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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



26.1.14

306. Venerables venablos


          Acuden a mi memoria como vencejos, como agujas de fresno, como aromas de camomila, los días añejos de mosto y cante, de pirita y brezo, de sudor y fuego en la abierta mina de mi lejana juventud. Porque (¡qué lo sepa el mundo entero!) ¡yo..., yo soy minero! Llevo la mina dentro como otros llevan dentro el horno o el acerico. Desde muy niño, desde el útero materno (fuerte vínculo simbólico-metafórico para un futuro barrenero) quise adentrarme en los laberintos multiformes de la Madre-Tierra, para ir socavando el misterio telúrico de su pétrea y magmática profundidad. Quise adentrarme, incriminarme en la penetración a bocajarro de mi cuerpo velludo en la frontera mineral del planeta, como otros introducen la masa en el horno o el alfiler en la pieza de tafetán. Porque (¡qué lo sepa el mundo entero!) ¡yo..., yo soy minero! Mi padre siempre quiso que yo fuera cocinero, sobre todo a raíz de cierta ocasión en que contando tan sólo 2,8 años de edad, elaboré un suculento arroz con habichuelas que aún recuerdan los comensales y que me valió el beneplácito del señor cura, don Balbino, el mismo sacerdote que un día le pidió permiso a mi madre para llevarme de excursión a Riotinto, donde quedé prendado para siempre por la atmósfera minera, por los barrenazos que enturbiaban de ondas brutas el caliginoso aire de la sierra y por el ferrocarril inglés que traía y llevaba el mineral por aquellos parajes inhóspitos, bermejos y bellos. Ya entonces deseché los fogones, y la mina minó mi espíritu como imagino que el horno horneó el corazón del panadero y las agujas enhebraron el alma del sastrecillo. Porque (¡qué lo sepa el mundo entero!) ¡yo..., yo soy autista!

19.1.14

305. Mutilaciones


1.  Los alambres del alma se oxidan de (desde) dentro a (hacia) fuera. Es regla canónica y, por tanto, inútil. Es como el axioma del corazón o como las reglas de oro de la memoria.

2.  Seres luminosos, entes de fuego, radiantes criaturas, todos ellos necesitan otros seres, otros entes u otras criaturas que les otorguen la luminosidad, que aviven su fuego, que activen su capacidad de producir energía radiante.

3.  Sinisio de Pamos existió lo suficiente para otorgarse ciertos títulos nada honoríficos ni honorables, como el de rapsoda inconsútil, botánico inconcluso y demiurgo agorafóbico.

4.  Es preciso diferenciar el entusiasmo que suscita una paloma torcaz despedazada por la aurora intemporal del lago azul de tus ojos y ese otro entusiasmo, que nace al contemplar con arrobo el arado despeñado por la desidia o el furor del campesino airado.

5.  La brevedad de la vida es frase al uso demasiado breve para ser mentira y para ser verdad. La elasticidad del tiempo es lo que hace fluir de verdad la categoría moral de las cosas que nos suceden en ese tiempo de fines deshilachados, que constituye la vida del embustero y la del menor de los falsarios.

6.  Los animales metálicos son tan retraídos... Los otros, los destilados de las dunas y los médanos de la memoria o los creados ex profeso por los científicos artistas son más valientes y dispuestos, más preparados para vicisitudes de orden natural.

7.  En el piélago de angustias vitales en que vive la mayoría de los mortales, los mandamientos, divinos o judiciales, serían algo más llevaderos si esa humanidad no hiciera oídos sordos a los discursos de los políticos, al trinar de las cornejas y al crujir de las enaguas ensangrentadas, pero esto es de muy difícil consecución, ya sabemos que los humanos son torcidos, renuentes y de indolente devenir.

8.  Leamos, diversifiquemos nuestros pobres conocimientos. Vivamos, reduzcamos el agraz de nuestros pámpanos ignotos. Procreemos, envanezcámonos con los logros de nuestros rubitos vástagos.

9.  - Las agencias crediticias corsas, los ingenios azucareros de Arequipa, los museos coloniales de Tahití y las casas de lenocinio israelíes son los únicos puntos de anclaje a los que podemos lanzar nuestras maromas de salvación y sobrevivir a este estado de cosas, ¿no es así, don José?
- Sí, Danielillo, asinés.

10.  Hoy he abrochado cuatro de los seis botones de mi camisa bordolesa. Para ello me he ayudado de los dedos de mis dos manos, también he utilizado mis ojos para precisar el lugar del botón y el ojal y precisar también el lugar en que estaban y el lugar al que se dirigían mis dedos. He tenido mucho éxito. Estoy contento.

