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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



30.8.14

327. Súbeme la cremallera, Cariño.


Me voy de viaje.
Voy a ir a sitios.
Y he de hacer una maleta.
Gorda.
Azul.
Llevará en su interior cincuenta (50) cosas.
Estas cosas serán las que enumero y describo a continuación:

01. Un breviario de 1932, editado por la imprenta Gogol en Turingia, impreso en caracteres abaceos.
02. Once (11) braguines de tornasolados colores.
03. Un bigote postizo tipo Pancho Villa en horas bajas.
04. Unas botas de piel de serpiente terminadas en puntera de plata.
05. Una foto de mi madre cuando llega a Avilés en 1961.
06. La totalidad de mis afeites, lociones, ungüentos y parches cosméticos.
07. Otra foto de mi madre, enmarcada en bronce laminado, de cuando parte de Avilés en 1962.
08. Un calcetín, por si acaso.
09. Una bosta de vaca Hereford.
10. Un tropel de moscas verdes vivas.
11. Caramelos para lo que ya pueden ustedes imaginar.
12. Una bata roja de cola con lunares gordos negros.
13. Piezas sueltas (no más de cuatro) de un catamarán.
14. Medio kilo de pijotas.
15. Un manto bordado de la Macarena.
16. Unos zuecos bizantinos.
17. Un rollo de hilo de cobre (de 30 metros aprox.).
18. Material bélico ligero de la guerra de Crimea.
19. Algo, cualquier cosa de material textil, pero de color rojo.
20. Un libro de 342 páginas (Trescientas cuarenta y dos).
21. Mis cortaúñas de propaganda.
22. Dinero en efectivo. Mucho.
23. Pelos de pubis de todas las corifeas de mi barrio.
24. Un cartuchito de castañas asadas.
25. Otro cartuchito para las cáscaras.
26. Una crónica taurina de sintaxis pobre.
27. Mi boina de los domingos.
28. Medicinas para las bilis.
29. Mosquitos para mi repelente de mosquitos.
30. El rosario de tu madre.
31. La dentadura postiza de alguien.
32. El astrolabio (por Dios, esto que no se me olvide).
33. La cirulia extrema de un penario.
34. La correa de un perro inexistente.
35. Agua de rosas y/o rosas de agua.
36. Un poema de amor sintetizado.
37. Mi iKed®.
38. Un par de buenos guantes de hierro.
39. Un sujetador "Sweet Nipples"®, talla Q.
40. Un paquete de doce (12) prebersatibos.
41. Un surtido de bizcochos "El Guijo"®.
42. Camisetas de tirantas de color blanco o celestito, caladas (6 unidades).
43. Una cantimplora de campaña con whisky y agua regia al 50%.
44. Una foto asquerosa de un político, o de un morito, o de un político con un morito.
45. Un instrumento de viento cuyo nombre no contenga la letra "a".
46. Unos cd's de música hortelana.
47. Un espectrómetro de gases.
48. Un tratado sobre los compuestos de feldespato.
49. El uniforme de asalto.
50. Otra maleta igual a ésta, por si pierdo la primera, y con las mismas cincuenta (50) cosas.



326. Upside down


          Los patos de Brooklyn tienen el plumaje aceitoso. Matías Arriaga, el eximio orfebre, así lo expresó con su acento vizcaíno en la salita de billar del orfanato. El pato, ave en el fondo aventurera, es la única ave/el único ave que tiene pensamientos sucios (siempre en opinión del Sr. Arriaga). Muestra el pato un vuelo ovoide, singular, como si un pequeño electrodoméstico se pusiera a volar de improviso. Los pintores pintan patos por no pintar tostadoras o enfriahuevos eléctricos, que son dispositivos poco interesantes, estéticamente hablando. El pato, además, huele las gruyas al vuelo, aun con los ojos cerrados o velados por dos aguamarinas exactas. La gruya es, en cambio, un ave dirigida a lo siniestro; vuela por otros barrios de Nueva York a una altura desmedida, muy por encima del pararrayos del más alto edificio de la ciudad. Desde la puntita de diamante del más alto pararrayos de Nueva York se ve la frondosa mansión de Mrs. Lovelace, en New Jersey. Desde el amplio ventanal de su dormitorio, Mrs. Lovelace ve los patos que se van y las gruyas que regresan. Esta dama tiene los iris tornasolados, a veces nacarinos, semejantes al plumaje de los patos que se van, y su pelo, ceniciento y brillante, tiene las mismas luces y sombras que el plumaje de la gruyas que regresan. Matías Arriaga deja el buril sobre la fragua equivocadamente (de manera equívoca). Se dará cuenta del error cuando llegue de nuevo al taller y vea el buril incandescente, irradiando el fulgor burilíneo propio de los buriles fraguados. Vulcano indignado en Roma, Hefesto compungido en Tebas y Matías enamorado de Mrs. Lovelace en Nueva York. Matías, orfebre y ornitólogo especializado en grullas y patos. Matías, vasco, no newyorkino. Matías con su pathos a cuesta, con la tristeza mortecina de los vascos que no pueden ser norteamericanos, con su ciego amor, con su profundo y faríngeo amor por Mrs. Lovelace. Pobre Arriaga, bendita Mrs. Lovelace. Las brumas de New Jersey se adentran en la mansión sin pararrayos. En una de las habitaciones de la frondosa casa hay una vitrina acristalada donde una colección de patos de porcelana, de jade, de terracota, de madera de haya, de cristal, de plata, de lapislázuli y de obsidiana charlan y debaten en euskera sobre el regreso pronto de las grullas.

