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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



10.12.12

279. Disfrutar a los noventa


          La eternidad se halla en algunas tapas de yogur. La mía, mi eternidad, la encontré casualmente en el reverso de una tapa de yogur tártaro de una marca difícil de recordar y de encontrar. Desde que la obtuve no siento en verdad nada especial. El hombre que me atendió por teléfono y que al cabo de unos días se presentó en mi apartamento, una vez comprobada la naturaleza verídica de la tapa del yogur, me hizo entrega de una caja de metal no muy grande, en donde se hallaba la eternidad con la que fui agraciado. No sin cierta inquietud abrí la caja cuando el hombre se marchó, habiendo rehusado previamente mi ofrecimiento de té y compota, alegando que tenía que ir con prontitud al aeropuerto para regresar a Tartaria. Como ya he dicho abrí la caja cuando el hombre se marchó no sin cierta inquietud. En esto coincidimos el hombre de la empresa tártara de lácteos y yo, porque los dos presentábamos signos inequívocos de inquietud: yo, naturalmente, por verme abocado de manera inexorable a la eternidad, pero la inquietud de él, aunque similar a la mía, debía estar causada por otro orden de acontecimientos, quizás el alejamiento de su tierra natal, o el pánico a volar, o vaya usted a saber qué. A mí, además, el yogur me provoca inquietud desde niño, pero me gusta tanto que intento sublimar esa sensación con algún lenitivo dopaminérgico o, las más de las veces, con más ingesta de yogur, o, a veces, con alguna sesión de sexo mercenario, aunque esto último, he comprobado que me provoca también un alto grado de inquietud, pero de otro tipo, una inquietud temblorosa, algo marrana, que se apacigua, como tengo más que comprobado, con más consumo inmoderado de este tipo de lácteos. En una ocasión me tocó un pack de seis tipos diferentes de felicidad (conyugal, espiritual, financiera, deportiva, corporal y laboral) en un paquete de pan rayado (pan con rayas, no pan pulverizado), y poco tiempo después, un viaje alrededor del mundo paralelo adimensional en un colutorio de los chinos, que resultó francamente tedioso, aunque me reportó ciertos contactos muy provechosos que me sirvieron con posterioridad en mis incursiones en el mundo de los  negocios en el plano astral. Volviendo al momento en que abrí la caja de la eternidad, me sorprendió que el manual de instrucciones viniera escrito sólo en tártaro. También me dejó atónito la forma y consistencia de la eternidad misma. Intentaré describirla grosso modo:

          Más o menos.

278. El consolador de Anushka


          Soy un negro extraño del Camerún. Camerún es un país que se puede cruzar de norte a sur y de este a oeste pisando boñiga. En Camerún no hay osos, pero existen unas libélulas gigantes de corta vida conductoras de taxis. Yo soy un negro extraño del Camerún. En Camerún hay colegios especiales para las niñas tontas sin síndrome de Down. El síndrome de Down en Camerún no está bien visto como en otros lugares del África Occidental (Togo, por ejemplo). En otro orden de cosas, Camerún es una marca de betún de Judea que se fabrica en la factoría lucense de tintes y betunes de los Hermanos Oñate. Camerún, además, posee una idiosincrasia que la diferencia de otros lugares cercanos del África Occidental, y es su rigor climático. La época de lluvias es breve y la época de sequía es breve. Durante el resto del año hay, y los habitantes de aquellas latitudes así lo experimentan, un clima dudoso y asaz extraño, un clima indefinible. Los cameruneses son muy aficionados al fútbol y a otro deportes autóctonos muy viriles, como el bohjin'h, práctica deportiva ésta consistente en sortear boñiga con una pértiga de alerce. El Vicesecretario de Asuntos Tribales, Rezek Weeramantry, es gran entusiasta y cuenta con más de tres mil pértigas en su choza de lujo a las afueras de Yaundé. Camerún existe como existe el Aqua Velva®, como existen las tiendas de corsetería antigua, como existe mi amada Flora, aunque en brazos de otro. No hay libros en Camerún porque sus habitantes no los necesitan. Sus habitantes leen en los troncos de los árboles talados por los hombres blancos, leen las nubes, que desangran una lluvia como leche aguada, espesa, constante, caliente y turbia. Los pechos de las mujeres del Camerún son siempre pares, aunque el extranjero siempre los enumera: uno, dos, uno dos..., uno, dos, tres, cuatro... Mi amada Flora se enamoró de estas tierras y me abandonó cuando marché más al sur, hacia Gabón. Camerún huele a hule y a pis y a mosca azul y, por supuesto, a boñiga ardiente, y sobre todo huele a Flora desflorada y a fauna agónica, también a película Eastman Color podrida, y a vacuna caducada. Mi amor por esta zona del África Occidental es enzimático, primordial, enigmático y vital. Regresé del sur (de Gabón) cuando Flora yacía recién muerta de tifus. Me apené por ello la breve temporada de lluvia y luego correteé con su amante por selvas equidistantes, hermanándonos en una amistad que aún hoy perdura. En Camerún se come mal y se guisa peor, pero se consuela uno con los vapores que emanan de los generadores inhóspitos que, al mezclarse con el hedor de tanta muerte, hacen aflorar unos urinosos y a la vez balsámicos aromas que adormecen, que atontan y dejan el espíritu en posición de ser devorado por animales, personas, plantas o cosas. Camerún es muy bonito, ya lo creo.

