El espasmo geométrico del metrónomo que no se ve se interpone entre la pregunta y la respuesta. El revólver en el tapete mira equidistante a un punto intermedio entre los dos individuos sentados frente a frente. Ambos se miran a través de la rejilla de sus respectivas escafandras. El fuego de la chimenea a la espalda de uno de ellos (por ejemplo, el de la izquierda) va convirtiendo en puras brasas un buró estilo Regencia con muchos cajoncitos. Cuando llaman a la puerta de la estancia con dos golpes secos, uno de los buzos (por ejemplo, el de la derecha) emite un gorjeo largo y hace un leve intento de alcanzar el arma con una de sus manos (por ejemplo, la izquierda). El tiempo transcurre y nada se mueve a excepción de la barrita oscilante del metrónomo que no se ve y de las llamas de la chimenea que devoran poco a poco el espléndido buró. Dos nuevos golpes secos se oyen en la puerta por segunda vez. Ahora son los dos buzos los que gorjean a la vez y a la vez intentan en vano alcanzar el revólver. Del buró se desprende un cajoncito que deja al descubierto un resorte metálico. Otro cajoncito cae y puede verse desparramado su contenido: tres bolindres y un cortaúñas oxidado. Tras un estruendo de maderas reventadas, la puerta cede, el metrónomo se detiene, un buzo (por ejemplo, el de la derecha) es más rápido en hacerse con el arma, disponerla apuntando a la rejilla de su escafandra y dispararse un tiro. El gorjeo del otro buzo se hace más largo, más agudo, pavoroso. El visitante, que ha llamado dos veces dos veces a la puerta y más tarde la hace añicos, se dirige a la chimenea y sin miedo a las llamas pulsa el resorte metálico que había quedado al descubierto en uno de los cajoncitos, no sin antes coger los bolindres y el cortaúñas oxidado e introducirlos en su canonfolio.
Lo que acontece entonces no se puede, no se debe contar.