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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



30.8.14

326. Upside down


          Los patos de Brooklyn tienen el plumaje aceitoso. Matías Arriaga, el eximio orfebre, así lo expresó con su acento vizcaíno en la salita de billar del orfanato. El pato, ave en el fondo aventurera, es la única ave/el único ave que tiene pensamientos sucios (siempre en opinión del Sr. Arriaga). Muestra el pato un vuelo ovoide, singular, como si un pequeño electrodoméstico se pusiera a volar de improviso. Los pintores pintan patos por no pintar tostadoras o enfriahuevos eléctricos, que son dispositivos poco interesantes, estéticamente hablando. El pato, además, huele las gruyas al vuelo, aun con los ojos cerrados o velados por dos aguamarinas exactas. La gruya es, en cambio, un ave dirigida a lo siniestro; vuela por otros barrios de Nueva York a una altura desmedida, muy por encima del pararrayos del más alto edificio de la ciudad. Desde la puntita de diamante del más alto pararrayos de Nueva York se ve la frondosa mansión de Mrs. Lovelace, en New Jersey. Desde el amplio ventanal de su dormitorio, Mrs. Lovelace ve los patos que se van y las gruyas que regresan. Esta dama tiene los iris tornasolados, a veces nacarinos, semejantes al plumaje de los patos que se van, y su pelo, ceniciento y brillante, tiene las mismas luces y sombras que el plumaje de la gruyas que regresan. Matías Arriaga deja el buril sobre la fragua equivocadamente (de manera equívoca). Se dará cuenta del error cuando llegue de nuevo al taller y vea el buril incandescente, irradiando el fulgor burilíneo propio de los buriles fraguados. Vulcano indignado en Roma, Hefesto compungido en Tebas y Matías enamorado de Mrs. Lovelace en Nueva York. Matías, orfebre y ornitólogo especializado en grullas y patos. Matías, vasco, no newyorkino. Matías con su pathos a cuesta, con la tristeza mortecina de los vascos que no pueden ser norteamericanos, con su ciego amor, con su profundo y faríngeo amor por Mrs. Lovelace. Pobre Arriaga, bendita Mrs. Lovelace. Las brumas de New Jersey se adentran en la mansión sin pararrayos. En una de las habitaciones de la frondosa casa hay una vitrina acristalada donde una colección de patos de porcelana, de jade, de terracota, de madera de haya, de cristal, de plata, de lapislázuli y de obsidiana charlan y debaten en euskera sobre el regreso pronto de las grullas.