus compañeros y de tus parientes, lleva un promedio de veinticinco demonios, así que puedes estar, si no orgulloso, sí al menos moderadamente complacido con tu carga, me respondió mi chino interlocutor. Se me ocurre una nueva pregunta, le dije. Pregunta lo que desees, me dijo a la sazón él. Entonces yo le pregunté: ¿existe una contrapartida angélica que contrarreste o equilibre el fiel de la balanza en cuanto a potencias o fuerzas del bien antagonistas de estos diablos interiores que pesadamente portamos los seres humanos?, es decir, ¿hay tantos ángeles como diablos en el interior del hombre?, es decir, ¿acojo en mi interior once ángeles que compensan con su bondad el mal que producen mis once satanes? Oh, sí, te comprendo; sé lo que me quieres decir. Efectivamente, algo de eso hay, pero no es tan sencillo. El poder benéfico de un ángel es muy pobre en comparación con el poder de perversión del más obtuso y simple de los demonios. Para que te hagas una idea, te digo que para compensar o neutraliza a un Abaddon se necesitarían once mil querubines, querubín más o querubín menos. Y sin mencionar el hecho de que cada día está más en entredicho la misma existencia de los ángeles; no así la existencia del demonio, que se enraíza con más fuerza y solidez a medida que las pruebas de la misma, de una irrefutabilidad plena, van sucediéndose, me respondió el experto chino. Y volviendo al principio de nuestro diálogo, ¿qué he de hacer para expulsar estos once demonios de mi interior y convertirme de esta manera en un ser más puro, bueno y bello?, le pregunté. Él me respondió: como ya te dije poseo dos capacidades, la de ver los demonios interiores de los seres humanos y la de contar. Pero no te dije que además tengo una habilidad. Ésta consiste en saber expulsar los demonios del cuerpo de las personas que me encuentro por el camino. Llevo ciento once (111) yuanes por cada demonio expulsado. De esta manera, por mil doscientos veintiún (1221) yuanes, te exorcizo plenamente. Pues entonces, sabio caminante, ya te puedes ir a chuparla, le contesté.

9.11.14

336. Las secuelas (Sainete para gordos)


          Amanece en la Taiga. Los qualongs de la Shetva se van despojando de las pieles de guacamomo. También amanece en el corazón de Ekaterina Vólkova. Sus ojos de un azul boreal fijan su mirada sobre los aún dormidos ojos de Yura Vorobiov. Se levanta Ekaterina sin hacer ruido y prepara el samovar. Mata una gallina con sus manos retorciéndole hábilmente el cuello y separándolo del cuerpo de la misma gallina. Una gallina cualquiera, sin nombre, una gallina de las infinitas gallinas rusas de la taiga, una gallina que con toda seguridad desconocía la existencia de Dostoyevski, Tolstói, Chejóv, Pushkin, Gorki, Solzhenitsyn o Gogol, una gallina que con casi toda probabilidad no sabría leer, ni escribir, ni recitar, ni siquiera enhebrar una puta aguja en un pajar de rica miel de la Alcarria, comarca manchega donde un escritor español realizó un viaje en los años cuarenta de la pasada centuria romana y cuyas impresiones dejó impresas en un libro que llevaba un título. El título hacía referencia expresa (o explícita) al contenido del libro en cuestión. La cuestión rusa, que es la que nos trae a estos debates de la Tres... 

          Солнце поднимается в тайге. Qualongs Ван Shetva, снятие шкуры guacamomo. Екатерина Vólkova восходит солнце.  Бореальные голубые глаза зафиксировано его взгляд на все еще спать глаза Юра Воробьёв. Екатерина тихо поднимается и готовит самовар. Убивает в курицу с retorciedole руки умело шеи и отделяя его от того же органа курица. Курица кто-то, имя не, курица бесконечные кур русской тайги, курица, которая наверняка не знал о существовании Достоевского, Толстого, Чехова, Пушкина, Горького, Солженицын и Гоголя, курица, которая скорее всего может не писать или произносить гребаный иголки в стоге сена, богатых даже нить мед Ла Alcarria, региона Ла-Манча, где испанский писатель совершил поездку в сороковых годах прошлого века роман и которого впечатления оставили напечатаны в книге, которая имела название. Титул передан содержание книги в вопросе Express (или Экспресс). Русский вопрос, который является то, что подводит нас к эти обсуждения трех... 


