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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



7.2.10

112. La dieta del Dr. Ceballos


          Los profetas veterotestamentarios tenían una costumbre muy curiosa. Era una costumbre de origen esenio muy difundida por los poblados del norte del Mar Rojo, donde las primeras tribus de samaritanos asentaron sus reales junto a sus rebaños de gamos antes de hacerse pescadores y hortelanos. La costumbre de los profetas a los que nos hemos referido nos ha llegado descrita en los legajos de papiro de arroz que se salvaron del famoso incendio de la biblioteca de Alejandría. Amanio, sacerdote y escriba en el cenobio del monte Isquion, salvó éste y muchos otros documentos del pavoroso incendio cuando, hallándose en la citada biblioteca traduciendo del sánscrito ciertos signos repujados a buril en cueros curtidos de cabra encontrados en unas cuevas del bajo Jordán, olió el aire y dijo: "Algo se está quemando". En su morral de piel de foca introdujo todos los documentos, rollos y legajos que pudo y salió corriendo el hombre. Gracias a Amanio, pues, conocemos la curiosa costumbre de los profetas veterotestamentarios, que eran cincuenta y tres según el último cómputo realizado por Arthur Nickelson, lector sénior del Eton College y profesor adjunto de filología protocristiana en la Universidad de las Islas Hébridas. Los cincuenta y tres profetas veterotestamentarios tenían la misma y curiosísima, a la par que misteriosa costumbre.