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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



5.11.11

232. Bestiario 05


                    PÁXUR: Ente blanco y femenil, como de albayalde o yeso, algo vaporoso al andar, que deja cuando pasa una nube de sí abandonada, como de talco. Sus contornos neblinosos son los de una mujer fuerte y grande, una matriarca de gestos pausados y maternales. Tiene algo de un Don Tancredo lírico y móvil. De costumbres leves, apenas se comunica con algún ave pequeña y grácil, quizás algún colibrí o algún diamante de las islas. Su presencia no asusta, no inquieta, estorba lo justo y la estela de polvo blanco que nos deja en la ropa es fácil de quitar con un ligero movimiento de hombros. A los niños autistas les fascina y alguno pierde su inveterada renuencia a comunicarse y la llama con una sonrisa enroscada a su nombre: ¡Páxur!, ¡Paxuriña!... Pero sólo lentifica su paso, nunca deja de marchar, porque su naturaleza itinerante se lo impide. Huye de las ciudades y acude al llamado de los pueblos blancos, luminosos y encalados. Pocas veces se ven dos juntos, si acaso alguna mañana de enero bajo un almendro en flor o riendo (su risa es como un crepitar de alas de insecto) y revolcándose en la primera nieve de diciembre.