11.  Tus ojos me aplauden cuando me miras. Mis ojos te aplauden cuando te miro. 

6.1.14

304. Ayer me fui de casa


          La fiesta terminó en parada militar. Los dos grupos de institutrices formaron en escuadras enfrentadas: las francesas a un lado, las inglesas al otro. Entre ambos grupos se colocó el contenedor de la anguila y, colgando del artesonado de vigas del techo, se balanceaban, como badajos exentos, los numerosos y diversos saxofones sustraídos de las sinagogas. Durante la fiesta se había comido y bebido, y se habían expresado los poetas seleccionados; y habían bailado los danzantes de todas las regiones y de todos los poblados; y habían ejecutado sus malabares los artistas más ágiles de los dos circos confederados; y los alcaldes convocados este año vistieron sus mejores y más entorchadas galas y adornaron sus tripudas barrigas con las astas de plata votivas y los pequeños huesos de marmota. Todo, en fin, salió a pedir de boca, como todos los años.

          Para más adelante dejo el relato del genocidio; dejo también para luego los resúmenes de mi bien documentado estudio sobre la libertad de los oprimidos y de mi no menos documentada tesis sobre la secularización de las procesiones de Pentecostés. Me duele mucho la barbarie, me duele en el alma, pero es que al ver los mofletes de estos niños, apenas judíos, se me enternece la fibra vital; rezuma en mi pecho la melancolía al contemplar esta tierra negra, húmeda y vetusta; mi corteza cerebral pierde sus circunvoluciones y me deja con el seso liso y sin ganas de nada. Ya sólo leo viejas novelas del oeste y me alimento exclusivamente de hierbajos, también del oeste. Hay días que me confunde la luz y me leo los hierbajos y me como las novelas del oeste. Hay días que me convierto en cowboy y cruzo la pradera llena de hierbajos con otros cowboys que van leyendo novelas de sí mismos. No hay indios, pero sí batallones de institutrices enfrentadas en hangares, insultándose bajo un manto de saxofones judíos. Hay días así, y los hay incluso peores. Hay días que se levanta uno y ve un caballo entre sus piernas, y delante, una variopinta comparsa de alcaldes, poetas, malabaristas y danzarines que ríen, comen y beben sin ser conscientes de que en el centro de su aldea hay un recipiente rectangular de un metal insospechado y de un color poco expresable que contiene una repugnante y belicosa anguila negra. No lo saben, no, o si lo saben no quieren hablar de ello, porque sólo creen en la Fiesta y en aquello que revelan las infinitas novelas del oeste, que crecen en la hierba de los campos que rodean sus casas.

303. La misma miasma de la marisma menudea la medianía de la línea media del medianero horizonte


          La expectación es un estado del alma, el estado anímico más medieval de los tres que el alma tiene. La Edad Media, a medida que avanzan los estudios, se descubre como una era, harto vasta y lata, de una soterrada y latente expectación. Según el diccionario lexicográfico de la RAE, la palabra expectación proviene de la alocución persa bashimi-gareh, que significó: Pechos como dunas de arena ardiente; de aquí se transformó en shimig-ar, por doble elisión de las consonantes transpalatinas, y, por último, se transformó en la palabra actual, expectación, por aféresis vocálica y consonantización bimembre. Pero ya sabemos por experiencia que los orígenes de las palabras, como el origen de los dioses, es algo que mueve pocas ruedas de molino. Por ello, la expectación que sintieron en el siglo XI los habitantes de Europa no estaba consagrada a la palabra ni a Dios, sin embargo, sí estaba consagrada a la Palabra de Dios. Dios es esperanza, expectativa, enigma y misterio. Pero esto, sólo en Europa, que es donde ocurrió propiamente el hecho medieval. En Asia, Dios era y es pétalo, aroma, sangre y fuego; en América, Dios era y es frontera, exactitud, moneda y furia. En los continentes restantes, Dios se halla en la fase II de construcción conceptual colectiva.
         
          Los otros dos estados del alma están aún por ser descubiertos (se continúa con la idea absurda de que son tres los estados (?!?!)), aunque los trabajos de campo están ya muy avanzados y, poco a poco, se van vislumbrando algunas potencialidades por demás insospechadas (nada medievales, por cierto y por otro lado). En una audaz avanzadilla intelectual me atrevería a pronosticar que, si no la primera, sí la segunda, el aburrimiento iterativo tiene muchas posibilidades de alzarse con el primer o segundo premio, porque ya sabemos que la expectación, en el fondo, aburre (no así la esperanza, que más que una nominación filosófica es un instrumento más de la poesía). El aburrimiento, más si abunda en el eco repetitivo de nuestra rutina sideral, será más que un atributo a medida que transcurran los siglos y adquirirá sin duda los ornatos y galones de un auténtico estado del alma.

