Hace un día gris, un día de metrónomos oxidados, un día de noviembre antiguo. Siento que exudo otoños por todos los poros, que voy dejando a mi paso un reguero de nostalgias que estallan como pompas de jabón. Hace un día de plomo frío, áspero, un día de nubes mal encaradas, desafiantes. Hace un día de lluvia inexistente, un día para nacer de nuevo, para morir otra vez. De los abetos desciende el pavor de la colmena, el viento ondea verdores de jungla donde antes el amarillo quemaba el pico de los jilgueros. Noviembre pone nombre a cada torre, a cada veleta, despide a las cigüeñas con un desprecio certero y cubre con un sayo de hojarasca la vergüenza de un verano remoto e inaudito. Los números del cielo se entreveran con los signos de la tierra, los horizontes se rompen y enloquecen, los rumores de la mar se hunden a veces, a veces se hielan en un iceberg de grises desgarrados. Es el otoño, es el noviembre del presagio oscuro y helador del invierno, el mensajero inarmónico, disonante y horrísono de los días inexorables.
Hoy es un día gris, nuboso, desabrido, un día para acabar de una maldita vez con la esperanza.