El asalto del Castillito de San Fabián trajo consigo la defenestración literal del Duqueconde del Almogrote, pero a su vez, hizo sucumbir la alegre confraternización que existía entre la familia del Castillito y las cofradías labriegas de la comarca. Jon, el pescador de almas, fue testigo del asalto y glosó en sus endechas y quintillas la gesta insigne del hecho guerrero. Monje, trovador, maestro de la lírica agropecuaria y ganadera, Jon era asaz cobarde y otra cosa que ahora no recuerdo. También, cerca de donde estos hechos acaecieron, se encontraba el mar.
Esta historia que parece trunca, no lo es necesariamente. Aunque no necesita exégesis alguna ni síntesis consecuente, se constituye por sí misma en necesaria, sin que ello afecte a su complitud. No sé si me explico. Supongamos que la historia es efectivamente trunca (que no lo es), pero supongámoslo. Entonces, considerémosla completa, partiendo de la base que conocemos la trunquedad de su origen (que no es tal). Se desliza con suavidad la consecuencia de todo ello, que no es otra que la imagen anfibológica de una realidad secuenciada, pero completa, no trunca, desvirtuada y deslindada de los presupuestos geométricos o lógicos, lo admito, pero perfectamente reconocible y estructurable en el espacio y en el tiempo. La buena fama y lo perdurable de su existencia (me refiero a la fama y perdurabilidad de la complitud) se basan en la suma facilidad con la que cualquier imbécil es capaz de introducirla en un pote de porcelana o barro cocido y archivarla eternamente en los anaqueles adecuados. Pero lo trunco, no. Lo trunco queda relegado al cuarto de las escobas y los productos de limpieza, tan agresivos ellos con todo aquello que en vida no se completó.
Ahora paso a hablar de Margarita Milfuegos, hija de Silas Milfuegos. Nació trunca de nalgas en la piragua de su abuelo Amílcar Milfuegos en 1889 y murió allí mismo, en la piragua del yayo Amílcar. Su madre, desgraciadamente, se encontraba en aquel momento desdichado del alumbramiento subastándose ella misma, la muy guarra, al peor pujador en la región de Canaima, a orillas del Orinoco.
Esta historia que parece completa, no lo es necesariamente. Aunque no necesita exégesis alguna ni síntesis consecuente, se constituye por sí misma en necesaria, sin que ello afecte a su trunquedad. No sé si me explico. Supongamos que la historia es efectivamente completa (que no lo es), pero supongámoslo. Entonces, considerémosla trunca, partiendo de la base que conocemos la complitud de su origen (que no es tal). Se desliza con suavidad la consecuencia de todo ello, que no es otra que la imagen anfibológica de una realidad secuenciada, pero trunca, no completa, desvirtuada y deslindada de los presupuestos geométricos o lógicos, lo admito, pero perfectamente reconocible y estructurable en el espacio y en el tiempo. La buena fama y lo perdurable de su existencia (me refiero a la fama y perdurabilidad de la trunquedad) se basan en la suma facilidad con la que cualquier imbécil es capaz de introducirla en un pote de porcelana o barro cocido y archivarla eternamente en los anaqueles adecuados. Pero lo completo, no. Lo completo queda relegado al cuarto de las escobas y los productos de limpieza, tan agresivos ellos con todo aquello que en vida no se truncó.
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