9.12.12

277. El álgebra del odio


          En los 70 había un grupo americano de rock que se llamaba Black Oak Arkansas. Yo solía tararear sus canciones mientras miraba de noche por las ventanas de los pisos bajos de las calles de mi barrio, por si veía desnudarse a alguna de las esposas de los militares de la base de acuartelamiento cercana. Escondido entre zarzales y montes de basura llegué a observar en una ocasión a la mujer del teniente O'Malley, una negra vigorosa de unos cuarenta años, cuya pierna izquierda ortopédica no mermaba la belleza de su rotundo cuerpo mutilado. Desnuda y ajustándose la prótesis, quise morir de placer en aquel instante, turbado para siempre por aquella imagen gloriosa, robada y aberrante. La imagen de Mrs. O'Malley enraizó hasta el tuétano en mi alma, y allí ha florecido como pétrea presencia hasta hoy, y es seguro que perdurará después de mi muerte. Cuento esta anécdota, esta historia, porque fue lo que originó todo lo que vino después en mi vida.: el comienzo de mi afición a la literatura oscura, mis jaquecas incoercibles en Semana Santa, mi tendencia a las drogas (no a su consumo, sino a coleccionarlas, a atesorarlas), mi gusto por la pintura mural mexicana, mi amor por el trabajo mal hecho, el consumo involuntario de caliche, la progresiva dejación de responsabilidades sociales y familiares, el comienzo y posterior establecimiento de mi vocación y tendencia al latrocinio, mi fervor hacia posturas políticas extremas sean del signo que sean, mis alergias espirituales a los dogmas (vaticanos o no), mis alegrías corporales de los viernes de cuaresma, mis continuos matrimonios morganáticos, mi odio a los entomólogos, mi propensión al consumo de aceitunas, mis trabajos de ingeniería estructuralista de cosos taurinos, mis constantes viajes por las zonas húmedas del planeta, y mis asesinatos rituales (a veces voraces, a veces líricos) de hombres y mujeres que me conocieron  sin percibir todas estas potencialidades que me caracterizaban y que me hacían muy superior a ellos, incluso muy superior a sus propios maestros y mentores, y muy superior incluso a sus propios y queridos demonios.

8.12.12

276. Clasicismos


          Me encuentro haciendo un trabajo de campo en la playa de Ochovientos, al sur de la región del Guaraná, algo al norte del paralelo 32, en plena amazonía paraguaya. Pretendo observar y estudiar el ritual de castración de la tribu de los Nabii. Esta tribu se halla en el top 5 de las más primitivas del planeta. La forman tan sólo tres individuos: un hombre, una mujer y otro elemento humano inclasificable de aspecto simiesco durante el crepúsculo y de aspecto anfibio el resto del día.

          Y yo me pregunto: si mi padre fue poeta y mi vigor juvenil se encaminó siempre a la poesía, no tanto por imitación del modelo paterno como por un impulso anímico incontrolable, ¿por qué se empeñó mi madre en que estudiara Antropología?, ¿por qué mediante continuos chantajes emocionales consiguió embarcarme en esta absurda ocupación con la que sí, me gano la vida, pero que detesto profundamente?