          Sencillamente es inadmisible su conducta, Estébanez, me solivianta a mí y solivianta a todos los empleados de la granja. Ya le he comunicado lo que la Junta dictaminó, así que ¿a qué viene insistir e insistir todas las semanas con lo mismo? Lo tiene usted por escrito, firmado y rubricado por el señor presidente y por todos y cada uno de los miembros de la junta directiva, hasta por los dos vocales de los sindicatos. El no, la negativa, el rechazo de sus propuestas fue unánime. Así que déjeme usted en paz y vaya a matar gallinas que es para lo que usted cobra, y muy bien, en esta empresa familiar. ¡Váyase al carajo, Estébanez, váyase al carajo!... 

Его поведение, Эстебанес просто неприемлемо, мне solivianta меня и solivianta для всех работников фермы. Уже сообщили вам, что Совет постановил, так что она не настаивать и настаивать каждую неделю с тем же? Вы имеете его письменной форме, подписаны и парафированное президентом и каждый из членов Совета директоров, до двух членов профсоюзов. Он, отказ, отказ от их предложений не было единогласным. Так вы оставите меня в мире и идти убивать кур, для чего вы берете, и очень хорошо, в этот семейный бизнес. Отправиться в ад, Эстебанес, отправляйся в ад!...


7.11.14

335. ¿La tienda en casa?


          He escrito en una servilleta de papel del bar de abajo de mi casa un serventesio dedicado a la mujer del administrador de la finca, que a la sazón vive en el principal derecha, y se llama Estrella (su mujer, no el administrador). El serventesio es una estrofa rimada de versos de arte mayor, generalmente endecasílabos, con rima consonante la más de las veces, rimando el primer verso con el tercero y el segundo con el cuarto (ABAB), aunque Becquer y algunos más hacían de su capa un sayo y componían serventesios como Dios les daba a entender, muy libres ellos y muy modernos. Como yo no soy poeta, ni me siento libre ni mucho menos moderno, he compuesto un poema de una sola estrofa, es decir de un solo serventesio, dedicado a mi amor, es decir dedicado a Estrella, la mujer del administrador de fincas, don Sergi Nogué y Verdú. El primer endecasílabo que he plasmado en la servilleta del bar de abajo de mi casa dice así: Te idolatro, oh, Estrella del firmamento. Si cuentan bien, verán que son once sílabas clavadas, aunque en mitad del verso, concretamente en la parte que componen los fonemas "-tro, oh, Es-", se formaliza una sinalefa triple que queda algo forzada, lo sé, pero yo soy un enamorado, no un poeta, como ya ha quedado dicho con anterioridad. El segundo verso del serventesio comienza, se desarrolla y finaliza de la siguiente manera: Mi corazón trepida, trota y vuela. Miren (y/o admiren, en su caso) la concisión de las vocales fuertes y el dinamismo de los verbos, cómo sugieren la idea de movimiento, ese vigoroso músculo cardiaco que se desplaza enamorado por tierra, mar y aire. Este segundo verso deja, al finalizar, paso al tercer verso, quizás el mejor de los cuatros versos del serventesio que escribí en la servilleta de papel del bar de abajo de mi casa. Dice así: Asinés, Estrella, que no te miento. En este tercer verso se impone un cambio, avalado por el abandono del culteranismo gongorino presente en los dos primeros versos, y abriéndose a un cierto conceptismo quevediano, más sonoro y asequible, auspiciado con ese deje de lenguaje popular que orna e ilumina el oscuro zaguán del sentimiento amoroso. La parte meridional de la servilleta de papel del bar de abajo de mi casa acoge solícita el último eslabón de mi serventesio, el colofón de mi estrofa consagrada a mi amor por Estrella, la mujer del administrador de fincas, don Sergi Nogué  y Verdú. Es como sigue: Y si no, que se me muera la abuela. Si señor, así, unificando los dos mundos que sostienen el devenir del hombre en la Tierra: el amor y la muerte. El ser humano reafirmando la verdad de su amor por encima de la muerte que nos acecha desde todos lados. ¡Anda que no! Por tanto la obra queda así:

          Te idolatro, oh, Estrella del firmamento.