          Del tercer y último componente poco podemos avanzar sin caer en la especulación o directamente en el ridículo. La sinrazón, la pasión, el amor profano, la lírica, el odio... Todos ellos podrían justificar la posesión de su parcela en el alma humana, en esa trinitaria sede lúgubre, recóndita y fría del hombre, donde suceden pocas cosas en realidad, o mejor dicho, donde ocurren siempre las mismas cosas. Yo elegiría la sinrazón, principal baluarte del ejercicio cotidiano del hombre y acrisolada costumbre de su pensamiento y de su mismo proceder. 

          Expectación, aburrimiento y sinrazón formarían, pues, los pilares fundamentales de esa catedral de humo y nube que llamamos alma y que nos unifica (o diversifica) en uno o varios puntos del tiempo y el espacio.

          Ahora me voy abajo, a los billares, que he quedao con er Paco y con su primo er Quique.

4.1.14

302. Vutabelas de huerta a la Ginkgo Biloba




Ingredientes:

Un ajo landio.
Una breva.
2 decilitros de Ponche Soto Caballero®.
2 lampreas terciaditas (3kg cada una, aprox.)
Un chorreoncito de sirope de reno.
El caldo de haber cocido algo azul, un litro aprox.
Una cabeza de vaca sin limpiar
Una pizca de pan rallado salvaje.
Hierbas de ciudades lejanas sin medida.
Un par de medias de Lana Turner.
Algo de unto de yak.
1 decilitro de jarabe soso.
Un ramo de flores de luna.
Música afrocubana (para la salsa, claro está).
Unas gotas de filtro nº11 para enamorar prostitutas gallegas.
1 Kg de patata nueva (o 2, ya veremos).
Sal, Gorda, y regresa con sal fina.
Pimienta serrana, que yo te quiero.

Tiempo de preparación:

          Es muy difícil saberlo, depende de tal cantidad de factores externos a la condición de chef, que sería una falta de profesionalidad por mi parte inducirlos a error. Pongamos que para seis comensales el tiempo podría estimarse, sabiendo que nos equivocamos con total seguridad, entre aproximadamente once horas y once meses.

Dificultad:

          Fácil, cualquier niño, incluso los pobrecitos niños nemonitas de nivel IVc, según la escala de Tadeschi, podría realizar esta receta con la minga.

Precio:

          Por supuesto, según mercado, pero no nos alejaríamos mucho de los once euros por persona y día, aunque podríamos hacer trueque, simonía, latrocinio o permutas dolosas con los infames tenderos de los abastos municipales.

Información nutricional

          No sabría qué decirles, yo pienso que es un plato sanote, como plato único. Ahora sí, si luego se hartan ustedes de criadillas de moro o de potaje de falotillos, no digo yo que no sobrepasen luego el nivel de carbohidratos, lípidos, etcétera, pero eso ya es cosa suya, yo poco o nada he de ver en eso, hasta ahí podía llegar la broma, ¡mecagonlá!

Modo de preparación

          La pimienta serrana y el ajo landio se sofríen mirando fijamente la sartén y pestañeando poco, lo mínimamente necesario para que no se nos chamusquen las córneas. Embadurnaremos la breva con la sal fina que trajo la Gorda y la dejaremos hasta que llegue el momento de emplatar. Las lampreas (sin limpiar, esto es importante) se embuten con la papa nueva hasta que no podamos embutir más (por eso dijimos 1 o 2 Kg de papa, porque dependía en extremo del tamaño de la lamprea) para posteriormente añadirlas al sofrito de pimienta y ajo landio. Mezclamos el filtro de amor y el Ponche Soto Caballero® con una madera gorda de barco y se lo echamos a las lampreas. Para la salsa meteremos en la túrmix el sirope de reno, el caldivache de haber cocido cualquier cosa azul y la cabeza de vaca (sin limpiar, también algo importante). Me dirán algunos tiquismiquis que no les cabe la cabeza de vaca en la batidora, pues a mí sí, y si me cabe a mí le puede caber a cualquiera. Es cuestión de comprar una túrmix más grande. Mientras suena el ruido del pequeño electrodoméstico ponemos a toda hostia el cd de música afrocubana y bailamos con ardoroso frenesí sin salir de la cocina. Ahora sí ya es hora de tomarse un vermut (se lo puede usted tomar mientras baila). Aumente la potencia al fogón de las lampreas hasta que le duela la mano (a usted, las lampreas carecen de extremidades superiores, son muy focomélicas, mucho más que las focas). Ahora metemos todas las hierbas urbanas que tenemos coleccionadas de nuestros viajes por lejanas ciudades en las medias de Lana Turner (este último ingrediente se puede localizar con facilidad en la siguiente página web: www.mediasdelana.com) y untamos con cuidadito el resultado de nuestro relleno herbáceo con el unto de yak y lo empanamos mal con el pan ralladito (ya saben que sólo tenemos una pizca). Es hora de sacar las lampreas.

