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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



5.2.10

111. Breve encuentro en Nicea


          El batallón Leclerc estaba formado por 120 soldados, todos ellos poetas. Al acabar la contienda sólo quedaban diez, los demás murieron en las trincheras. La muerte de un poeta es mucho más triste que las demás muertes. Un poeta, cuando muere, aniquila la bruma protectora de ciertas aves migratorias, las vemos entonces enajenadas en su vuelo durante unos instantes, hasta que algún verso en el aire las vuelve a cubrir de nuevo y pueden seguir su rumbo. Los poetas además, son los primeros en alistarse, porque son los únicos que saben la verdad de las guerras. Eligen el bando en el que saben que van a morir, pero en el que saben que van a vencer. Para escribir un verso, el poeta ya ha vencido a la muerte, ya conoce sus esencias y la ha combatido con la plenitud de una metáfora acerada. Las guerras, que son poemas descompuestos, inacabados y maltrechos, necesitan la presencia del poeta tanto o más que la de finos estrategas y valerosos guerreros. Son los únicos que pueden observar el lirio estremecido en el campo de batalla o liberar la piedad de la sangre derramada. Durante la batalla se afila el crepúsculo de pólvora quemado, se libera la aurora de dolor nimbada, pero unas palabras dejadas al viento rezuman todavía de la boca del poeta muerto, mientras un hilo de sangre escribe en la tierra aquella metáfora henchida de sabia esperanza.