          Mi corazón trepida, trota y vuela.

          Asinés, Estrella, que no te miento.

          Y si no, que se me muera la abuela.


          A las 16.30 he metido por debajo de la puerta del piso del Sr. administrador la servilleta con el serventesio. Y he llamado al timbre. Estrella, antes de abrirme la puerta, se ha agachado, ha cogido la servilleta de papel del bar de abajo de mi casa y la ha abierto. Y la ha leído. Rápidamente ha abierto la puerta, me ha abrazado y me ha arrastrado literalmente hasta su cama, donde me ha desnudado con fiereza y se ha desnudado con fiereza. Hemos hecho el amor tres veces con fiereza decreciente. Después nos hemos duchado y me ha preparado para cenar unos salmonetes con ajos de Manchuria, mi plato favorito. Mi vida se puede decir que es sumamente dichosa. Soy catalán, administrador de fincas y mi mujer, Estrellita, también me idolatra.


          

          

5.11.14

334. Cuarto y mitad de plenitud


          Me cago en todas las folclóricas vivas y muertas. Me cago en todos los políticos muertos. Me cago en todos los político folclóricos vivos. Me cago en las políticas de vivo folclor y me cago en la muerte de la política. También me cago en los vivos que bailan con muertos y en los muertos de la política folclórica. 

          Siento llegar a este punto de escatología ecuménica y de apostasía omnívora, pero es que ya todos los seres del intrarradio estamos hasta los bermejales de tanta circunstancia, de tanta moral de cagarruta, de tanta lejía anímica y de tanto estertor ultramontano. Si la muerte por empalamiento es necesaria, pues bienvenida sea y barramos con ligereza los rastrojos del camino, para que acceda con limpieza y prontitud. Si han de venir los lasquenetes, los tanquistas del Volga o la guardia suiza a poner un poco de orden en estos diecisiete poblados de mierda, pues que vengan con entusiasmo homicida, y si esta finca de catetos sin fin ha de venderse, pues que empiece la subasta de una jodida vez, que el martillo suene pronto, que suene raudo a la primera puja, que por muy infame que sea su cuantía, siempre será cien veces más generosa de lo que esta tierra de paisanos ladilleros se merece. Que nos compre cualquiera, el sucio moro, el manflorita francés, el britano asqueroso, el cruel tedesco, el obtuso yanqui o el seboso portugués, es lo mismo y da igual, cualquier patrón que nos esclavice sera bendito, si nos libera de la hedionda mugre, del mucilaginoso esmegma que segregan nuestras urnas venéreas, y que emplazan en las cotas del poder omnímodo a las mayores heces intelectuales que este solar de ratas va generando década a década por todos los rincones de este estercolero medieval de copla y rezo. Cada pedazo de la historia de la bosta patria es un mensaje nada cifrado de la crasa imbecilidad que nos acogió en su seno desde que el primer descerebrado celta o el primer baboso ibero puso sus putos pies es estos sulfúreos parajes ahítos de conejos, serpientes y demonios. Ni un solo día ha pasado desde hace tres o cuatro milenios sin que un habitante de estas terribles tierras no haya mancillado la naturaleza humana con alguna acción vergonzosa, con alguna conducta anómala o directamente deletérea para sí mismo y para el resto de sus tribales congéneres. Esta mierda de país, así, sin ningún tipo de ambages, sufre en la actualidad la mayor debacle material, intelectual, ética, cultural y, sobretodo, espiritual de su triste historia. Sus causantes no han llegado del confín de la galaxia, son vecinos nuestros, sus caras nos han sonreído en alguna ocasión en el ascensor, se han tropezado en el metro con nosotros, somos ellos, han crecido con nosotros, les hemos empujado a sus puestos celestiales, les hemos alabado sus oropeles y nos hemos dejado mecer con sus palabras de terciopelo. Hemos hecho la colecta para la compra de la bomba que les hemos regalado, se la hemos envuelto en papel de celofán, se la hemos ofrecido con cariño, y ellos la han utilizado. 