          Los tres Nabii se acercan a la orilla. Otean, no, no otean, olfatean, eso sí, olfatean mi presencia. Arrugo involuntariamente el entrecejo y el escroto. No llevo revólver, pero sí llevo un tirachinas bantú que siempre me acompaña. Tengo miedo, para qué negarlo. La mujer Nabii tiene en su mano una corteza afilada del árbol del ñandú y se inclina para humedecerla en las sucias y oleosas olas. El hombre Nabii lleva un recipiente hecho de hojas del árbol del ñandú. El individuo Nabii poco diferenciado emite una horrísona salmodia mientras se embadurna el rostro con la arena limosa. Los tres continúan olfateando el aire, me huelen sin duda, detectan la presencia ajena que les sume en una incertidumbre que no saben precisar. Pasan los minutos y sus actitudes no varían. Pasan varias horas y sus actitudes no varían. Y aunque estoy protegido y camuflado en una oquedad cubierta de hojarasca, mis tripas resuenan como víboras en celo y hacen que los tres Nabii giren la cabeza hacia el lugar de mi escondite. Aferro el tirachinas con la mano izquierda y busco a tientas con la derecha una piedra de tamaño adecuado. ¿Qué hace un poeta cargando un tirachinas con la firme decisión de matar a un pobre indio amazónico que nada le ha hecho?

          En resumidas cuentas y para no alargar mucho la historia: me descubren por el inoportuno ruido de mis tripas, corren hacia mí, disparo mi tirachinas y le hundo el frontal al macho que cae fulminado sobre la arena; la "cosa indiferenciada" se deja caer de bruces ante el cadáver de su congénere llorando al parecer por la irreparable pérdida. La moza Nabii se para en seco estupefacta ante tan trágica escena; se acerca y consuela a "la cosa", pero a su vez le acerca la corteza a un colgajillo que tiene entre las patas o las piernas y de un tajo se lo corta y lo introduce en la cesta hecha con hojas del árbol del ñandú. "La cosa" chilla y berrea (no es para menos), a mí se me vuelve a encoger involuntariamente el escroto; "la cosa" se desangra irremediablemente. Dos muertos en la playa. La Nabii me mira y sonríe, la muy zorra. La Nabii es mona; con una hora y media de pelu y un par de vestiditos de Zara® puede quedar niquelá. Es muy probable que sea el objeto de mi primer poema como profesional y también es muy probable que tampoco le guste a mamá.

6.12.12

275. Nueva cita en Magdeburgo


          No tengo más dinero que el justo para propender resabios de torerillos maltrechos. Suficiente para enamoriscar modistillas turcas o camareras de orfanato, pero no para enmarcar los deseos que tengo de gobernar, aunque sea una pequeña villa del sudeste suizo. El dinero es importante como todo aquello que puede enquistarse. Su carencia lima las aristas del alma y la deja redonda como una moneda recién salida de una ceca ilegal. Bromas aparte, me muero por ser pobre de verdad o rico verdadero, extremos ambos definitivos y plenos. La tibieza de mi regular fortuna, la mediocre cantidad de mis bienes es lo que me tiene enajenado. Como gambas con remordimiento y me hiero la dignidad con el pullover de mercadillo. En mi equilibrio inestable me desclaso socialmente, y económicamente tiendo a la neurosis, cuando no a un verdadero desdoblamiento de la personalidad, creyéndome plebeyo o patricio en días alternos o incluso en una misma jornada. Acabar con los pobres y con los ricos, tal es mi consigna política. La lucha de clases acaba cuando acaba la lucha, al acabar con las clases. Qué fácil resulta la demagogia marxista de demonizar al gordo de chaqué, puro y chistera. Pues bien, yo también apoyo lo anterior sólo si a la vez emputecemos y acribillamos a insultos al famélico con alpargatas y tez mugrienta. Copemos el Centro los del centro. Ya que no obtengo con mi quehacer en la vida la pobreza o la riqueza, propongo disparar a los límites de nuestra sociedad, acabando con los muchos desesperados de la vida y con los beneficiarios de tanta desesperación. Unámonos y, ya que no podemos gobernar nuestra ínsula Barataria, reivindiquemos la mediocridad de nuestros logros, la inutilidad de nuestros afanes, la imposibilidad de nuestros sueños, pero hagámoslo con sangre, acabando con nuestros verdaderos verdugos, aquellos que sumen nuestro entorno natural en un recinto amurallado de donde no podemos salir sin morir en el empeño. Por una mediocridad sin límites, acabemos con los límites.