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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



16.10.11

229. Un drama con enanas


          La mujer a la que amé, me ha abandonado. Ha sido todo tan rápido... Veníamos de la carpintería de Chomón. Un manto oscuro fruncía el sotobosque en esa hora crepuscular tan incierta. Ella, a mi lado blandía su ballesta y tarareaba un fragmento oscuro del Impromptu de Músorgski. Apenas me miraba, apenas me dirigía alguna palabra de naturaleza cinegética. Al llegar al otero 19 divisamos el estandarte de los Vangi y ella me besó. Sus besos, de natural húmedos, casi viscosos, eran ahora ríspidos y terrosos. Supe que sus fantasías erraban muy lejos de mí. Me arrodillé ante ella, suplicante, me aferré a la parte oblonga de la ballesta, enjugué con mis lágrimas el orillo de su túnica de tafetán, arañé con mis uñas las suyas, pero nada pude conseguir, su amor era ya de otro. Ahora vago sucio y sudoroso por la tundra ventosa de la soledad infinita, bebo mis propios zumos, y como mis rencores mezclados con los excrementos secos de las fieras que me divisan expectantes. Lloro al unísono con la urraca y me estrello de desdicha con el cóndor del abismo. Nada me conforta en este magma de lamentos sin fin. Hablo con Chomón y con la menor de los Vangi que trabaja en la carpintería del primero. La contrató porque es hacendosa y al tener el síndrome de Brungüer no ha de pagar la seguridad social de la desdichada. Se llama Estela. Juega muy bien al trompo.