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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



24.2.18

423. ¡Putas ostras! (Fucking oysters!)


          El asalto del Castillito de San Fabián trajo consigo la defenestración literal del Duqueconde del Almogrote, pero a su vez, hizo sucumbir la alegre confraternización que existía entre la familia del Castillito y las cofradías labriegas de la comarca. Jon, el pescador de almas, fue testigo del asalto y glosó en sus endechas y quintillas la gesta insigne del hecho guerrero. Monje, trovador, maestro de la lírica agropecuaria y ganadera, Jon era asaz cobarde y otra cosa que ahora no recuerdo. También, cerca de donde estos hechos acaecieron, se encontraba el mar.
          Esta historia que parece trunca, no lo es necesariamente. Aunque no necesita exégesis alguna ni síntesis consecuente, se constituye por sí misma en necesaria, sin que ello afecte a su complitud. No sé si me explico. Supongamos que la historia es efectivamente trunca (que no lo es), pero supongámoslo. Entonces, considerémosla completa, partiendo de la base que conocemos la trunquedad de su origen (que no es tal). Se desliza con suavidad la consecuencia de todo ello, que no es otra que la imagen anfibológica de una realidad secuenciada, pero completa, no trunca, desvirtuada y deslindada de los presupuestos geométricos o lógicos, lo admito, pero perfectamente reconocible y estructurable en el espacio y en el tiempo. La buena fama y lo perdurable de su existencia (me refiero a la fama y perdurabilidad de la complitud) se basan en la suma facilidad con la que cualquier imbécil es capaz de introducirla en un pote de porcelana o barro cocido y archivarla eternamente en los anaqueles adecuados. Pero lo trunco, no. Lo trunco queda relegado al cuarto de las escobas y los productos de limpieza, tan agresivos ellos con todo aquello que en vida no se completó.
          Ahora paso a hablar de Margarita Milfuegos, hija de Silas Milfuegos. Nació trunca de nalgas en la piragua de su abuelo Amílcar Milfuegos en 1889 y murió allí mismo, en la piragua del yayo Amílcar. Su madre, desgraciadamente, se encontraba en aquel momento desdichado del alumbramiento subastándose ella misma, la muy guarra, al peor pujador en la región de Canaima, a orillas del Orinoco.
          Esta historia que parece completa, no lo es necesariamente. Aunque no necesita exégesis alguna ni síntesis consecuente, se constituye por sí misma en necesaria, sin que ello afecte a su trunquedad. No sé si me explico. Supongamos que la historia es efectivamente completa (que no lo es), pero supongámoslo. Entonces, considerémosla trunca, partiendo de la base que conocemos la complitud de su origen (que no es tal). Se desliza con suavidad la consecuencia de todo ello, que no es otra que la imagen anfibológica de una realidad secuenciada, pero trunca, no completa, desvirtuada y deslindada de los presupuestos geométricos o lógicos, lo admito, pero perfectamente reconocible y estructurable en el espacio y en el tiempo. La buena fama y lo perdurable de su existencia (me refiero a la fama y perdurabilidad de la trunquedad) se basan en la suma facilidad con la que cualquier imbécil es capaz de introducirla en un pote de porcelana o barro cocido y archivarla eternamente en los anaqueles adecuados. Pero lo completo, no. Lo completo queda relegado al cuarto de las escobas y los productos de limpieza, tan agresivos ellos con todo aquello que en vida no se truncó.

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