325. Heurística


          Mi propio nombre, Zebedeo, inspira propiamente, o se apropia de manera inspirada, un espacio árido en una zona pedregosa dentro de un ámbito desértico que circunda una extensa superficie pulveriforme e inhóspita. Los nombres de los hombres y los nombres de algunas mujeres denotan circunstancias geográficas precisas que no todos los ciudadanos conocen. Igual que cada una de las doce piedras preciosas señala una personalidad diferente, un distinto carácter y un diverso temperamento, así los nombres de los hombres y los nombres de algunas mujeres definen geografías posibles, a veces exactas y a veces con muchas probabilidades de ser verdad. Ahora esperarán que proponga una lista con diferentes nombres y sus correspondientes adscripciones como hice al principio de este artículo con mi propio nombre. Pues no. Ahora voy a analizar el fenotipo de mi peluquero, Alberto. Tiene 31 años, mide lo que miden todos los peluqueros. Su nombre es Juanlu. De tendencia estructuralista en cuanto a posición filosófica, cursó el pos(t)grado en Colonia y se especializó en rizoterapia gestáltica en la Escuela Lacaniana de París (Lacanianne École). Tiene un torso en quilla inversa, caderas en declive, cintura triste y muslos de guirlache. Tiene los pies muy grandes, como todos los indios semínola y posee una sonrisa impropia, ojos de un azul yodado y una nariz de cómica geometría, como la de un boxeador poeta. Sus manos son velludas, de uñas brillantes y su voz es de flauta o de oboe desvencijado. Podía ser mi portero, mi albacea, mi verdugo, pero es mi peluquero y lo amo con la profundidad necesaria. Sus primos le afean su profesión y le arrojan bosta de cebra cuando pasan. A veces lo insultan y le escriben libelos tendenciosos que adjuntan a la hoja parroquial de los domingos. La tercera parte del artículo de hoy es en verdad muy parecida en lo externo a la primera parte y en lo interno a la segunda. Se podría decir que externalizo e interiorizo de forma especular el concepto objeto del artículo. Es como el "bucle del calcetín" de Gödel, pero adaptado a la praxis periodística. Va a quedar muy bonito, ya verán..., pero mejor "en otro momento", como diría un curioso personaje de Burriana.

28.8.14

324. Exégesis del planeta Tierra


          Les tenía que exponer a ustedes las oportunas consideraciones que, tras análisis someros y no tan someros, determinan conclusivamente las causas por las que no soy ni seré escritor. Era mi obligación moral para con ustedes, aunque me consta que la claridad de pensamiento que presumo en mis lectores ya habría llegado con facilidad y con suma presteza a las mismas conclusiones a las que he llegado yo. Utilizo equivocadamente el plural "conclusiones", porque cierto es que sólo existe una conclusión, que no demoraré más tiempo en manifestarles. Es la siguiente: nunca he tenido, nunca tengo y nunca tendré nada qué decir. Así de sencillo y así de terrible. No es posible ser escritor si no se tiene nada qué exponer para el deleite, el interés, la formación, la curiosidad o el simple solaz del lector. No estoy exponiendo una triste confesión autoconmiserativa de falta de talento, no, talento tengo en abundancia, no para regalar, pero el suficiente para poner un colmado en la periferia. Lo que me falta es el guion de la vida, propia y ajena, la historia, la anécdota, la urdimbre de las cosas que pasan, el origen, la complicación, el desenlace de algo, de alguien, el comienzo del conflicto, el desarrollo de las circunstancias, las evoluciones del proceso, la resolución del dilema ético, histórico, político, social. Un simple cuento para niños autistas o sordos disfuncionales se me hace empresa imposible; no digo nada de un simple relato corto a presentar en cualquier certamen para noveles de cualquier asociación cultural de pueblo; de una novela, breve o no, ni hablamos. Puedo crear buenos e incluso excelentes comienzos, las primeras veinte o treinta páginas de una obra, si no genial, sí una buena obra, pero después me quedo sin fuelle creativo para continuar una historia que, o bien se ramifica inútilmente, o se ve abocada a continuos callejones sin salida, o lo que es peor, comienza a importarme un carajo. La estructuración de la trama, la aparición canónica de los personajes, el tempo de los acontecimientos, los estigmas de estilo, los aparejos lingüísticos, la contemporización de los tiempos dramáticos con las pinceladas de humor, la precisión de los diálogos, la puntuación... y su puta madre. Todo esto no estaría de más si tuviera algo que contar, algo interesante, ameno, divertido, apasionante, embriagador, bello o excitante, pero si lo único que tengo en el magín es una seria patología conceptual e ideológica, trufada de inconsistencias, excentricidades, ideaciones mal hilvanadas, trivialidades y ristras de humoradas incomprensibles, difícilmente Anagrama, Tusquets, Acantilado o Siruela llamarán a mi puerta o, si lo hacen, será por equivocación, preguntando si ese es el domicilio de Enrique Vila-Matas, pregunta a la que podría responder afirmativamente, que efectivamente soy don Enrique, pero a la larga, a los dos o tres años, se darían cuenta de la superchería, porque físicamente a quien me parezco de verdad es a F. Kafka si hubiera llegado a los 57, y acabaría, por tanto, en la cárcel. En la cárcel, sí, pero ganaría un amigo en la figura de mi escritor de cabecera, que partiríase de risa con mi cuitada aventura de suplantación; es más, creo que podría hacerme protagonista de su próxima novela, que podría tener por título: "Yo sí soy Vila-Matas".

