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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



25.11.11

236. Úteros innecesarios


          Cada vez son más las personas que me escriben pidiéndome un dinero que no poseo. Mi bondad antonomásica ha extendido su fama atravesando fronteras y llegando a otros continentes diferentes al que en la actualidad me hallo. Porque desde tiempos inmemoriales mi familia y yo hemos habitado en continentes, en algún continente. Mi bondad, decía, es conocida y muy bien valorada en muchos sitios. Yo sé de la existencia de muchos sitios. Tengo catalogados en carpetitas de esponja natural más de once mil sitios. Los sitios no son continentes, aunque también, pero yo catalogo sitios más pequeños. Las cartas que me escriben, sin embargo, sólo me piden dinero, no sitios. Si alguien me pidiera un sitio, le daría un lugar (para engañarlo, porque un lugar no es un sitio). Esto es broma. Sí que se lo daría. Tengo sitios repes en una carpetita de esponja natural en la que pone con letras de Dymo®: "Sitios repes para regalar". Yo no tengo más dinero que el que me dan las dos organizaciones paramilitares de mi bloque por tener "el pico cerrado", como ellos dicen. Creen que sé de sus crímenes y extorsiones, pero yo no sé nada; si así fuera ya me hubieran matado muchas veces. Su dinero sólo me da para comer y para comprar algún que otro sitio. Empecé a ser bondadoso un día de enero en una parte frondosa de Cisjordania. Antes de eso era ebanista y antes fui misericordioso en Sabadell. Quiero casarme pronto con alguien para poder ir a la Feria acompañado. Ya tengo caballo y un sitio. Me gustaría que fuera de aquí y que no fuera asesina ni costurera. A ser posible nacida en Santander o en Coimbra, pero que sepa bailar. Mientras tanto invento juegos de mesa complicados y hago bizcochos de mentira. Mi nombre es Florián, mi primer apellido es Barriga y mi segundo apellido es Caravaca.

22.11.11

235. Duelos y quebrantos y más duelos


          El 15 de diciembre de 1367, día de San Junípero Barcino, nacía Simón de Brabante, último rey de Pomerania antes de que este reino fuera anexionado por la Corona de los Habsburgo en 1399.

          De los datos aquí presentados hay tres ciertos y uno falso: puede que sea falsa alguna de las dos fechas, puede ser falso el nombre del santo o el nombre del mismo rey, o el de los invasores que se anexionaron el reino; ¿existe o existió Pomerania?

          En el segundo párrafo de este escrito hay un sólo dato que es falso. Pero es que en realidad sólo hay un dato, ergo ese único dato es falso, es decir, es falso que haya tres verdades y una falacia en el primero de los párrafos, por tanto, puede que en el párrafo primero todos los datos sean falsos, o todos verdaderos, o algunos falsos y otros verdaderos, pero ¿cuáles?

          En este último párrafo (el tercero) juro por la Orden de Malta, de Calatrava, del Santo Sepulcro y de los Rosacruces que no hay falsedad alguna. Por lo tanto, tan sólo éste se salva de la mentira, no así el anterior, el segundo, ni el primero. El juramento asegura la verdad del tercero, pero no dice nada de los anteriores párrafos, se crea la duda en el tercero de la veracidad de los anteriores, cabe la posibilidad de su veracidad, con lo que el segundo y el primer párrafo quedarían incólumes, libres de culpa y ciertos de pleno derecho. Pero siguiendo el camino volveríamos a entrar en el bucle de la duda infinita por causa y a consecuencia del honor que impregna el juramento del tercero de los párrafos.

          La conclusión a que nos conduce este silogismo lógico-histórico es evidente: los juramentos son elementos inconsútiles, intangibles, que hacen referencias a abstracciones anímicas como la dignidad o el honor, pero que para lo único que sirven es para alejarse de la verdad o para caer en veleidades metafísicas que, como ya hemos visto en la clase de hoy, no nos conducen nada más (y nada menos) que a la hora del recreo.

          Así que, chicos, salid en orden y disfrutad.

17.11.11

234. Una nación gitana


          Hace un día gris, un día de metrónomos oxidados, un día de noviembre antiguo. Siento que exudo otoños por todos los poros, que voy dejando a mi paso un reguero de nostalgias que estallan como pompas de jabón. Hace un día de plomo frío, áspero, un día de nubes mal encaradas, desafiantes. Hace un día de lluvia inexistente, un día para nacer de nuevo, para morir otra vez. De los abetos desciende el pavor de la colmena, el viento ondea verdores de jungla donde antes el amarillo quemaba el pico de los jilgueros. Noviembre pone nombre a cada torre, a cada veleta, despide a las cigüeñas con un desprecio certero y cubre con un sayo de hojarasca la vergüenza de un verano remoto e inaudito. Los números del cielo se entreveran con los signos de la tierra, los horizontes se rompen y enloquecen, los rumores de la mar se hunden a veces, a veces se hielan en un iceberg de grises desgarrados. Es el otoño, es el noviembre del presagio oscuro y helador del invierno, el mensajero inarmónico, disonante y horrísono de los días inexorables. 
          Hoy es un día gris, nuboso, desabrido, un día para acabar de una maldita vez con la esperanza.

