+

FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



22.10.11

230. Ridículos nocturnos


                    El lánguido arlequín bajó parsimonioso del cuadro y mató a Picasso con un pincel de pelo de vicuña del nº2. Picasso se encontraba de espaldas al cuadro desnudo de medio cuerpo para arriba girando entre sus manos un enmohecido grifo de cobre con el fin de adscribirle alguna utilidad espacial conformadora de un hecho plástico sorprendente y artístico. El bulbo raquídeo del artista quedó ensartado limpiamente. Luego, el arlequín lánguido y, ya también asesino, recorrió una tras otra todas las habitaciones de la casa, que se encontraba deshabitada y fría. Salió al jardín. Bajo un dalio enano se sentó y se quitó el sombrero. Pronto quedó dormido y se puso a soñar. Soñó que una bailarina, y otra bailarina, y otra, se arrojaban a un pequeño volcán de lava azul que las devoraba sin dejar rastro de ellas. Picasso, subido en un caballito de madera, tomaba apuntes y bebía pequeños sorbos de absenta en un vasito de porcelana china. Una música de piano desganada y misteriosa, como si una Gymnopedia de Satie fuera interpretada por un borracho virtuoso, dejaba notas confusas y placenteras por el aire. Más allá del pequeño volcán, un sol voluptuoso y móvil, como una grandiosa ameba, se deslizaba por un horizonte donde elefantes transparentes desplazaban su enormidad parsimoniosa hacia un desierto amarillo, brillante y metálico.

          El arlequín lánguido y asesino despertó alertado por el ruido de un suspiro entrecortado. Alguien, sin duda, había entrado en la casa mientras él dormía y soñaba. Un olor a cera ardiente le erizó la piel.