          (Fin de la 1ª parte.)

26.8.14

323. Rebosando de admiración por ti, Marcela



        Mirábamos con deleite la gota que caía de su helado de marrón glacé. Resbalaba por sus pechos azules de melón dulce y volátil. Se encrespaban nuestros rizos de antracita, se enturbiaba el foramen de las cúpulas roboides de algún planeta cercano a nuestra galaxia. Era la juventud arisca y abrupta que desembalaba la cornucopia de los abuelos. La pubertad en estado sólido, los rezos que huían y el clamor de los pueblos genitales que usurpaban el poder de la alquimia de todos los nacimientos. Era tiempo de reboleo, de anarquía superada, de hambre golosa y de odios eternos a todos los pueblos de menos de tres mil habitantes. No queríamos ser diputados ni aforados a pellejos incontinentes. Queríamos bufar todo el tiempo y a todas horas mamar de la ubre floreada y alargada de la nada llena. Yo quería sorber y sorber los secantes papeles antiguos de oficinas quemadas de antigüedad, pero algo me impedía, nos impedía el feroz asalto que ansiábamos. Los caballos trinaban y las alondras piafaban, los burros cantaban muy mal lo que muy bien cantaban las mulas del Alentejo. Todos a una: “Aión de obmá, aió”, una y otra vez, la aclamación de los negros subterráneos, las minas a cielo abierto, los autocares destruidos por la molicie de cobradores de traje floreado, por la agresión de abejas cantoras de fados sobrios. Croacia como fin de la boda sin fin del Mediterráneo sin un Borges que llevarse al patíbulo. Ya no leo libros, solo ojeo y hojeo y vuelvo a ojear y a hojear documentos, memorándums y obleas pintadas por monjas cartesianas de Mairena. Las palabras nos sobraban tanto como antaño nos sobraban los conceptos y hogaño los ideales preñados e impresos con amor. No sé explicar nada con la suficiente complejidad para que me entiendan las novias que he dejado muertas en la cuneta de la vida. Porque discrepo con humildad y no con la soberbia de las sastras, porque llueve de manera hiriente en la mañana gélida de esta tierra que me acoge como sólo saben hacerlo aquí. Lloro y me oyen los vecinos del bloque, y ellos, a su vez, se compungen y también lloran por mi pena que traspasa los tabiques. Adoro esa solidaridad que bloquea las miserias de mi bloque, de las gentes de mi bloque, porque yo vivo en un bloque, un espeso bloque lleno de gentes de mármol, un bloque de tabiques delgados como alas de mariposa, lleno de gente pulcra, solidaria, menonitas en su mayoría, con ancestros la mayoría, porque todos provienen de familias anteriores a la suya. Me enternecen, me decapitan con monedas de cobre antiguas y sin valor numismático alguno, pero, aun así, los adoro mucho, casi tanto como a mi madre, que últimamente habita paisajes nebulosos de una tristeza finita y agreste como corresponde a una madre de tendencias jibarizantes y temperamento francés. Sigo con calor, pero sin saber qué ponerme para la fiesta que se avecina. Siempre hay un traje preciso para una determinada fiesta, pero nunca acertamos el feliz casamiento/hermanamiento entre festividad y ropaje adecuado. La muerte nos aleja de necesidades como ésa/ésta. Es por ello/eso/esto que acostumbro ir desnudo por las fiestas, para no pecar de pretencioso, de esnob, de gilipollas enhiesto de enjundia estetiforme y epatante en lo social. Desnudo accedo a la mística de la humildad extrema, a la levitación de lo sencillo en su extremo excelso. Eso me reporta distinción y cierta decadencia romántica, que en el fondo de los fondos es la inquietud que atrae a todo imbécil de pueblo, pero también a todo intelectual a la violeta, que es lo que un servidor de ustedes siempre ha sido y será.
          Alejandro, en cambio, no es ni será mi nombre, pero arguyo muy bien en los contenciosos que se establecen en la comunidad de mi bloque, el de delgados tabiques como hojas de mariposa.

