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FUMPAMNUSSES!

¿Qué es Fumpamnusses!?... Fumpamnusses! es todo y es la primera vez. Siempre hay una primera vez. Escribo pues, por primera vez, en algo que tiene que ver con el exabrupto digestivo de un sapo ("Blog") sin saber siquiera lo qué es (me refiero al Blog, aunque en el fondo tampoco sé muy bien lo que es un sapo.) Mi declaración de intenciones espero que sí quede clara: me limitaré a realizar las veces que crea oportuno un ejercicio brusco, continuado y compulsivo de literatura automática, de exorcismo necesario y suficiente de los restos de energía negativa o positiva, qué sé yo, o de encauzamiento de ideas, frases o palabras que mi mente quiera en ese preciso momento que queden reflejadas en este nuevo e inefable invento. Invito, pues, a este ejercicio a todos los interesados en el arte de la improvisación mecánica, maquinal, indecorosa y pueril. No esperen grandes ideas, no espero grandes ideas, sólo el placer de ver concatenadas ciertas imágenes que surgen improvisadamente y en plena libertad, quizás en extrema libertad, esperanzado en que no me suceda algo tan lamentable como aquello que le ocurrió a aquel pequeño electrodoméstico que, de tan libre y tan enamorado como estaba de Sir Douglas H. Silverstone, declaró la independencia de todas las anguilas del mundo y de ciertos huevos de Pascua de los alrededores de Castel Gandolfo.



7.9.11

224. Bondades de Tánatos


          La epistemología, como las églogas matritenses de Darío Fons, es sublime o no según el filósofo que la desarrolle y según el campo de acción en el que se disponga a desarrollarla. Ahora bien, si fuera necesario y excluyente lo afirmado hasta ahora, no lo sería si lo contrario igualmente lo fuera, como si estuvieran ambos elementos no excluyentes del silogismo atrofiados en un innombrable y etéreo campo de significaciones, si no contrapuestas, sí dirimidoras de actos definitorios poco aseverativos. Lo penetrante de un concepto epistemológico, como lo desorbitado de un aforismo esópico de Fons, no es la notable nervadura intelectiva que subyazca en el proceso disquisitivo, sino la perfección que se logre en el ensamblaje expositivo de las diferentes cadenas de preceptos anteriores, cada una de las cuales ha de estar engrasada convenientemente en un sistema de conocimiento lo más alejado posible de las ideas neoplatónicas ya en desuso y más que periclitadas en las nuevas corrientes de pensamiento. La víscera palpitante de la escuela estructuralista, con Foucault a la cabeza, no quiso o no supo ver esta estela de conexiones relativistas en las fuentes modernas del conocimiento, dejando en manos de los nuevos próceres de las universidades alemanas y estadounidenses el hilo conductor hacia un postestructuralismo ciertamente inane, pero que se imponía como necesario, inoperante, sí, pero a la postre definitorio. Y es que la época épica del pensamiento humano, como diría Darío en su égloga XXVII, "recusum fortiunis agraburus septentione mudinis obsit".