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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



17.9.11

226. A la sombra de un flamboyán


          Es indudable que ya no doy más de sí. A mis cincuenta y pico de años ya no seré más de lo que soy. Si acaso cada vez seré menos de lo que soy. Me miro en el pomo bruñido de la puerta de mi despacho (nunca me miro en los espejos) y me veo cada vez más convexo, con la frente más pronunciada, con un tono de cara más cobrizo, con un aspecto cada vez más evidente de llamarme Eliseo y trabajar por cuenta ajena para alguna empresa licorera de Alicante. No conseguí dar el salto, no obtuve el beneficio que otorga el contacto con los tiempos adecuados y los lugares idóneos, no me ungí con los balsámicos afeites de la amistad adecuada ni con los sobrios ungüentos de la oportunidad, la adulación o el descaro propiciatorio. Y ya es tarde para casi todo lo que se puede asir de manera segura y duradera. Ya no sirve mirar hacia arriba sino es para mensurar diferencias imposibles de salvar. La lista de cosas que no tendré es extensa, prolija, escarnecedoramente acumulativa.

          Todo esto es absolutamente cierto.

          Tengo cincuenta y cuatro años. Poseo una inteligencia que se va adaptando cada día a unas circunstancias complicadas, adversas y retadoras, pero que en una atmósfera de prudente silencio las voy superando sin derramar demasiada sangre. A veces me reconozco en alguna luna de escaparate y me sonrío como si el personaje que me mira fuera alguien con el que me gustaría entablar ciertos lazos de amistad. Incluso últimamente me gusta mi nombre y la firma que lo suscribe. He conseguido en la vida mucho más de lo que consigue la inmensa mayoría de mis congéneres sin necesidad de nadie, ni de sus bendiciones ni de sus hipotéticos apoyos. También, en ciertas noches calurosas, me creo con las fuerzas suficientes de subir escalas diferentes de las habituales, y que conducen a ciertos estados de libre felicidad. Si mido la extensión de mis posesiones obtengo una cifra muy superior a la que obtengo si cuantifico mis carencias.

          Todo esto es también absolutamente cierto.