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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



26.8.14

322. Un vientre voluminoso


          Ella me daba, una a una, una cantidad ingentes de piastras, muchas piastras. Su padre, el agrimensor unidimensional, a la sazón jefe de la estación en que nos situaba la historia que os cuento, nos miraba desde la cabina de relés con una mezcla de sorna turca y bajeza de bajá sirio. Ella iba de calle, con fariah de tono pardo y  bhuja de tonos ocres entremezclados. Sus ojos manifestaban toda la rabia de la mujer morita, el que más lo mostraba era el derecho, el izquierdo se debatía entre la conjuntivitis vírica y el tracoma. Cada moneda que depositaba en mi portamonedas con sus manos garabateadas de signos coránicos era una bofetada moral que me propinaba la musulmana, y yo lo aceptaba todo, porque sabía en el fondo de mi alma pagana que era esa la transacción a la que los elegidos Dioses de mi país me instaban con furor. El padre estuvo a punto de provocar un terrible accidente ferroviario, tan atento estaba a mi contubernio religioso-financiero con su hija en plena estación, a hora punta y desnudo como iba. El vapor de la locomotora nubló la imagen de nuestro intercambio e hizo que el techo de la estación se esfumara entre acordes trinados de golondrinas medio carbonizadas, que anidaban algo obtusas las gandelas de la vitrona de la estación. El gentío nos miraba con sorpresa y los gendarmes alfanjados nos rodeaban sin saber a qué atenerse. Un caballo que tiraba de un carro de berenjenas nos salvó de un contencioso con la gendarmería al encabritarse en ese momento y volcar el contenido del tiro a la vía pública. La veloz carrera del animal con el carro desquiciado dejó un reguero de heridos en las aceras del mercado Ad-ya-cen-teh. Las berenjenas, muchas de ellas rotas y ensangrentadas, desaparecieron con la rapidez propia de la rapiña humana. Mi portamonedas se iba agrandando, ensanchándose de forma lasciva como miembro viril de minero galés. El bolsín de ella, en cambio iba adelgazando como anciano pecho de india yanomami. Piastra a piastra la boda ya no sería una fantasía suntuaria de un pobre dahbají, ahora el ferroviario, con su terno dorado y azul pavo tendría que decapitar un buen número de capones para satisfacer no sólo a mi familia sino a los miembros del consulado inglés, y si fuera sólo capones..., tendría además que pescar todos los lucios que pudiera y dejarse él y todas sus hermanas las uñas amasando la harina de un semestre para confeccionar los dulces que debería haber en toda boda que se precie. Los jóvenes, cuando además de jóvenes estamos prometidos, debemos embebernos de miradas lisonjeras y no mezclarnos en tratos espurios o en asuntos de índole contractual. Las finanzas y los balances de riesgo, la riqueza y los tratos de favor, las comisiones y los réditos, los préstamos y las condiciones fiduciarias deben ser apartados del sendero de los amantes, más aún cuando no tienen bien definida su religión, la pertenencia a un país definido, su verdadera condición sexual, el valor de las cosas y el equipo cuyos colores deben venerar ellos y su hijos. Me doy miedo al verme capaz de la proeza que estoy realizando a cielo abierto, delante de todo el mundo, desnudo, dentro de un enjambre metropolitano de sordidez, violencia y dinamismo gentilicio. Me abruma el olor a tren, a fritanga hepática, a sudor de diez generaciones, me abruma este sonido chirriante que enerva, este ruido imperecedero que no se sabe de dónde no viene. Una alondra defeca sobre la única berenjena olvidada, un amputado múltiple, que se desplaza en una tabla de ruedas, la recoge y lame el excremento con fruición, y se guarda la berenjena. Me mira y mira a mi novia, que sigue y sigue, una a una, dándome las piastras que me debe. Le guiña un ojo, el muy cabrón, ella quiere imitarlo, pero guiña el ojo malo y le duele más que la patada que le propino en el tobillo izquierdo invisible.