Emplatado

          Por un lado tenemos las dos lampreas, por otro, las dos medias de Mrs. Turner con las hierbas empanadas, la salsa de cabeza de vaca por otro lado y por último la breva saladita. Pues bien, con la hachuela destrozamos la lamprea hasta que queden unos cien daditos de pescado que amontonaremos en una gran fuente de loza fina. Posteriormente rodearemos la montaña lampreica con delgadas tajadas del embutido vegetal en que quedaron convertidas las medias de Lana. Con la salsa de cabeza vacuna bañamos las rodajas empanadas. Por último colocamos la breva salada en la cima de la montaña del troceado de lamprea y con mucho cuidado le volcamos encima un chrorreón del jarabe soso que nos faltaba y que intentaremos que rezume desde la breva a la lamprea sofrita y troceada. Por último, adornaremos con flores de luna los bordes de la fuente y ya estaremos en disposición de llevar a la mesa este sencillo plato que sabe mezclar con finura y elegancia la tradición de nuestra antigua cocina con las más sugerentes innovaciones de la modernidad. Que les aproveche.

301. El baile de la Reina (Mix feat. Erykah Badu)


          Hace más de trescientos años que no necesito. Parece mucho tiempo, parece incluso demasiado tiempo para un jinete sin yegua o sin rocín matamoros. Dejé, simplemente, de necesitar. Hace trescientos mil años el mundo estaba tan necesitado como lo está ahora y lo estará siempre: 
          Los pianos necesitan siempre afinadores judíos o gentiles. 
          La araucaria no es araucaria sin los vientos yucatecos. 
          La Sibila se ayuda de los enigmas para lavar las sayas del misterio con que cubre sus blandos pechos.
          El coro de la Fuensanta necesita ser escuchado en Palacio para subsistir un lustro más sin miserias añadidas. 
          La luna de agosto ha de acalorarse con las briznas que el sol va dejando como hilachas en las puntas de los cipreses agostados.
          Todos estos ejemplos aquí expuestos son para ilustrar la infinita red de necesarias circunstancias que el mundo tiende sobre las olas del mar de la vida para solicitar de la deidad correspondiente el influjo de su mirada en aras a la consecución de un fin que cubra las carencias del cuerpo y del alma humanos. "Pedid, Hermanos, y se os dará". Esto no lo dijo uno que estaba arando en un cortijo, ni mucho menos, esto lo dijo uno que en su vida había cogido una azada y sólo visitaba las haciendas de los millonarios del Cono Sur para cazar niños vivos con honda. Este Dios malo es al que pedimos (al que pedís vosotros, yo, como ya sabéis, no necesito), al que pedimos, decía, todos los artilugios que necesitamos para la construcción de esa virtual demolición de la razón que llamamos felicidad. El Dios malo no es el demonio, ojalá lo fuera, es el trasfondo del saco marsupial del Dios bueno, su anacoluto, su frase sin terminar. Su trabajo responde a nuestras súplicas. Nuestras súplicas responden a la inoperancia e ineficacia de su proceder arbitrario, y así nos va, y así le va de bien al Dios bueno y misericordioso, que medita a espaldas del proceloso enjambre de peticiones, errores administrativos áuricos y celestiales, aunque pensándolo mejor, Dios (el bueno) no medita, ojalá hubiera meditado como sí lo hizo Satanás, como así lo lleva haciendo millones de siglos, indagando cuál fue su error, cuál su falta imperdonable. Otro imbécil universal este demonio nuestro, que está en los infiernos sin albergar en su ardoroso pensamiento que su también universal error fue el hecho de necesitar: el anti-Dios necesitando, ¡por Dios!  Un dios (o su sombra contrapuesta) no necesita, hasta ahí podríamos llegar. Concedería admitir que un dios-mito (Hefesto, Hermes, Afrodita...) necesitara algo y que luchara y sufriera por ello, pero Él, el Dios de verdad no necesita, es una verdad ontológica poco comprendida. Yo, en el fondo un agnóstico pleno, sólo creo en mí, soy un Dios a mi manera que dejó de necesitar hace varias centurias. Mi nombre es Currito, Currito Pérez y Pérez. Exacto, soy el Ratoncito Pérez, la única deidad real de la que podéis tener constancia absoluta.