          Están arriba, hacen lo que quieren, no son decenas, no son cientos, son miles, somos ellos, no debemos rasgarnos ninguna vestidura, que mañana nos puede hacer falta; se acerca un frío invierno; nadie nos va a salvar de ellos, nadie nos salvará de nosotros mismo, ni de nuestros empavonados espejos que colocamos en el firmamento.

4.11.14

333. La conspiración de los leviratos


          Estoy leyendo un libro que, literalmente, se me cae de las manos, su título es "El Languedoc, una aproximación a la idiosincrasia de su folclore", pesa sesenta y dos kilogramos y su portada es de color azulito claro, del mismo tono azulito que las camisetas caladitas que me llevo en la maleta cuando parto en los veranos con mi madre hacia el norte de la Sierra del Cardenillo.

          El amante nº 121 de mi abuela Loles se llamaba Sefarín Marnítez Gonlázez. El nº 11, en cambio, se llamaba Serafín Martínez González.

          Me gusta la música disco como a Tronquito Narváez las mineras que cantaba el Niño del Candil de Carburo, eminente cantaor de La Unión, que bordaba no sólo las mineras, sino los pañitos higiénicos de su madre y sus hermanas, las famosas Unioneras Unidas, aquellas célebres felatrices levantinas de grato recuerdo.

          Iba por el monte cogiendo alelíes (alhelíes), llegando a obtener una cifra exagerada de ellos allí, en el monte, de alelíes (alhelíes), allí en el monte, sí, alelíes (alhelíes), en el monte, exactamente, alhelíes, muchos, una enorme cantidad de alelíes (alhelíes), justamente en el monte, donde había muchos de ellos, de alelíes (alhelíes), ya hay menos.

          Si no divago por entornos surreales, si no vago entre nubes imaginadas, si no me sumerjo en la nada estrambótica del sinsentido, del humor desgarrado (desgajado) de la razón, entonces me sobreviene un pedazo de muerte, como una náusea imposible de detener, que me deja una amargura quemante y entonces las palabras arden como asfalto al sol y la vida, mi vida, se resuelve en un coágulo amargo, muy amargo y tenaz.

            La poesía de los poetas conceptistas era muperoquemubonita.

          Aquellas poblaciones de La Pampa, las limítrofes con la región uruguaya del Porompé, aquellas que son subsidiarias de los afluentes del margen izquierdo del río Amacoco, las regiones que a perpetuidad son pignoradas por las autoridades tanto argentinas como uruguayas, aquellas poblaciones pamperas asoladas por el grito del yuní y el silbo del tocuyo, todas esas regiones, a mí, mayormente, me la soplan.

          -Buenos días, Luis.
          - Buenos días, Dimas.
          - Yo no soy Dimas.
          -Yo sí soy Luis.

          El labio leporino que tienes tú, que todos tenemos, que sobrellevamos con discreta discreción y una cierta parsimonia no exenta de bellaquería, es un castigo por los pecados que cometimos con las sacerdotisas del economato. La sangre derramada se nos transforma en hendidura del labio superior y no podemos operarnos porque la iguala no nos cubre las cosas de cirugía plástica, así que seguiremos sin poder tomar horchata con pajita.

          Hace frío en la trinchera. Y eso que ya me han pegado tres tiros en la cabeza. Esta guerra no va a acabar nunca. Hoy he matado bastante. He comido pan duro verde y un sopicaldo con cosas que se movían, azules. Me he fumado los restos mortales del cabo Volkmann. He orinado sangre. Le he escrito a Sonja una carta, pero se me ha manchado con un sesito que se me ha salido de la cabeza.

          El blues de la gallina, el blues de la gallina, el blues de la gallina. Chicken blues, chicken blues, chicken blues. El blues de la chicken, gallina blues. Chicken broth (Caldo de gallina).