16.11.11

233. Los pagarés de Judas


          Mi espeleólogo de cabecera afirma tener un globus hystericus alojado en su pecho cavernario, algo parecido a un santuario fluctuante lleno de malos presagios y rescoldos de pesadillas, que sube y baja como un ascensor a lo largo de su tráquea, de su esófago. El espeleólogo de cabecera, mi amigo Chimo M., que así se llama, se sienta a veces sobre el alféizar de mi ventana y llora sin medida, porque siente que su pecho va a estallar pronto, que va a quedar colapsado de tanto sube y baja de ese ascensor rebosante de angustia torácica. Me cuenta que a veces lo experimenta como algo tangible, algo que se pudiera coger con la mano, apretarlo, pero nunca soltarlo del engranaje de cables que lo mantiene apresado en el hueco retroesternal. Un psicólogo tabernario amigo suyo fue el que le dijo cómo se llamaba aquello que le pasaba: globus hystericus. Chimo no se tranquilizó con la información, sino que siguió ensimismado y preocupado. Sigue llorando un poco todos los días en el alféizar de mi ventana; cualquier día se va a caer, o se va a arrojar al vacío. Yo lo conmino a que practique su afición, a que se hunda en cuevas inexploradas, en grietas oscuras y tenebrosas escondidas en terrenos desconocidos. Chimo me mira y duda que allí encuentre lo que no encuentra en la superficie. Pero un deje de duda en su triste mirada me dice que piensa que puede que yo tenga razón.

          Me he acostumbrado a Chimo, a tenerlo cerca, me causa cierta ternura, aunque su pena ansiosa me contagia el alma de murciélagos inhóspitos y me hace partícipe de su insomnio milenario. No recuerdo cuándo nos hicimos amigos, lo recuerdo siendo los dos unos niños. Él tampoco recuerda cómo nos conocimos.

5.11.11

232. Bestiario 05


                    PÁXUR: Ente blanco y femenil, como de albayalde o yeso, algo vaporoso al andar, que deja cuando pasa una nube de sí abandonada, como de talco. Sus contornos neblinosos son los de una mujer fuerte y grande, una matriarca de gestos pausados y maternales. Tiene algo de un Don Tancredo lírico y móvil. De costumbres leves, apenas se comunica con algún ave pequeña y grácil, quizás algún colibrí o algún diamante de las islas. Su presencia no asusta, no inquieta, estorba lo justo y la estela de polvo blanco que nos deja en la ropa es fácil de quitar con un ligero movimiento de hombros. A los niños autistas les fascina y alguno pierde su inveterada renuencia a comunicarse y la llama con una sonrisa enroscada a su nombre: ¡Páxur!, ¡Paxuriña!... Pero sólo lentifica su paso, nunca deja de marchar, porque su naturaleza itinerante se lo impide. Huye de las ciudades y acude al llamado de los pueblos blancos, luminosos y encalados. Pocas veces se ven dos juntos, si acaso alguna mañana de enero bajo un almendro en flor o riendo (su risa es como un crepitar de alas de insecto) y revolcándose en la primera nieve de diciembre.

1.11.11

231. La azarosa vida de Pedro Infinito


          El espasmo geométrico del metrónomo que no se ve se interpone entre la pregunta y la respuesta. El revólver en el tapete mira equidistante a un punto intermedio entre los dos individuos sentados frente a frente. Ambos se miran a través de la rejilla de sus respectivas escafandras. El fuego de la chimenea a la espalda de uno de ellos (por ejemplo, el de la izquierda) va convirtiendo en puras brasas un buró estilo Regencia con muchos cajoncitos. Cuando llaman a la puerta de la estancia con dos golpes secos, uno de los buzos (por ejemplo, el de la derecha) emite un gorjeo largo y hace un leve intento de alcanzar el arma con una de sus manos (por ejemplo, la izquierda). El tiempo transcurre y nada se mueve a excepción de la barrita oscilante del metrónomo que no se ve y de las llamas de la chimenea que devoran poco a poco el espléndido buró. Dos nuevos golpes secos se oyen en la puerta por segunda vez. Ahora son los dos buzos los que gorjean a la vez y a la vez intentan en vano alcanzar el revólver. Del buró se desprende un cajoncito que deja al descubierto un resorte metálico. Otro cajoncito cae y puede verse desparramado su contenido: tres bolindres y un cortaúñas oxidado. Tras un estruendo de maderas reventadas, la puerta cede, el metrónomo se detiene, un buzo (por ejemplo, el de la derecha) es más rápido en hacerse con el arma, disponerla apuntando a la rejilla de su escafandra y dispararse un tiro. El gorjeo del otro buzo se hace más largo, más agudo, pavoroso. El visitante, que ha llamado dos veces dos veces a la puerta y más tarde la hace añicos, se dirige a la chimenea y sin miedo a las llamas pulsa el resorte metálico que había quedado al descubierto en uno de los cajoncitos, no sin antes coger los bolindres y el cortaúñas oxidado e introducirlos en su canonfolio.

          Lo que acontece entonces no se puede, no se debe contar.