322. Un vientre voluminoso


          Ella me daba, una a una, una cantidad ingentes de piastras, muchas piastras. Su padre, el agrimensor unidimensional, a la sazón jefe de la estación en que nos situaba la historia que os cuento, nos miraba desde la cabina de relés con una mezcla de sorna turca y bajeza de bajá sirio. Ella iba de calle, con fariah de tono pardo y  bhuja de tonos ocres entremezclados. Sus ojos manifestaban toda la rabia de la mujer morita, el que más lo mostraba era el derecho, el izquierdo se debatía entre la conjuntivitis vírica y el tracoma. Cada moneda que depositaba en mi portamonedas con sus manos garabateadas de signos coránicos era una bofetada moral que me propinaba la musulmana, y yo lo aceptaba todo, porque sabía en el fondo de mi alma pagana que era esa la transacción a la que los elegidos Dioses de mi país me instaban con furor. El padre estuvo a punto de provocar un terrible accidente ferroviario, tan atento estaba a mi contubernio religioso-financiero con su hija en plena estación, a hora punta y desnudo como iba. El vapor de la locomotora nubló la imagen de nuestro intercambio e hizo que el techo de la estación se esfumara entre acordes trinados de golondrinas medio carbonizadas, que anidaban algo obtusas las gandelas de la vitrona de la estación. El gentío nos miraba con sorpresa y los gendarmes alfanjados nos rodeaban sin saber a qué atenerse. Un caballo que tiraba de un carro de berenjenas nos salvó de un contencioso con la gendarmería al encabritarse en ese momento y volcar el contenido del tiro a la vía pública. La veloz carrera del animal con el carro desquiciado dejó un reguero de heridos en las aceras del mercado Ad-ya-cen-teh. Las berenjenas, muchas de ellas rotas y ensangrentadas, desaparecieron con la rapidez propia de la rapiña humana. Mi portamonedas se iba agrandando, ensanchándose de forma lasciva como miembro viril de minero galés. El bolsín de ella, en cambio iba adelgazando como anciano pecho de india yanomami. Piastra a piastra la boda ya no sería una fantasía suntuaria de un pobre dahbají, ahora el ferroviario, con su terno dorado y azul pavo tendría que decapitar un buen número de capones para satisfacer no sólo a mi familia sino a los miembros del consulado inglés, y si fuera sólo capones..., tendría además que pescar todos los lucios que pudiera y dejarse él y todas sus hermanas las uñas amasando la harina de un semestre para confeccionar los dulces que debería haber en toda boda que se precie. Los jóvenes, cuando además de jóvenes estamos prometidos, debemos embebernos de miradas lisonjeras y no mezclarnos en tratos espurios o en asuntos de índole contractual. Las finanzas y los balances de riesgo, la riqueza y los tratos de favor, las comisiones y los réditos, los préstamos y las condiciones fiduciarias deben ser apartados del sendero de los amantes, más aún cuando no tienen bien definida su religión, la pertenencia a un país definido, su verdadera condición sexual, el valor de las cosas y el equipo cuyos colores deben venerar ellos y su hijos. Me doy miedo al verme capaz de la proeza que estoy realizando a cielo abierto, delante de todo el mundo, desnudo, dentro de un enjambre metropolitano de sordidez, violencia y dinamismo gentilicio. Me abruma el olor a tren, a fritanga hepática, a sudor de diez generaciones, me abruma este sonido chirriante que enerva, este ruido imperecedero que no se sabe de dónde no viene. Una alondra defeca sobre la única berenjena olvidada, un amputado múltiple, que se desplaza en una tabla de ruedas, la recoge y lame el excremento con fruición, y se guarda la berenjena. Me mira y mira a mi novia, que sigue y sigue, una a una, dándome las piastras que me debe. Le guiña un ojo, el muy cabrón, ella quiere imitarlo, pero guiña el ojo malo y le duele más que la patada que le propino en el tobillo izquierdo invisible.